LA HABANA.- “Mire, yo tengo el mejor abogado del mundo, Fidel Castro”, fue lo que respondió Roberto Molina. El juez de Inmigración de EEUU lo consideró una “falta de respeto” y lo deportaron a Cuba hace 16 años.
“Y el chiste me salió carísimo, pero eso fue lo que me salió. Yo no sabía que estaban deportando. Y vine a caer en esta dictadura”, dice Molina, quien ahora cree que hubiese sido más fácil pagarse un abogado y tragarse su insolencia y su falta de conciencia política. Tras su regreso a la Isla ha estado preso dos veces y, a sus 65 años, está a punto de estarlo una tercera.
Roberto cuenta que se fue en 1980, a los 27 años, y que lo deportaron más de dos décadas después porque, aunque él no se considera un delincuente, tuvo un accidente de tránsito, golpeó a una mujer y huyó. Cuando lo presentaron ante el juez había cumplido un año y medio de cárcel.
La vida que ha llevado desde su regreso involuntario ha estado atravesada por malas decisiones y por las leyes cubanas que excluyen a quienes no encajan con sus patrones. Es, quizás, uno de los primeros resultados del experimento que es “el hombre nuevo cubano”.
“Aquí me dicen ‘El Yuma’ porque viví en el Yuma”. Aunque nadie puede asegurar que en los Estados Unidos fuera diferente, la marginalidad ha marcado a Roberto Molina.
“Desde que estoy aquí me tienen asicado, me están persiguiendo, me quieren obligar a trabajar”. Cuenta de su intento por reincorporarse a la sociedad: “Cuando llegué a este país, que no se sabía nada de esto del turismo, fui a buscar trabajo con otros muchachos”. Rememora que era viernes el día que fue al Ministerio del Trabajo, “y el lunes íbamos para una fábrica que le dicen la Poligom, y ese lunes me sacaron del grupo”. Recuerda que le dijeron: “Tenemos órdenes de que usted no puede trabajar aquí”.
Aún hoy “lo que me quieren dar es barrer calles, abrir huecos en cementerios y ya yo estoy muy viejo para eso”. Además, “no les voy a trabajar a ellos (el Gobierno) porque ellos no pagan”.
La consecuencia es que “me han dado dos veces el peligro”, dice Molina. “En el 2010 me dieron 4 años, hice un año y 8 meses; y en el 2012, me dieron 2 años”, de los cuales, afirma, cumplió 11 meses.
“Y yo no soy ningún delincuente. Yo lo que me dedico es al turismo”. “El Yuma” dice reunir todas las condiciones: “Tengo relaciones, me comunico con los extranjeros por Facebook y hablo inglés porque estuve años fuera”.
Sin embargo, ahora se ha decidido a protestar porque le han prohibido entrar a La Habana Vieja.
“El 5 de enero me detuvieron y me llevaron para el punto 30 donde me metieron dos horas”, cuenta. “Éramos como ocho personas por lo mismo, por asedio al turismo, y nos dijeron: ‘Hoy se van a ir con acta de advertencia para sus casas, pero el que vuelva, va para los tribunales’”.
Sin embargo, “el viernes antepasado el jefe de sector me dice que quiere hablar conmigo y que debía ir a la unidad. Y me encierran en la 4ta, en el Cerro”. Compartió calabozo con varias personas que estaban allí por llenar fosforeras, por vender tamales, “por todas esas cosas que ellos (las autoridades) consideran que es un delito”.
A las dos horas lo soltaron, pero debe “ir a firmar” todos los días. “Es lo que ellos llaman un ok”, dice El Yuma.
Por su experiencia, no debe ir y no ha ido porque “en el 2012 me dijeron lo mismo y al tercer día me llevaron a juicio y me condenaron a dos años”. Pero esta vez tiene realmente miedo porque asegura que ya es un hombre viejo y enfermo, y que tiene papeles de la isquemia cerebral que le dio el año pasado.
“Tengo miedo de que me metan preso y que me vuelva a dar, y en esos lugares no hay medicina ni hay nada”. Habla de lo que él llama “campos de concentración de trabajo” a donde llevan a los reclusos considerados menos peligrosos.
“Allí eso es hambre, hambre, hambre. Las dos veces que he estado para allá he perdido 20 o 30 libras. No hay medicamentos, hay un botiquín pero es como si no lo hubiera porque no tiene ninguna medicina ni nada. Te levantan temprano, te cuentan como tres o cuatro veces al día”. Dice que la primera vez fue en Pinar del Río, la segunda en la 1580 y que al final ha estado en más de diez “centros” de ese tipo.
Pero no escarmienta, y vuelve a citar al exgobernante: “Fidel dijo que su mayor anhelo era convertir las prisiones en escuelas y lo que ha convertido todas las becas en prisiones, que es donde meten a todas estas personas por el peligro o por delitos que son boberías”.
“Esos lugares están en los campos más intrincados de la geografía de nuestro país y no existe un medio de transportación para si a uno le da un infarto”, describe.
“Aquí estoy como si fuera un prófugo”, añade, y narra cómo el jefe de sector se paró frente a su casa a gritar: “¿Dónde está El Yuma?”, y que su hermana salió en su defensa.
No obstante a los controles, cree que su mejor carta a jugar en todo este asunto es que el “asedio al turismo” no aparece tipificado como delito en el código penal cubano, y que se aplica como medida preventiva.
“Es absurdo que uno vaya preso por hablar con extranjeros”, opina. Las autoridades “no confían en mí porque viví años en los Estados Unidos y dicen que hablo muy mal de la revolución”.
“Cuando estuve en la 1580 había un señor con una crisis de asma y la gente empezó a gritar que había un hombre que se estaba muriendo, y el guardia que abre y cierra las puertas dijo que no tenía las llaves y el hombre se murió allí. Eso lo vi con mis propios ojos”. Es algo por lo que El Yuma no quiere pasar de nuevo: “No sobreviviría una prisión de esas”.
Molina cree que ha pagado con creces su error inicial: “Me he arrepentido muchísimo. Lo perdí todo: mi mujer, mis dos carros, mi dinero, para caer en esta perra dictadura”.