LAS TUNAS, Cuba.- Fidel Castro cumple 90 años este 13 de agosto dejando a sus seguidores, y, a Cuba toda, un profuso legado en el macuto de sus ambivalencias.
Existen afirmaciones de Fidel Castro de vieja data y carácter radicalmente opuesto, como aquella de 1959, cuando dijo de una revolución cubana “tan verde como las palmas”.
Negaba así su filiación comunista, pero tan temprano como el 16 de abril de 1961, otra era su confesión: “Ésta es la revolución socialista y democrática de los humildes, por los humildes, para los humildes.”
Hoy constituye una broma, y de muy mal gusto, decir a los miles de ancianos cuya subsistencia depende de una jubilación de unos diez dólares al mes, luego de haber gastado la juventud en empresas castristas, que la revolución es “para los humildes”.
Aun así, quizás las más notorias ambivalencias de Fidel Castro no son la negación y la aceptación de la religión, la penalización y despenalización del dólar, o aquella donde, primero, pretendió producir diez millones de toneladas de azúcar en la zafra 1969-1970, para terminar desmantelando los centrales azucareros modernizados para esa cosecha.
Incluso, no es su contradicción palmaria haber transformado a médicos y enfermeras en mano de obra asalariada destinada a la exportación, cuando antes dijo hacer de Cuba “una potencia médica”, concluyendo los servicios de salud cubanos con apenas médicos y paramédicos y las farmacias con una ristra de medicamentos inexistentes.
Pese a los desastres socioeconómicos que implicaron esas incongruencias y ser las contradicciones de Fidel Castro más averiguadas, existen otras de mayor trascendencia, no sólo simbólica, sino también de resultados tangibles.
Que yo conozca, en dos oportunidades preguntaron a Fidel Castro cuál era su escritor favorito. Es esta aceptación-negación por omisión, la afirmación de carácter radicalmente opuesto a lo antes dicho, que, por su sencillez, mejor explica la improvisación del totalitarismo castrista.
Las respuestas dadas por Fidel Castro en esas dos entrevistas marcan, más que cualquier otra de sus actuaciones, el modo circunstancial de hacer del castrismo, dicen de su improvisación; dan respuesta al fracaso de una economía de comando, pero más que del fiasco empresarial estatista, dicen del empantanamiento ético de la nación cubana, donde la palabra “robar”, fue sustituida por un eufemismo: “resolver”.
Así, la noche del 6 de febrero de 1984, Fidel Castro, que jamás había concedido una entrevista para hablar de literatura, y menos a un periodista cubano, concedió audiencia en el Palacio de la Revolución al escritor Norberto Fuentes, para hablar de Hemingway y de la influencia de los libros de Hemingway en Fidel Castro.
“¿Es cierto que Hemingway es su autor favorito?”, preguntó Fuentes.
“Sí, sí lo es. Y la primera razón por la que me atrae es por su realismo. Porque me lo hace ver todo con suma limpieza y claridad”, afirmó Fidel Castro.
Pero la afirmación categórica perdería credibilidad ocho años después.
Entre el 18 y el 20 de abril de 1992, Fidel Castro fue entrevistado por Tomás Borge. Borge, un comandante de la revolución sandinista, tituló la entrevista Un grano de maíz; fue publicada por la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1992.
En la página 275 Borge pregunta a Fidel Castro: “Si tuviera que seleccionar un autor de obras literarias como su autor predilecto, ¿cuál sería?”
“Cervantes”, afirmó Fidel Castro.
“Lo dijo sin vacilar”, comentó Borge.
“No tengo ninguna duda”, reafirmó Fidel Castro.
El capítulo 13 de Un grano de maíz se concentra en “De libros y lecturas”. Va de la página 263 a la 281, pero en ninguna de ellas Fidel Castro menciona a Hemingway ni a sus libros.
No menciona la novela Por quién doblan las campanas, de la que apenas si ocho años antes, Fidel Castro dijo a Norberto Fuentes que “el libro se convirtió en algo familiar”.
A los estadounidenses Jones y Mankiewicz Fidel Castro dijo de Por quién doblan las campanas: “esa novela de Hemingway fue una de las obras que me ayudó a elaborar tácticas para luchar contra el ejército de Batista”.
Pero la contradicción de Fidel Castro de mayor latitud, la de mayor calado, concierne a la persona humana y no a meros seres de ficción. Cuando Norberto Fuentes lo entrevistó en 1984, Fidel Castro dijo: “La otra razón por la que yo aprecio a Hemingway tiene que ver con lo que yo llamaría su audacia. Pero es algo que no sólo admiro en Hemingway sino en todos los escritores. La audacia de decir las cosas, de descubrir y exponer el sentimiento y el paisaje humano, y la audacia de hablarle a miles o millones de hombres de diferentes generaciones, e incluso de diferentes épocas”.
Desdecía Fidel Castro una sentencia suya de junio de 1961, ejecutada ininterrumpidamente hasta el día de hoy, no sólo en la persona de los intelectuales cubanos, sino en Cuba toda, en todo lo cubano, allende los mares, que debió llamarse “Mordazas de la nación” en lugar de Palabras a los intelectuales.
Aquella vez, en lugar de “la audacia de decir las cosas”, Fidel Castro sentenció: “Dentro de la Revolución: todo; contra la Revolución, ningún derecho. Y esto no sería ninguna ley de excepción para los artistas y para los escritores. Este es un principio general para todos los ciudadanos”.
“Ab uno disce omnes”, dijo Virgilio. Cierto: cualquier rasgo distintivo permite juzgar a determinadas personas.
Por las ambivalencias de Fidel Castro, más que enjuiciar sus caracteres de personalidad, podemos conceptuar un hecho histórico a la vista: durante más de medio siglo Cuba ha sido gobernada por el principio de un dicharacho: “Donde dije digo, digo Diego”.
Pero poca valía tiene ese chiste en un contrato de compraventa, si no se dice que “la deuda es impagable”, ¿no?, y todavía menos valor posee en las escuelas donde deben educarse nuestros hijos. Ahora, que a sus 90 años Fidel Castro va de salida, que de algo sirva la experiencia.