LA HABANA, Cuba. -Más agudo que la escasez de casi todo en Cuba, el problema que nunca ha sido resuelto y no tiene visos de resolverse es el del transporte público.
Dicen que antes de 1959, las guaguas de la capital demoraban entre 2 y 4 minutos en pasar, que en raras ocasiones venían llenas, sin asientos disponibles.
No viví esa época. Mi experiencia personal, al igual que la de millones de cubanos nacidos después del triunfo de la revolución, es de ómnibus sucios, atestados, y que pueden demorar en pasar por la parada lo mismo quince minutos que más de una hora.
En la parada ubicada en el Parque Dolores, ubicado en la avenida del mismo nombre, en la barriada de Lawton, municipio capitalino Diez de Octubre, hace unos días escuché a las siete de la mañana, el siguiente diálogo entre el chofer de un ómnibus atestado de la ruta 69 y una inspectora estatal.
-¡Oye! ¿Qué pasó? Estás atrasado y no puedo con la gente- dijo la inspectora.
– Hay tres guaguas rotas y esto no da pa’ más. ¡No puedo cargar ni uno! Me voy…
El chofer arrancó, partió y lo hizo entre los insultos y denuestos de los pasajeros que quedaron frustrados en la parada.
Recientemente esa parada estuvo sin inspectora durante un tiempo, lo que aumentó las posibilidades de que el ómnibus no se detuviera en la parada, incluso, sin estar excesivamente lleno.
Los argumentos que desde las esferas oficiales se dan para tratar de explicar y justificar lo anterior inexorablemente se basan en el embargo norteamericano y sus efectos en el transporte. No se dice que la desorganización y la administración torpe y deficiente que el estado impuso, solo aporta lo único posible: otro desastre más en la lista.
Como paliativo aceptado, aunque tolerado con reservas, aparecieron los boteros. Estos, aunque constituyen la solución salvadora, -limitaciones aparte- la pasan mal. Pero bueno, en Cuba la pasa mal todo el pueblo.
Los almendrones, esos automóviles norteamericanos, muchos con más de 60 años de uso ininterrumpido, son la prueba viviente y actuante de las infinitas posibilidades que el ser humano puede desplegar para sobrevivir.
En la convivencia forzada en estos almendrones, se desarrollan interesantes tribunas espontáneas de opinión, en que el gobierno siempre sale muy mal parado. Si quiere oír opiniones espontáneas contra el gobierno, invierta diez pesos y aborde un botero.
En un almendrón escuché a un pasajero dar una opinión que cerró todo un ciclo de intercambios: -Lo único que nos hace falta son dos entierros y a la bomba cochero. ¡Que se mueran los dos y resolvemos!
Dos pasajeros asintieron con movimientos de cabeza. El chofer, un hombre de unos 60 años, quedó silencioso. Luego de bajarse los otros pasajeros, me dijo con expresión preocupada: –Uno no está para buscarse problemas. Tú no sabes quién se monta en el carro…
Más allá de las soluciones técnicas innovadoras, los boteros se las arreglan para sobrevivir frente a inspectores y policías corruptos. Lo hacen frente a la desidia de quienes no quieren ver un problema en el transporte público, porque tienen carro. Primero fueron Alfa Romeo, luego Ladas y en la actualidad, Peugeot o Geely de factura china. Ellos no tienen problemas de transporte y desde su óptica, el problema está en vías de resolverse. “Están trabajando en base a eso”, como dicen.
Cuando era niña escuchaba a mis mayores hablar de que todo estaría resuelto cuando el metro de La Habana fuera construido. Lo único que quedó de todo aquello han sido los huecos, que se sumaron a los que cavaron para la guerra que nunca fue, porque de metro o ferrocarril subterráneo no hubo nada. Todo quedó así, en la nebulosa de aquellos planes quinquenales que nunca llegaron a parte alguna y que dieron al traste con aquel inservible “socialismo real”, que tanto costó a tantos, mientras duró en Europa del Este.
El transporte público logró durante el Periodo Especial lo que nadie pensó que pudiera ser posible: que todo empeorara más. Nos demostró que en Cuba todo puede empeorar. El límite para lo peor aún no está establecido. Así será, mientras gobiernen los mismos que lo han hecho durante las últimas cinco décadas.
Quizás con mucho optimismo podría servirnos de consuelo lo que dijo un periodista oficialista para resaltar los “logros” del sistema educacional: que en Cuba se veían los taxistas de mayor nivel educacional del mundo. Decía: “Usted puede ser conducido por un economista, un abogado, un ingeniero o un médico altamente calificado”. Todo visto como un logro o una conquista de la revolución.
En igualdad de condiciones con el problema por antonomasia para el gobierno castrista, el desayuno, el almuerzo, y la comida, el otro lugar de honor lo ocupa el transporte público. Es otro problema sin solución. Por supuesto, también por culpa del ‘bloqueo’ yanqui.