LA HABANA, Cuba. -“La Habana es una ciudad llena de grisuras. Por eso apuesto por el arte callejero. Me he propuesto arrojar un poco de luz en esos rincones y muros olvidados, en esos sitios que nadie se atreve a mirar por las suciedades y las destrucciones”, nos ha dicho Yulier P, un joven artista plástico que en los últimos años ha impactado en los espacios de la ciudad con su obra peculiar que no busca reconocimientos ni remuneraciones sino tan solo establecer un diálogo con sus habitantes, convocarlos a reflexionar sobre los problemas cotidianos desde un discurso artístico asequible a todos pero, sin dudas, para nada complaciente, ni sensiblero ni populista, más bien arriesgado.
“Me han querido tachar de opositor, de disidente por los temas que abordo en mi obra y porque utilizo los muros abandonados para expresar mi arte con total libertad pero yo soy simplemente un artista. Mi arte es solo mi expresión muy personal y siempre es a favor de las personas y no en contra de nadie”, dice Yulier P mientras trabaja y conversa con nosotros en el estudio que comparte con otros pintores y en el cual, sin cobrar ni un centavo, trasmite sus conocimientos de artes plásticas a niños y jóvenes de los barrios cercanos al Paseo del Prado.
“Me preocupa la degradación social. Uno camina por La Habana, se mete en los barrios y capta una degradación social terrible. Se le rinde culto a la mediocridad en todos los espacios. Y la gente, al importarle menos lo espiritual, se desconectan de su humanidad. (…) La gente está en un estado de sobrevivencia y se hace muy poco por rescatar los valores más esenciales. Esas realidades tan crudas me molestan mucho, ese estado de sobrevivencia, el racismo, las intolerancias, las grisuras”, responde Yulier P cuando le preguntamos si con sus grafitis y murales solo busca darse a conocer o recibir reconocimiento institucional. Y en ese punto de la conversación agrega: “No me interesa hacer exposiciones. Mi galería son las calles, los muros. He tenido varias propuestas de exposiciones pero no me animan esos proyectos, sobre todo porque allí no asiste el público que me interesa. No me importan los premios. El arte callejero me ha salvado. Un premio puede ser estimulante pero trabajo porque amo lo que hago”.
Amante de la soledad, necesitado de ella para pensar, imaginar y crear, Yulier P considera que con su arte puede ayudar a las personas que más necesitan de un poco de espiritualidad, aunque reconoce que su discurso no es precisamente una “oda a la alegría”: “Yo trato de reflejar la vida de las personas que me rodean. En Cuba estamos más preocupados por tener que por ser (…). Pudiera alguien decir que hago una crónica del sentir de la gente… Y eso también pudiera ser. Quiero que la gente se sienta libre, que haya arte en la calle. Pero mi trabajo no es alegría sino una crítica fuerte, cruda. Trato de hacer un retrato de mi mundo exterior y al mismo tiempo de mi alma. Trato de mostrar la cotidianidad y de mezclarla con mis sentimientos más íntimos. Por eso muy pocas veces mis trabajos van a ser alegres. Casi siempre hablo desde el dolor, la pérdida”.
Sobre las dificultades para hacer arte callejero en Cuba, Yulier nos confiesa: “Nunca he tenido problemas graves por ocupar un muro con mi obra, sin embargo, ha habido incomprensiones y hasta quien ha querido ver mi obra como vandalismo, o como una ofensa. No trato de imponer mi trabajo. Respeto los espacios. Uso aquellos lugares que ya nadie usa, que abandonan, trato de darles vida. Llamar la atención sobre ellos, sobre las destrucciones, las ruinas, la suciedad. Me molesta que eliminen mis obras por malas interpretaciones o por ignorancia. (…) En La Habana, en Cuba, no existe un gran movimiento de arte callejero. Faltan buenas propuestas. Aunque hay una nueva estética en el grafiti. Si no hay más artistas callejeros es un poco por miedo a ser incomprendidos, por falta de atrevimiento. Al principio siempre tuve miedo de pintar en las calles. Eso me exige mucho espiritualmente. Es un trabajo efímero que no sabes si al otro día te lo van a borrar”.
En cuanto a su relación con las instituciones culturales cubanas, Yulier es de la opinión de que la mayoría no muestran mucho interés en los artistas callejeros: “Como siempre ha sucedido, no reparan en uno hasta que te descubren en el extranjero. He presentado proyectos y cosas y no me han hecho gran caso, aunque sí he recibido reconocimientos de las personas en la calle. (…) Hay muchas propuestas de artistas jóvenes que han sido ignoradas. Unos terminan decepcionados, frustrados. Otros se van. Tienen que esperar a que la casualidad los descubra porque no hay un verdadero mercado y las galerías cumplen otros propósitos”.
El nombre de Yulier Rodríguez Pérez tal vez hoy no evoque mucho al pronunciarlo pero asumo el riesgo de augurarle un futuro promisorio. La firma de este talentoso artista, estampada en decenas ―casi un centenar― de muros, edificios derrumbados, solares yermos y basurales ha llamado la atención de transeúntes cubanos y foráneos por ese lenguaje visual difícil de clasificar pero al mismo tiempo bien personal, altamente inspirado, sugerente, provocativo.