LA HABANA, Cuba.- Cuando pasaba por Obispo vi una multitud. Pensé que habían detenido a un ladrón que quizá arrebató la cartera a un turista…, pero ese no era el caso; estaban apresando a dos mendigos que se ponen en determinados rincones de la ciudad para que los turistas o la gente que pasa le tiren unas monedas.
Uno de ellos es un estrafalario músico ciego que ejecuta varios instrumentos: guitarra, armónica, maracas… ayudado por su boca, manos y pies; incluso se ha colgado un muñeco de trapo al hombro, como acompañante en su concierto callejero, y otros que coloca en el suelo para hacer la escena más colorida. También detuvieron a una anciana que se sienta en el piso y coloca su prótesis de pierna al lado, con el correspondiente “platico” para las limosnas.
La gente en el tumulto replicaba entre dientes que aquello era una injusticia, que por qué no dedicaban su tiempo a apresar a los verdaderos delincuentes, vendedores de drogas, proxenetas, jineteros, y toda esa lacra que comienza a aparecer cuando cae la noche en zonas donde abunda la prostitución, donde hay un mundo plagado de delitos. Y por qué no decir que hay otros mundos sofisticados, de traje y camisa perfumada, donde se mueve la corrupción a escalas insospechadas. Allí sí que se oculta el delito, se enmascara y no se conoce –salvo en algunas esferas–. Solo ve la luz pública cuando se filtra la información y no queda más remedio que comunicarlo en la prensa plana.
Es una vergüenza que estas cosas pasen, cuando sabemos perfectamente que en la policía existe la corrupción, y que se hacen los “ciegos” cuando ven el delito, y se aprovechan y sacan su tajada.
Días después, hablé unos minutos con Mario Padrón, de 58 años, viudo, que vive con su anciana madre, y me explicó que su situación de pobreza no le ha dejado otra opción que vivir de limosnas. Todos los días, desde por la mañana, se aposta en el mismo lugar y hace su raro concierto de showman. Me ha dicho que ya anteriormente había sido retenido y tenía varias actas de advertencia, pero de alguna manera tenía que buscarse la vida, porque con la miserable ayuda que le daban por la seguridad social no podría ni vivir cuatro días.
Mientras, Alba López, la señora de la prótesis, me contó que por su padecimiento de diabetes y la infección de una herida, tuvieron que amputarle parte de una pierna. Ella habita en una ciudadela cercana con su esposo y una hermana, en un solo cuarto. Se dedica a la mendicidad y de paso observa a la gente y coge aire, pues su casa es un cuchitril donde no se puede ni caminar. Cuando era joven trabajó en el comedor de un hospital por muchos años. Su pensión es muy exigua; y ahora, a pesar de su avanzada edad (87 años), siente que debe contribuir y apoyar a su familia.
En La Habana Vieja se ven muchos casos como estos, pero lo que es incomprensible es el acto arbitrario, un montaje de “limpieza de escoria”, totalmente ridículo.