SANTA CLARA, Cuba.- Las farmacias de Santa Clara amanecen colmadas de gente. Gente enferma, abuelos de noventa años, trabajadoras y amas de casa con sus recetas y tarjetones en las manos. Hace cerca de diez días que no llegan medicamentos a estos establecimientos estatales.
Roberto lleva bastón y cumple 82 la próxima semana. La noche anterior, justo a las diez, marcó como el número cinco en la lista que un muchacho lleva por su cuenta para organizar la cola a la mañana siguiente. “Mira, todo fue por gusto”, contesta con cierta pesadumbre en los ojos. Llegué a las siete y media, porque tenía que dejar listo al nieto para la escuela, pero nada, aquí todo estaba regado ya. No hay respeto”.
El joven que anota está en una de las esquinas tratando de mediar con los “clientes” que preguntan qué ha ocurrido con la famosa lista. Se cruza de brazos y vocifera que él “no cobra por eso”, que lo hizo para tratar de que nadie se le metiera delante, para poder comprarle las pastillas de la presión a su mamá.
“Esto funciona así. Si viene alguien que conoce a la que despacha pues se mete primero y no puedes protestar”, masculla una señora sentada en la acera de enfrente. Como ella, otros más se refugian del sol a la espera de que les llegue su turno.
En los cristales de las farmacias de las calles Luis Estévez y Carretera de Sagua han pegado un papel que anuncia los medicamentos que entraron y la cantidad disponible, algunos con cifras tan mínimas que resultaría imposible llegar a alcanzarlos aun ocupando los primeros puestos de la lista. Cuando alguno se acaba, la dependienta lo tacha con lapicero y se vuelve hacia la gente con un gesto de vergüenza y cierta culpa infundada. “Hay medicamentos que vienen por cantidades, pero otros son muy limitados”, responde ella al preguntársele sobre el fenómeno.
“A mí me da tremenda pena decirles a estos viejitos que se acabó una u otra pastilla”. ¿Y usted no le resuelve a nadie? “No, yo no, pero sé de gente que sí lo hace… Yo, para mi familia nada más”.
“Esto es un infierno”, vuelve a maldecir la señora de la acera. Se llama Elvira y le diagnosticaron diabetes hace más de dos años. “No entiendo ni siquiera por qué tengo que renovar el tarjetón ese todos los años, como si la diabetes se quitara por arte de magia. Esto es una desconsideración. Mi hermano tiene problemas de hipertensión y si no logro alcanzar aquí las pastillas no sé qué me voy a hacer. Ahorita vinieron unos extranjeros y tiraron fotos y grabaron. Hace falta que lo saquen por alguna parte a ver si esto se resuelve”.
A su lado, otro señor explica que su hijo “está afuera”, que el mes pasado tuvo que pedirle medicinas porque algunas están “más perdidas que la carne de res”.
“Mira, el hijo de mi vecina trabaja en Los Cayos y tiene que andar todo el tiempo con el carné de identidad encima, ¿cómo te explicas, entonces, que la madre pueda venir a comprarle sus pastillas si te lo piden junto con el tarjetón?”, agrega.
En la puerta de la farmacia una mujer suspira ante el papel que anuncia las cantidades. Se han agotado algunos, entre esos el que ella necesita. “Por eso en Cuba no se puede trabajar. Yo salí temprano para esto y mira tú. Tendremos que meterle a la yerba como antes para hacer cocimientos y quitarnos los dolores. No ves que no hay ni dipirona para la fiebre”.
En Santa Clara han cerrado una de las farmacias principales para restaurarla en su totalidad. Los pacientes que antes compraban en este establecimiento, situado a unos metros del Parque Central, han tenido que moverse a otras más concurridas y alejadas del centro citadino. Todos los meses la entrada de medicamentos se convierte en una guerra por la supervivencia. Se conoce, además, que ha dado pie a revendedores callejeros que “resuelven las recetas” y luego venden los fármacos a la población.
“Yo estoy desde las tres de la mañana”, comenta un cuarentón que dice llamarse Alberto y que “tiene tremenda hambre” porque no puede moverse de la cola. Son cerca de las tres de la tarde. “Para los medicamentos del corazón tienes que llamar a la farmacia. Si conoces a alguien, te salvaste. A veces entran, a veces no. El rollo está en alcanzarlos. Si no tienes amistad, estás herido. El mes pasado, por ejemplo, vine aquí mismo y me dijeron que nada de lo que tenía en el tarjetón había entrado. ¿Qué hago? ¿Me dejo morir?”