LA HABANA, Cuba -Pedro Perogurría, residente en Camagüey, estudia en Santiago de Cuba, a unos cuatrocientos kilómetros de su casa. Regresaba a su lugar de estudio una vez concluidas las vacaciones escolares. En el trayecto pidió al chofer del automóvil detenerse en una terminal de ómnibus para usar el retrete. Pero regresó desconsolado. Un cartel anunciaba: Cerrado por falta de agua.
Tuvo que viajar unos cien kilómetros más sin poder evacuar los intestinos, cuando de repente se desmayó y fue llevado al hospital más cercano. Una vez recuperado, los médicos le dieron de alta, pero para entonces Pedro había perdido el sentido del gusto. Los doctores explicaron que en esos casos en que colapsan los intestinos, se puede perder cualquier sentido. Cuenta Pedro que después de esto, comía porque tenía hambre, pero no sentía gusto por las comidas. Aunque, afirma, peor hubiera sido perder la vista.
El problema de la falta o mal funcionamiento de baños públicos en Cuba ha alcanzado dimensiones críticas. En la capital del país, La Habana -con 2,148, 132 millones de habitantes, según estimados de 2008-, se arrastra esta situación por décadas sin solución. Lo cual también influye en el deterioro de la higiene en espacios públicos, pues muchas veces obliga a los ciudadanos a orinar o defecar detrás de cualquier arbusto o bajo la escalera de algún edificio.
A Osmany Padrón Matos, residente en Guanabo, Habana del Este, lo sorprendió la policía cuando orinaba detrás del muro de una parada de guaguas. Fue detenido, multado y le hicieron un acta de advertencia como exhibicionista, que le aparece como permanente antecedente policial. Pero en Guanabo no existen baños públicos.
El conflicto, como parte de la higiene pública, parece importar muy poco a las autoridades. Cuentan como excepciones los baños de aeropuertos, o de las terminales nacionales de ómnibus y de trenes, viejas construcciones por lo general, que mantienen intacto el servicio higiénico de antaño, aunque ya desparecieron las duchas para quitarse el polvo del viaje.
Los representantes de la Administración del Poder Popular de La Habana se han lavado las manos al transferir el antiguo e insoluble problema a trabajadores particulares, quienes se han encargado de montar rústicos baños improvisados y pagan doble impuesto: por sus patentes y por el arrendamiento de local. El precio por uso del urinario es 1 peso. Antes fue veinte centavos. La recaudación es para el cuentapropista.
Por otra parte, gerentes y empleados de hoteles, tiendas o edificios públicos no admiten que personas ajenas a sus establecimientos hagan uso de los baños de estas instalaciones. Alegan que no reciben paga por limpiar lo que otros ensucian, o que no hay agua para descargar las tazas.
Una trabajadora de un baño en el Boulevard de San Rafael, de Centro Habana, cuenta que al oscurecer tiene que cerrar el local, por carencia de bombillos, los cuales el Estado no provee. Tampoco hay jabón para lavarse las manos, ni detergente, desinfectante, desodorante de pisos, escobas, o trapeadores. Representantes estatales alegan que el cuentapropista tiene que comprar esos artículos.
José, un jubilado y trabajador cuentapropista, arrendador del baño público en Águila y Virtudes, Centro Habana, accedió a ser fotografiado y explicar: “El pago por jubilación no alcanza ni para comer y saqué licencia para atender este baño. Generalmente no tenemos problemas con el agua, que nos suministra el antiguo bar `El Mundo´. Los insumos de higiene los compro con el dinero que recaudo. El baño permanece abierto las horas del día que puedo dedicarle, pero siempre cierro de noche. Usted me pregunta dónde el público resuelve sus necesidades por las noches, pues, no sé decirle, me imagino que lo harán en cualquier rincón, según el apuro que lleven”.