LA HABANA, Cuba.- “Sí, la cosa está difícil allá”, afirma un camarero de la cadena Oma, en la calle 93, en Bogotá, y empieza a interrogar a un grupo de venezolanos que está solo de pasada por Colombia: “¿Siguió subiendo el dólar? ¿Y la calle, cómo está? ¿Ya cerraron los Farma Todo? ¿Y la arepa, se sigue encontrando?”. La conversación no se torna “demasiado difícil”, como dirían ellos mismos, porque el miedo ya es una enfermedad endémica entre los venezolanos que han decidido emigrar a Colombia. Muy pocos se atreven a hablar de lo que dejaron detrás o de lo que les espera como país aunque su situación es la consecuencia de la política fallida de Nicolás Maduro.
En lo que va de año se estima que han entrado por la frontera más 350 mil venezolanos, aunque algunos afirman que pueden llegar al millón. Según los datos publicados por el Ministerio de Relaciones Exteriores y Migración Colombiana, solamente por los Puestos Migratorios Terrestres se ha registrado 86 848 entradas de extranjeros. Lo demás son poblaciones flotantes. Todos aspiran a no ser deportados.
“Entiéndeme, esta gente son como pitbulls”, dice un vendedor en Medellín que parece próspero por el negocio que regenta, pero que no se atreve a contar su historia. “Si te agarran no sueltan y yo dejé familia allá”. La cabeza casi se le va en redondo mientras niega.
Así mismo responde otra mujer que vende calcetines y ropa interior, en un lugar llamado El Hueco, donde se encuentra cualquier producto y funciona el mercado libre y la bolsa negra con la misma visibilidad.
“No, que vá, ¿quién dice que yo me he queda’o?” La mujer de El Hueco posiblemente no cuente aún con la tarjeta de inmigración, el Permiso Especial de Permanencia (PEP). “Yo ahoritica estoy aquí y luego me vuelvo a Venezuela”, pero lo dice después de haber confesado que llevaba casi un año, lo que la hace “ilegal” según el Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia.
En la calle de El Poblado, una zona de clase media de Medellín, un hombre se gana la vida imitando a Carlos Vives. Es colombiano aunque la mayoría de los que ocupan los puestos junto al semáforo son venezolanos.
La imitación de Carlos Vives tampoco puede hablar mucho porque teme que le deporten a la novia. “Es que no le sellaron el pasaporte y ya lleva un año acá”, son sus pretextos.
Jorge Resquejo es uno de los pocos no que tiene miedo a hablar. “En Venezuela trabajaba en el petróleo” y ahora lleva dos meses vendiendo chicles en un semáforo en el parque de El Poblado, y además de pedir unas monedas cubanas para la suerte, dice: “No es que nos estemos pareciendo a los cubanos, aunque tenemos muchas cosas en común. Es que la represión tiene la misma cara en cualquier parte del mundo y el miedo se pega igual”.
“Nosotros estamos peor, nos sentimos traicionados hasta por la oposición. Tú sabes lo que es estar en la calle peleándola y que ahora esa gente termine juramentándose ante la Constituyente”, se cuestiona Resquejo, quien dice haber tenido que salir huyendo no solo por el hambre.
Luis Menéndez es el segundo “osado” que se atreve a mostrar su rostro. Quizás porque, como Resquejo, no tiene nada que perder.
Menéndez lleva mes y medio. Al igual que su compatriota, siente que no solo los ha traicionado el Gobierno, sino la oposición que ha comenzado “rendirse”.
“Voy pa’ dos meses ya esta semana. Pero fíjate, vendiendo confite vivo mejor”, dice Menéndez. Trabajaba en Venezuela vendiendo queso, mil kilos a la semana. No pudo seguir porque todo aumenta de precio demasiado rápido.
“Lo compraba esta semana a 10 y lo vendía en 12, pero la otra semana lo tenía que comprar en 12”, confiesa. “Tenía un trabajador y no pude trabajar más con él porque… ¿con qué?”.
Otro que no se sabe qué vende porque tiene las manos vacías agrega su experiencia a la conversación de Menéndez, aunque no se atreve a decir su nombre cuando se entera que quien pregunta es cubana.
“El dinero que hago aquí lo llevo para allá, pa’ mi gente, así que yo no puedo hablar. Ya en Venezuela no se mata por dinero, se mata por comida. La gente se mete a tu casa pues y te pide comida”, y recuerda su tiempo de trabajador de la embajada de Venezuela en Cuba.
Por Paraguachón, uno de los pasos fronterizos con Venezuela, han pasado 19 752; por Arauca, 617 y por el Norte de Santander 1717. El más concurrido es Cúcuta, con 50 903. La mayoría vive de trabajos irregulares, un gran número se dedica a la prostitución y otros están en la mendicidad.
“El venezolano está agarrando carretera y pa’ donde salga”, habla Menéndez. “Yo pasé todo el monte, la frontera que supuestamente está cerrada pero la gente pasa”, porque aunque Venezuela ha impuesto horarios -de 5:00 a.m. a 8:00 p.m.-, Colombia permanece abierta las veinticuatro horas. “La alcabala (así llaman los venezolanos al puesto de control policial) de aquí al lado colombiano y de aquel lado venezolano, están ahí. Igualito la gente pasa y ellos ven de todo. Pasan carros, pasa de todo”.
Por su parte un 29% de los colombianos cree que se les debe brindar atención humanitaria a los inmigrantes; un 53% que se debe crear un plan especial para ellos; mientras que solo un 11% deportar a los irregulares y un 7% que deberían de cerrar la frontera, según describe una encuesta realizada por el periódico El tiempo, uno de los medios más influyentes de Colombia.
“Allá dejamos las cosas malas y han ido para peor”, se justifica el señor del negocio próspero de El poblado. “Cualquier cosa puede ser un pretexto para meterte a la cárcel, pues. Igualitico que en Cuba, ¿no?”.
“El Gobierno es violento. Aquí no pasan nada en televisión de lo que pasa allá”, se envalentona Menéndez. “La marcha viene de lo más normal, pacífica, y entonces viene la guardia y le cae con bombas lacrimógenas y toda esa vaina. Y usted ve en el canal de Maduro y todo sale bonito en Venezuela”
“No, no, los alcabalas allá no dejan trabajar”, dice, hablando de la corrupción de la policía en medio del ambiente de sobrevivencia que se ha generado en Venezuela. “Puedes tener todos los papeles al día, a mí me pedían el permiso sanitario y yo les sacaba todo, pero igualito había que darle plata”.
“Una vez un policía me dijo que si no le daba queso me iba a bajar toda la mercancía, me iba a retener y me iba a tener todo el día ahí. En todas las alcabalas tenía que dar plata y queso obligado”, confiesa. “En Venezuela se ha vuelto un delito trabajar, prácticamente”.
Con la oposición tiene sus diferencias: “Y hay que protestar pero no de la manera que lo estaban haciendo ya”. Menéndez ha entrado en calor a medida que cuenta, “la gente con la protesta sale a robar, tumbaban los postes de alumbrado público y qué culpa tienen ellos de lo que haga el Gobierno. Yo soy de Barquisimeto y trancaban calles y terminaban afectando a las mismas gentes que son opositoras también, no solamente a los chavistas. La gente debería ir para donde está Maduro. Estuvimos más de 60 días de protestas, ¿y qué ganamos con eso?”
Él mismo se responde: “Nada, agravar la situación porque no llegaba la comida donde tenía que llegar”.
“¿Y qué tiene que ver la Constituyente con la comida?”, se sigue preguntando. “Yo digo que uno trabaja todos los días para la comida y eso es lo que no hay en Venezuela, así que yo no sé qué es lo que quiere el presidente”.
Aunque ninguno se haya decidido a dar su testimonio, todos coinciden en un mismo punto: Menéndez y el que no se sabe lo que vende, el señor del poblado, la imitación de Carlos Vives, Resquejo y la señora de los calcetines, creen que “a Venezuela, ahorita, no se puede regresar” y están tratando de permanecer en Colombia a toda costa.