LA HABANA, Cuba.- A las siete de la mañana, un nutrido grupo de personas se amontonan en la parada de 15 y Dolores, en Lawton, Diez de Octubre, en espera del P2 que va desde El Cotorro hasta El Vedado. Cuando los más jóvenes lo divisan, corren de una esquina a la otra para tratar de engancharse. Algunos lo logran, mientras los que peinan canas esperan que alguno de estos ómnibus “dé en el blanco”, en la parada, algo bastante difícil en este horario.
Dos días atrás, José Rodríguez necesitaba estar temprano en el Oncológico, pues tenía un turno para su tratamiento de sueros citostáticos, pues padece de cáncer. Lo acompañaba su hermana Yara; pero, por mucho esfuerzo que hicieron les fue imposible alcanzar una guagua.
La situación de las guaguas que pasan y no se detienen en la parada es la misma en Boyeros, Diez de Octubre, La Lisa o Guanabacoa. Es por eso que, cuando esto sucede, se escucha a muchos decir: “Si pusieran inspectores, no tendríamos que esperar por un chofer que quiera parar donde corresponde”.
Pero no es este el único problema del transporte público en la capital. Son muchas y disímiles las dificultades que se afrontan en un ómnibus, y no todas son responsabilidad de los pasajeros.
En los ómnibus nuevos observamos huecos donde van las bocinas, el reloj digital, la radioreproductora. Los choferes llevan sus propios equipos, que en su mayoría reproducen una música molesta y estridente. Muchos asientos plásticos están rajados. También faltan los pasamanos, tan necesarios al subir para ancianos e impedidos físicos, los cristales y cierres de las ventanillas, los dispositivos para abrir y cerrar las puertas. Entonces nos preguntamos: ¿podrían los pasajeros sustraer todo este material durante el viaje? Pues es evidente que para ello se necesita tiempo y las herramientas adecuadas.
Desde hace tiempo quitaron a los conductores, que no solo cobraban y daban el vuelto, sino que también estaban atentos a la subida y bajada de pasajeros. Recuerdo que antes de 1959 esta figura era una autoridad dentro del ómnibus y su presencia inspiraba orden y respeto.
Tampoco sabemos por qué quitaron los inspectores, que frenaban la indolencia de muchos choferes. Puede que con ellos se pudiera evitar que estos pararan tan alejados del contén, para que todos, especialmente los ancianos y discapacitados, pudieran abordar con facilidad y no sufrieran accidentes ni tuvieran que auxiliarse de otras personas. Hace unos días Nancy, una anciana que padece de fragilidad capilar, tenía hematomas en ambos brazos. Me explicó que se los hicieron ayudándola a subir al P2.
Emma Fernández es una discapacitada que se queja de que los asientos de impedidos están rotos y sin señalización, por lo que con frecuencia se ve obligada a reclamar su derecho, pues generalmente no se lo ceden.
Me contaba un señor un accidente inconcebible que sucedió hace unos días a una pasajera en el P9 donde él iba. Cuando ésta se dirigía hacia la parte trasera, no vio un hueco que había en el piso de lo que llamamos acordeón en los ómnibus articulados, y por ahí se le fue la pierna hasta la rodilla. Los pasajeros empezaron a gritarle al chofer y por suerte este paró enseguida. Luego mi vecino supo que la señora se había fracturado el menisco, por lo que hubo que operarla.
En el periódico Granma del 15 de julio de 2016, en el artículo “Empresa Provincial de Transporte de La Habana desea solucionar problemas con los pasamanos en sus ómnibus”, se afirma que “se realizarán conversatorios con los choferes (…) acerca de cómo deben comportarse o tratar a la población al subir, bajarse y dentro del ómnibus, es decir los sensibilizamos hacia el trato que deben tener con todas las personas (…) También se les explica que nuestra población ha envejecido y necesita de nuestra protección y cuidado”.
Y aunque puedo atestiguar la grosería y el maltrato de gran cantidad de choferes, no puedo evitar pensar que muy mal anda nuestra sociedad, en verdad, si hay que dar charlas para intentar que entiendan algo que deberían saber no ya desde el propio entrenamiento profesional, sino desde la cuna, y deberían practicarlo como parte de su comportamiento habitual.