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LA HABANA, Cuba.- En estos momentos se lleva a cabo la demolición total del antiguo colegio “La Domiciliaria”, ubicado en la Calzada de 10 de octubre esquina calle Cocos, rebautizado tras su ocupación por el Gobierno a mediados de los años 60 con los nombres “Carlos Manuel de Céspedes” y, años más tarde, “Republica de México”.
El patrimonio arquitectónico que está desapareciendo a golpes de mandarria, fue fundado en 1876 para la instrucción gratis de unas 30 alumnas, y remodelado en 1886 para admitir mayor número de matrículas, incluyendo las pensionadas. El desplome de la estructura colonial del colegio comenzó en 1961 con la expulsión del país de 136 sacerdotes católicos que prosiguió con la intervención de colegios religiosos.
Carmen Miguez García lleva 73 años unida al colegio “La Domiciliaria”. Su casa a unos 100 metros de la edificación le permitió pasar sus estudios primarios en el colegio católico, vivir el proceso de ocupación, y su destrucción total. En entrevista concedida a CubaNet dijo: “Es difícil para mí ver destruido el colegio. Cuando recuerdo todo lo que teníamos allí dentro, lo hermoso que era todo, los dormitorios, el área de las aulas, la lavandería (…) Después no, hasta la cocina la cambiaron de lugar, abrieron ventanas, todo cambio (…) Te podría decir que estoy asombrada, pero no, a toda esta zona le ha sucedido lo mismo. Esto era un asentamiento de gallegos que tenían panaderías, farmacias, bodegas, había negocios en todas las esquinas. Ahora está en ruinas”.
Según documentos que recogen la historia de las Hijas de la Caridad en Cuba, a parte de las instrucciones religiosas mediante en el catecismo y las de enseñanza primaria, se impartían asignaturas como inglés, mecanografía, taquigrafía e instrucción cívica.
La destrucción del patrimonio
Cuando la institución católica fue intervenida se convirtió en escuela de enseñanza primaria y secundaria bajo el nombre de “Carlos Manuel de Céspedes”. En la primera etapa de su deterioro en manos del Gobierno se ordenó su restauración, que lejos de resolver los problemas estructurales del edificio, los aumentó, reduciéndose la institución a una escuela primaria rebautizada como “República de México”.
Víctor Ríos, vecino de la zona, recuerda la presencia de Fidel Castro en la reinauguración. “En el año 2000, más o menos, la repararon y vino Fidel. La escuela no quedó como tenía que quedar, pero bueno, hay que inaugurarla. Producción acelerada, como yo le llamo: vamos hacer esto en un mes, aunque se caiga”.
No habían pasado muchos años cuando comenzaron a debilitarse totalmente las estructuras de vigas de madera, iniciándose en los muros exteriores. Los entrevistados para este reportaje concuerdan que la directora, Sara Rodríguez, que durante más de 30 años rigió la escuela, fue la única que batalló contra el Gobierno para exigir el mantenimiento del inmueble. Aun cuando nadie la escuchaba, cuentan los vecinos de la zona, no dejó de reclamar hasta su muerte, que ellos asocian con del declive final de la escuela.
Leonel Pérez Fonseca, residente en una vivienda que limita con el edificio, es testigo de las expoliaciones y la corrupción que exterminaron otro trozo de patrimonio al estilo del Hospital Pediátrico Pedro Borrás, ubicado en el municipio Plaza.
“Hace como unos tres cursos desalojaron la escuela y en septiembre de este año una brigada del Ministerio de la Construcción (MINCONS) comenzó a repararla, pero los camiones del MICONS lo que hicieron fue llevarse la madera. Eso quedó abandonado, apareció una brigada para sacar los escombros, al final no había dinero para pagarles y se fueron”.
Leonel afirma que los custodios dispuestos allí para evitar el saqueo, declararon también se marchaban porque no había dinero para pagarles. Así fue como, antes de su demolición total, la edificación quedó corroída por los llamados “picapiedras”, personas que recuperan ladrillos, vigas, cabillas y las venden para una nueva construcción.
Unos de los vecinos de la zona, que no se identificó por temor, insiste en que el MICONS dejo poco material a los “picapiedras”.
“La madera se la llevaron los mismos que estaban trabajando ahí. Sacaron todas las vigas de madera y debilitaron las paredes. Luego llegaron las personas y se llevaron los ladrillos y las vigas que quedaban y eso se convirtió en una bomba de tiempo, que exploto cuando se cayó la pared que tumbó el huracán Irma”.
La pérdida del patrimonio arquitectónico ha sido uno de los principales logros de la revolución, dejando como legado la desacertada indiferencia, porque cada día tenemos menos que heredar.