LA HABANA, Cuba.- “Esta ha sido una de las pocas veces que una canción ha servido de verdad para transformar la sociedad”, le dijo Silvio Rodríguez a Carlos Varela, dándole a su colega y discípulo más tratamiento de mago que de trovador, debido a que, según se dijo, el Jalisco Park fue resucitado a comienzos de los 90 por el éxito de aquella canción de Varela con el mismo nombre.
En esa pieza cuenta su autor que “así surgió aquel loco que primero nadie entendió / diciendo cosas raras…”, refiriéndose a su maestro, por supuesto. Y no le faltaba razón en eso de “diciendo cosas raras”, porque resulta muy extraña, por ejemplo, esa frase de Silvio asegurando que la canción Jalisco Park “ha servido de verdad para transformar la sociedad”.
Debe haber sido una de esas ocurrencias de boy scout optimista que él mismo ni recordaría al día siguiente, y mucho menos unos años después, cuando esa “transformación de la sociedad”, o sea, el parquecito de diversiones de 23 y 18 —emblema del domingo infantil en El Vedado—, retornara a la ruina, que parece haberse convertido en su condición natural.
Sin embargo, esa fue la primera feria de atracciones moderna en La Habana y en sus inicios contaba con diversos aparatos eléctricos y hasta con una casa de espejos. Construida primero en un terreno en 23 entre L y M —donde luego se levantó el Habana Hilton, hoy Habana Libre—, fue reinstalada después en su ubicación actual con igual nombre, cuando ya el esplendoroso Coney Island Park, en la playa de Marianao, la empezaba a opacar.
Ciertamente, “parque de diversiones” es un nombre muy grande, que hace pensar en un amplio espacio lleno de carros, tiendas, artefactos, carteles, con una parafernalia de inventos para distraer y hasta para aterrorizar, todo lo cual parece guardar muy poca relación con lo que hay en ese recodo de la avenida 23 actualmente.
El Jalisco Park es, en apariencia, un sitio tan pequeño y esquinado que se puede dudar de que mereciese alguna vez la denominación de parque de diversiones. Por lo menos así pensaría alguien que solo lo conociera desde hace veinte o treinta años, pero lo cierto es que, a pesar del Coney Island, hasta principios de los años 70, el Jalisco fue algo muchísimo más grande que el espacio que ocupaba.
Y, si una feria es de cierto modo una representación simbólica del mundo, este parque representa entonces bastante bien lo que es hoy nuestro país: un lugar en que aun a los niños les resulta difícil sentirse niños; donde lo poco que todavía funciona puede detenerse en cualquier momento y la precariedad es tal que un simple columpio vivo parece milagroso, donde no queda ninguna verdadera diversión y casi lo único que da vueltas son los visitantes, ceñudos.
Donde no hay invitación alguna a un viaje fantástico y donde, los que se atreven a entrar, esperan solo el momento de escapar, dejando atrás un lugar por el que parece que acaba de pasar una plaga espantosa o un ejército de bárbaros. Si un parque de atracciones es un sitio especial en el que no existe la Historia, entonces el Jalisco Park es precisamente lo contrario: un fruto perfecto de la Historia: el sube y baja de su agonía interminable es una alegoría lapidaria.
Los padres que aún acuden con sus niños se quejan de que los aparatos estén rotos siempre y de que incluso los que funcionan a veces deben ser ajustados cada unas pocas vueltas, demostrando el peligroso estado en que se hallan. “Los que manejan los aparatos son gente extraña”, dice una madre y utiliza palabras que este reportero no se atreve a repetir por respeto a esos empleados. “Están trabajando aquí porque no tienen otro remedio y no pueden irse a ningún otro lugar”.
“Yo traigo a mi chamaco nada más que a saltar en la casa rebotadora, y mira esto”, se queja Manuel, un padre que va saliendo ya con su hijo, frustrado, porque no se atreve a dejarlo jugar dentro de ese artefacto medio desinflado y de costados inseguros.
Los tres vagoncitos que quedan en la Montaña Rusa parece que van a desprenderse en cualquier momento de sus frágiles vías. El operario saca una bolsa de herramientas y aprieta algunas tuercas. El de la Estrella advierte que el otro día una niña, “allá en lo alto”, pudo abrir la portezuela de su compartimiento. Increíblemente, además, cuando en peor estado se encuentran los equipos es cuando más caros están.
De las dos cafeterías, mejor ni hablar. Un letrero que hay en la primera lo dice todo: “Recreatur hace realidad sus espectativas”. Recreatur es la empresa que administra el —desolado— lugar, con ortografía y todo. Lo de menos es que, para hacer realidad nuestras “espectativas”, primero tendría que escribir la palabra correctamente: expectativas. Pero lo mejor sería que pusieran el letrero al otro lado de la calle que hay detrás, sobre el muro del cementerio. Del otro cementerio.
“Aunque me dejen solo”, cantaba Carlos Varela, “como al Jalisco Park”.