LA HABANA, Cuba.- Los conflictos generacionales que por fuerza existen en el desarrollo de una sociedad cualquiera, en Cuba pudieran estar agravados por el síndrome postraumático que provocaron las intervenciones militares en África.
Mientras el Gobierno rememora con romanticismo las “gestas internacionalistas”, no reconoce ni analiza sus consecuencias. La peor parte la han llevado durante años las familias cubanas. Los hijos en particular han vivido con la violencia doméstica y el alcoholismo de sus padres. Estos son de los síntomas más visibles del síndrome postraumático de las guerras en ese lejano continente.
A los que padecen esta enfermedad, la Asociación de Combatientes —institución creada para “atender a los Internacionalistas”— solo les brinda una ayuda económica. Y las direcciones de Atención a Combatientes, en su estructura municipal se encargan no solo de ellos sino de todos los retirados de la Fuerzas Armadas Revolucionarias. Ninguna de las dos instituciones cuenta con un cuerpo de especialistas encargados de trabajar con quienes aún sufren las consecuencias de una guerra que no les pertenecía por completo.
Una de las funcionarias de Atención a Combatientes del Municipio Plaza de la Revolución le dijo a una vecina del Vedado, cuando esta intentó buscarle solución a las condiciones paupérrimas en las que vive un alcohólico veterano de la guerra cerca de su casa, “que ellos habían recibido ‘cuando aquello’ cuarenta y un internacionalistas, y que cuando se volvieron locos dejaron de ser su problema”.
La funcionaria le explicó cuál podía ser el procedimiento: “Me quedé pasmada cuando me dijeron que si me molestaba le llamara al jefe de sector de la policía y que él se encargara: una, de hacerle cartas de advertencia, y a la quinta lo procesaran por peligrosidad y fuera internado obligatoriamente; dos, que el jefe de sector junto al trabajador social de mi área empezaran a trabajar con él y lo convencieran de que está enfermo y lo internaran para desintoxicarlo. En cualquiera de los dos casos, si tenía hijos, la responsabilidad era de ellos porque eran parientes obligados y que si el ‘borracho’ iba preso los hijos cogían también por no encargarse”
“¡Dime tú! Yo intentando ayudar… y por poco empeoro las cosas”, cuenta la vecina del Vedado, que no da su nombre porque aunque siente una responsabilidad como ciudadana también cree: “No es mi problema, la verdad, y nunca quise llamar a la policía porque no confío en lo que puedan hacerle a ese pobre diablo”.
Recientemente, un grupo multidisciplinario de militares cubanos ha publicado el resumen de una tesis de doctorado (“Las bajas sanitarias producto de acciones combativas contemporáneas”) donde los sujetos y las acciones combativas son las acometidas por los Estados Unidos contra el resto del mundo.
Y dan como un nuevo fenómeno del siglo XXI las “afecciones neuropsiquiátricas que se relacionan con el combate”, vinculadas sobre todo con las nuevas formas de guerra.
Entre los especialistas consultados hay características del estrés postraumático que coinciden: “Hay que entender que no siempre está vinculado a la guerra. El estrés postraumático puede estar provocado por cualquier evento de naturaleza violenta que haya vivido el individuo que no cuente con los recursos suficientes para superarlo”, analiza una sicóloga retirada de la clínica, y agrega: “Entre los síntomas más frecuentes y más visibles se pueden mencionar la inestabilidad familiar, los ataques de pánico, algunas reacciones neuróticas graves o leves, violencia, trastornos del sueño y de la personalidad. Y aunque no siempre aparecen en una misma persona todos los síntomas, es vital analizar las causas que llevaron al paciente a esos extremos”.
En todas las variantes los hijos se llevan la peor parte. Si existen las estadísticas, de cuántos padecen de alcoholismo o de cuántos de los veteranos son violentos, nunca han sido publicadas.
De los entrevistados para este reportaje, ninguno recuerda haber visto un análisis en los medios oficialistas sobre las consecuencias que trajeron para varias generaciones las guerras en África.
La historia de los hijos
Patricia no sabía que su padre podría ser adicto ni que esta enfermedad existía hasta que consultó con una sicóloga. “Papi se inyecta demasiado Hebafortan en vena. Al principio, la que llevaba el control de eso era Mami, pero al ella fallecer, yo asumí el control de la casa porque mi padre no sale de una migraña para entra en otra y cada vez la dosis es mayor, tanto de esa inyección como de combinados de duralgina, benadrilina y meprobamato, cuando hay.”
Y continúa con su historia: “Él nunca ha sido violento, pero ahora me doy cuenta que mi madre fue su cómplice desde que llegó de Angola. Siempre tuve un padre demasiado sedado.”
La de Patricia no es de las peores experiencias.
Juan vivía en el número 5708 de la calle 74 en Alturas de Belén, y antes de irse a África el gran conflicto que tenía era un hijo artista y medio “friky”. Cuando regresó, además de caérsele el pelo, la depresión la alternaba con arranques de ira. Su vida terminó apuntalada con pastillas. Primero se mudaron porque “esa casa se volvió una pesadilla por eso nos fuimos para el Vedado”, comenta Cary, su esposa, a la que no le gusta hablar demasiado del tema. “Pero en el Vedado fue lo mismo”, continúa. Su muerte fue un misterio para todos. Algunos asumen que se suicidó.
“Estable fue de los primeros, aunque nadie se acuerde de él, que fue a África de asesor militar cuando solo enviaban a negros. Ahí donde tú lo ves tiene no sé cuántas medallas al valor”, cuenta un vecino de Alamar que ha visto el declive de Estable, otro veterano.
“Primero alcohol y fajazones con la que era su mujer, después alcohol y limpiabotas, y después alcohol y lo que apareciera. Ahora parece un mendigo, le faltan todos los dientes y se la pasa negro de churre, como tiznado”, dice otra vecina en su mismo edificio. El internacionalista Estable se reunía con otros alcohólicos en lo que le quedaba de casa para rememorar sus hazañas. Ahora está completamente solo y tiene toda la sintomatología de la neurastenia, consecuencias de su adicción.
El hijo de Juan sufrió la intolerancia del padre. Yosvany, el hijo de Estable, ahora es médico, pero de niño fue testigo de incontables escándalos públicos.
Kevin tuvo tres internacionalistas en su familia: “Mi tía, su esposo y otro tío que ahora vive en Oriente y cuál de los tres está más loco ahora”, y resume su historia familiar: “Mi tía y su esposo se amaban. Después de la guerra el amor se acabó el día en que él rastrilló una pistola delante de los niños. Mi tía todavía hoy es demasiado nerviosa, muy sobreprotectora, y siempre cree que a sus hijos les va a pasar lo peor; y mi tío que vive en Oriente hubo un tiempo que le daba por tomar y salir para la calle a fajarse con quien se encontrara”.
William y Ariel son fotógrafos los dos. Además de la profesión tienen en común unos padres intransigentes en sus vidas porque fueron niños muy sensibles, criados por sus madres porque los padres estaban librando al mundo del colonialismo yanqui en África.
“Yo tenía cinco años, pero nunca se me va a olvidar que llegó un 17 de julio”, rememora Ariel el regreso de su padre de Tanzania. “Desde que llegó empezó la historia. Hay cosas que nunca le voy a perdonar”.
Ariel tiene 42 años y las relaciones con su padre fueron tan traumáticas que él no ha logrado “matar a su padre”, como sugiere Freud que se debe hacer llegado un punto del desarrollo de la personalidad, y se le corta la voz como quien está a punto de llorar cada vez que habla del tema.
“Tengo una pila de cuentos. Su machismo se hizo perverso porque tenía miedo que su hijo le saliera maricón. Yo nunca tuve nada, porque aun mis juguetes él se encargaba de decidir sobre ellos. Le regaló mi pecera a una vecina porque decía que yo tenía tremenda bobería con los pececitos”, y dice con resentimiento: “Siempre haciéndose el héroe y restregándome en la cara que debía ir a alguna guerra para que me hiciera hombre”.
A William Baró Griñán lo ponían a “entrenar” con solo 10 años: “cuando todo el mundo jugaba yo tenía que correr y tirarme al piso bajo órdenes militares, y como sobrevivió a una guerra cree que va a ser eterno y ha intentado que yo le haga un testamento de mi casa a su nombre. Ya le expliqué que los padres por lo general, se mueren antes que los hijos, pero como que no lo asimila bien. Nada, que las medallas al valor lo volvieron loco”, dice William, quien sí ha logrado enfrentarse a los abusos de su padre.
“Cuando era niño no entendía por qué mi mamá era una leona defendiéndome cuando logró salir de él. Nada, era algo que no analizaba, pero ahora que tengo hijos y que hago memoria de los métodos y de los cuentos de mi padre me doy cuenta de que siempre ha sido un tipo enfermo. Tiene hijos regados en Alemania, por toda Cuba, y supongo que en Angola también, pero no tiene sentido de responsabilidad ninguno. Y ahora que lo pienso hasta es mejor, porque si todos mis hermanos hubiesen tenido que aguantar los ‘cállate la boca, que tú no sabes nada’ que me decía él, seríamos una pila de gente infelices por ahí”, termina contando William, quien además de no considerarse una víctima reconoce que hay otros casos peores, como el de su hermana, que viviendo en la misma ciudad no conoce al padre que tienen en común.
Baró sabe que no existe una fórmula, pero se pregunta, junto a otros amigos suyos en las mismas circunstancia, cómo ha podido “sobrevivir a un padre internacionalista”