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LA HABANA, Cuba.- Los ídolos de estos niños cubanos no vuelan, lanzan rayos o se cuelgan vistosas capas. Eso no hace falta para convertirse en un gran pelotero, y los pequeños que juegan en el equipo municipal de Arroyo Naranjo, en La Habana, prefieren emular en su imaginación con mortales muy simples pero tan populares como los personajes de Marvel.
“Me veo parado en home, dando un trancazo (batazo) largo como si fuera Alexander Mayeta (el primera base del equipo capitalino de Industriales), y la gente, como locos, gritando mi nombre en las gradas”, dice Javier Martínez García, integrante de la categoría 10-11 años.
Para Jorge Luis “El Chino” Gonzáles, de 10 años, ser un destacado jugador le daría la oportunidad de “hacer cosas grandes”.
Le gustaría, dijo, “dejar un buen ejemplo” en el béisbol. Que lo recuerden siempre “como a Kendry Morales, que salió de este mismo terreno”. Así mismo, alcanzar el estrellato como “pelotero” porque “ellos tienen de todo, viajan fuera de Cuba y pueden ayudar a sus padres”.
Pero llegar a ser pelotero en Cuba es una carrera contrarreloj y llena de obstáculos de logística, más que aquellos que naturalmente pudiera tener una competición.
En una isla donde el béisbol es pasión, retornar el deporte de las bolas y los strikes a los planos estelares de antaño, así como aumentar la contratación de peloteros criollos en la plataforma profesional constituye uno de los principales retos expresados por la Federación Cubana de Béisbol Aficionado (FCBA).
Sin embargo, la restructuración del pasatiempo nacional se complejiza. Según estadísticas oficiales, cerca del 70 por ciento de las instalaciones deportivas se encuentran en mal estado o desatendidas, a la vez que aumenta el número de peloteros que abandonan el país en busca de mejoras salariales.
Con la mira puesta en el futuro, el éxito de la empresa depende del desarrollo en la cantera. Pero por motivos económicos se mantienen sin operar varias academias y torneos destinados a desarrollar la disciplina en las categorías inferiores.
En el Área Masiva de Iniciación Deportiva Ciro Frías Cabrera, del municipio capitalino Arroyo Naranjo, entrenadores y padres sacan a relucir las interioridades de las categorías escolares.
De acuerdo con el criterio de Eduardo Ulacia Alfonso, entrenador de las categorías sub 12, en cuanto a talento el béisbol goza de buena salud desde la base de la pirámide hasta el alto rendimiento.
Según Ulacia, los jóvenes jugadores entrenan durante todo el verano con el propósito de vestir la franela municipal y, posteriormente, optar por uno de los puestos en el equipo que juega el torneo provincial.
Quienes obtienen buenas marcas, ilustra, cuentan con un importante aval en las aspiraciones de resultar electos para empeños mayores.
“Aquí tienen la posibilidad de aprender el llamado abecé del juego, y a los 12 años pueden ser captados por las Escuelas de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE)”, describe Ulacia, añadiendo que en tal caso “se sitúan en el rumbo correcto para integrar el equipo Habana o incluso el equipo nacional”.
Aun así, Yosvani Rojas Roque, también entrenador del Ciro Frías, refiere que varios factores provocan que en los últimos tiempos disminuya progresivamente la captación de practicantes.
Alega que el principal factor subyace en los problemas de logística que poseen los centros de formación, donde los atletas tienen que resolver los uniformes y demás implementos que necesitan para participar de los entrenamientos, algo nada fácil en Cuba.
La participación de la familia en el apoyo al proceso de aprendizaje, a los profesores y demás situaciones que enfrenta el equipo, termina siendo determinante para que no se detenga el progreso de los niños.
Rojas explica que el Instituto Nacional de Deporte y Educación Física y Recreación (INDER) no garantiza la transportación de los equipos durante los periodos de competencia. La responsabilidad de asegurar el traslado de los niños a lo largo del territorio habanero cae sobre los padres.
María Carvajal Quesada, cuyo hijo forma parte del equipo municipal, señala que entre todos los padres juntan una suma aproximada de 1 250 pesos (50 dólares) para alquilar un ómnibus o camión que traslade al equipo, y también para comprar una modesta merienda que reparten entre todos una vez concluidos los partidos.
“Si no asumimos los muchachos pierden varios partidos y como consecuencia el chance de crecer. Es de nuestro interés que cumplan sus sueños, nos sacrificarnos sin sacar muchas cuentas pero a veces son dos juegos semanales. Se vuelve complicado”, comunicó Carvajal.
Acerca de los sacrificios que realizan, pidiendo omitir su identidad, uno de los padres resaltó que matricular a su hijo en la disciplina costó 3 500 pesos (140 dólares), con los cuales compró un uniforme artesanal, un par de zapatos deportivos, un guante de uso, un bate y una pelota también de uso.
“Fue una locura para conseguir el dinero, tuve que pedir prestado a varios amigos porque la suma equivale a seis veces lo que gano al mes”, espetó.