LA HABANA, Cuba.- Antes de irse de Cuba, Guillermo era Roxana. Mientras vivió en La Habana era una persona malhumorada, se pasaba el día librando batallas que nadie lograba entender por completo pues siempre había ante los ojos de los demás una alternativa que facilitaba lo que, según los otros, Roxana se empeñaba en complicar.
¿Si quería tener hijos no era mejor y más fácil acostarse con un tipo y ya? ¿Cómo es posible que alguien no quiera ser mujer con la bendición que es serlo? Sin contar las veces que intentaron “repararla” porque algo en ella no estaba bien. La guerra se hacía más cruenta cuando la enfermera del consultorio médico insistía en querer hacerle la prueba citológica y la amenazaba con la Policía porque en definitiva, todo era por su propio bien.
También estaban los que, por otro lado, cuestionaban a las parejas de Roxana: “Para estar con una mujer así, con el aspecto de Roxana, mejor estar con un hombre”. Y ese discurso lo repetían incluso hombres gais que no lograban entender por qué ella quería renunciar o se resistía a ser mujer.
Hace cinco años ya que Roxana es Guillermo y aún no está sobre la mesa ninguna discusión que incluya a los hombres trans ni a las lesbianas cubanas. Termina otra Jornada contra la Homofobia y la Transfobia y sigue habiendo una zona de silencio entre las mujeres que aman a otras mujeres en el mismo discurso de la comunidad LGBTI.
¿Quiénes hablan de lesbofobia en Cuba? Ni las mismas mujeres lo hacen. ¿Por qué no ha sido incluido el tema en el programa público del CENESEX de este año o de otro año anterior? ¿Por qué no ha sido incluido en algún programa alternativo? ¿Por qué cuando se habla de transfobia se centran en las mujeres trans? ¿Acaso están más protegidos los hombres trans en una sociedad que no tiene ni siquiera leyes suficientes para salvaguardar a sus ciudadanos?
El silencio sobre la lesbofobia en Cuba es histórico; de alguna manera todos le han estado haciendo el juego y hay maneras de demostrarlo.
El 9 de mayo, la escritora Mabel Cuesta publicó en su muro de Facebook una de esas historias en primera persona que ha estado recopilando “hace más de 15 años” sobre los atropellos contra las lesbianas cubanas.
Cuesta aclara en su post que “no fue en las UMAP, fue después, exactamente en 1971” y cuenta que cuando tenía 24 años y trabajaba en el hotel Capri fue arrestada, torturada, interrogada y condenada por ser lesbiana. La única absolución posible era a través de la delación e incriminación de otras personas. La condenaron por ser una “lacra social” pese a que “había sido seleccionada entre los cinco mejores jóvenes del centro” donde trabajaba, “pertenecía al pelotón de comunicaciones de las milicias de tropas territoriales” y había sido fundadora de la FMC y los CDR.
No es la única historia que ha contado Mabel Cuesta en su muro, ni las que cuenta ella han sido las únicas que han sucedido.
La teatróloga Inés María Martiatu contaba que una vez le tocaron la puerta a las 2:00 de la mañana para que fuera testigo, junto a la presidenta del CDR, policías y la madre de la vecina, de la actitud inmoral que significaba que dos mujeres tuvieran sexo.
Martiatu no participó. Puso como pretexto el cuidado de sus hijos a esa hora de la madrugada, pero después se enteró que su vecina fue encarcelada en la prisión de mujeres de Guanabacoa y terminó recibiendo electrochoques en el hospital psiquiátrico de Mazorra.
Ya no hay electrochoques ni prisiones, pero el miedo y la vergüenza quedaron. De las lesbianas se habla bajito, como si se estuviera hablando de política, incluso entre los que no tienen miedo a hablar de política.
Uno de los argumentos más socorridos para avergonzar a las activistas es acusarlas de lesbianas o bisexuales, como si amar o acostarse con otras mujeres fuera una mancha, un descrédito en la lucha por los derechos humanos. Ser lesbiana en Cuba sigue siendo un delito aunque no esté tipificado en el Código Penal vigente y en el juicio; la jueza es la misma sociedad.
Las mujeres son menos si se acuestan con otras mujeres. En la mente lesbofóbica rondan preguntas o sentencias como “¿qué le hicieron para que llegara a eso?”, “se aburrió de los hombres” o “algo le pasó para no querer estar más con hombres”. El caso es que siempre hay algo mal, las lesbianas siempre tienen que pasar por debajo de las vallas de “son unas sucias”, “quién es el hombre y quién la mujer”, “sí, pero son buenas personas, ellas lo que tienen es su defectico”. No puede tratarse simplemente de una decisión porque lo mejor que les ha sucedido a las mujeres siguen siendo los hombres, un análisis freudiano falocentrista, que en cubano se traduce como machismo y misoginia.
Mientras, siguen quedando detrás derechos como el de la reproducción asistida o el de la reasignación sexual porque hay otros, incluso dentro de la comunidad LGBTI, que son “más importantes”. De estos derechos no se habla hoy pero, si siguen siendo pospuestos, tampoco se hablará sobre ellos en la Cuba democrática que se sueña, y las mujeres lesbianas seguirán siendo las eternas discriminadas.
El teatro, la literatura y la vida cotidiana estuvieron repleta de pugnas contra las mujeres lesbianas. Habrá quien piense que alguna batalla se ha ganado porque hay quienes viven más abiertamente su sexualidad, pero de qué sirve una victoria si se tiene que vivir en silencio o en la sombra porque siempre habrá gente dispuesta a señalar con un dedo o a subvalorar porque entiende que algunas capacidades están directamente ligadas a la orientación sexual de las personas.
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