LA HABANA, Cuba – Todos los años, desde finales de agosto y hasta mediados de septiembre, los medios oficialistas son inundados con reportajes acerca de lo bonitas y bien reparadas que están quedando las escuelas para comenzar el curso escolar.
Las imágenes muestran enjambres de diestros y hacendosos albañiles dedicados a repellar y pintar paredes, poner azulejos y otras faenas constructivas. A las cámaras no escapan, sin embargo, atareados maestros, padres y alumnos limpiando pisos y ventanas como “trabajo voluntario”. Ese trabajo debería hacerlo –por un sueldo– el personal de limpieza, pero entonces habría un arma menos con qué chantajear a trabajadores y estudiantes.
Hasta ahí, todo bien. Quien no tenga hijos ni conocidos con hijos en la primaria o la secundaria, podrá pensar que este año –a diferencia de los cincuenta y tantos anteriores– sí que los niños y jóvenes van a sentirse bien en la escuela. Y lo seguirá pensando hasta que una tarde se encuentre con algún progenitor de regreso de una reunión de padres, pues probablemente venga echando chispas. Es que esas reuniones de comienzo de curso no son para dar información a los familiares sobre el desempeño escolar de los niños. Por el contrario, son para pedir.
Eso manifiestan varios padres; por ejemplo, una joven cuyo hijo menor va a la primaria Walfrido Hernández, en Tejar entre 16 y 17, Lawton, y que me pidió no poner su nombre para no buscarle problemas al niño. “Hay que dar un CUC por niño (25 pesos) para comprar un ventilador”, me dijo, “porque el aula es un horno. Otros años ha sido lo mismo, parece que se rompen”. Una abuela que estaba cerca intervino en la conversación: “En el aula de mi nieta además pidieron un albañil y un plomero, para arreglar algo en el baño”.
Omar, un electricista desempleado, se mudó con su familia para La Habana, y matriculó a su hija en el cuarto grado de la escuela más cercana. Me cuenta que el día de la reunión de padres, además del consabido dinero para el ventilador, le pidieron escoba, frazada de piso y un tubo de luz fría. “Yo creía que eso era solo en Florida, pero ya veo que aquí es lo mismo”.
El problema del calor sofocante y la falta de climatización en las aulas puede afectar el aprendizaje. Caridad, una vecina de Lawton, está criando un nieto de ocho años. Al niño siempre le ha encantado la escuela. Sin embargo, la semana pasada, al despertarlo, se quejó de un gran dolor en las piernas que le impedía caminar. Caridad lo llevó al Pediátrico de Centro Habana, donde, aunque no le notaron nada físico, le recetaron vitaminas. A sugerencia del médico, a partir de ese día Caridad comenzó a observar a su nieto por si era que el niño no quería ir a la escuela. Vigilándolo escondida comprobó que el niño hasta corría. Cuando lo increparon, el muchachito respondió: “¡Abuela, es que en la escuela hay mucho calor y me siento mal!”. Caridad asegura que en el aula del nieto no hay ventilador desde el curso pasado.
A este mal se le suma que, como en años anteriores, el curso escolar 2015-2016 comenzó con déficit de maestros. El 30 de agosto de 2015 el periódico Tribuna de La Habana informaba (en primera plana) que en la capital faltan 4 387 maestros de los 23 167 necesarios. Los padres que ya han vivido esta desagradable experiencia están preocupados, porque como en otras ocasiones la mayoría de esas vacantes se cubrirán con personal contratado, muchos de ellos estudiantes no vinculados a carreras pedagógicas, o aumentará la carga docente de los educadores (más horas de clases o más alumnos en cada aula). De cualquier manera, se verá perjudicado el proceso docente-educativo. En el mejor de los casos, se reincorporarán maestros jubilados.
Otro de los graves problemas que afronta la escuela cubana es la escasez de libros, que desaparecen curso tras curso por falta de responsabilidad (de los docentes para controlar su recogida y de los padres para entregarlos). Con la finalidad de “recuperar el fondo bibliográfico”, la Dirección Provincial de Educación de La Habana ha organizado en cada municipio actividades con la participación de estudiantes, profesores y familiares encargados de rescatar la mayor cantidad de libros posible, para que al menos haya uno por cada cuatro niños (sic).
El 1º de mayo de 2014, el Granma publicaba: “Reducción de la cifra de estudiantes internos se revierte en ahorro”, y ampliaba: “Desde el inicio de la medida, en el 2008, se estima que se han dejado de gastar (solamente en Pinar del Río) alrededor de 100 millones de pesos por concepto de alimentación, base material de vida, electricidad y transporte”. Sin embargo, hasta la fecha ese dinero no se ha revertido en mejorar la alimentación de los niños de seminternado, bastante precaria hasta el momento, ni las condiciones materiales de las aulas (como la propia climatización).
La TV muestra escuelas recién reparadas y bien pintadas, mientras los padres se quejan del mal estado de estas y de cuánto tienen que aportar –en esfuerzo y dinero– para mitigar en algo la incomodidad de sus hijos.