LA HABANA, Cuba. – Que Margaret Chan, Directora General de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en esta nueva visita a nuestro país, ponga como ejemplo el sistema de salud cubano para el resto del mundo, desconociendo las denuncias sobre el desastroso estado de este sector, resulta asombroso, aunque ya es una costumbre suya tan arraigada como la de llamar Comandante en Jefe a Fidel Castro con tanta devoción como si del Gran Timonel se tratara.
Pero que exhorte al gobierno cubano “a que no cometa los errores que otros gobiernos han cometido en el proceso de modernización” y a que cierre el paso a la comida chatarra porque va a hacer mucho daño a sus niños”, suena a delirio ignorante o a sarcasmo desnudo.
Que hable así da a entender que ella sabe qué come la mayoría de los niños cubanos; o sea, que conoce los elogios que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) han hecho sobre los “desvelos” del castrismo para nutrir adecuadamente a los infantes.
No debiera pedirle la Directora General de la OMS al gobierno cubano que le cierre el paso a la comida chatarra. Debiera exhortarlo a que abra el paso a la comida, sencillamente, y deje de distribuir tanta comida chatarra como las croquetas que se venden en moneda nacional o el picadillo de soya y la mortadella normados, para no hablar del picadillo “de res” que despachan a los niños menores de catorce años y que no es más que restos de quién sabe qué.
Con esa chatarra a veces incomestible y para colmo escasa, y otras variantes que aparecen o se inventan porque necesidad obliga, sobreviven nuestros niños día tras día y año tras año, presentando, por supuesto, elevados índices de desnutrición y de anemia que oficialmente se niegan, como se niega el hambre.
¿Y a la Dra. Chan le preocupa que en Cuba entren McDonald’s, Kentucky Fried Chicken y Burger King? Claro, es mucho más saludable, más naturista y más políticamente correcto que un niño desayune un minúsculo pan duro y un vaso de agua con azúcar.
Pero esas declaraciones, aunque ridículas, no son nada tan grave como las declaraciones que no hace. Como lo que calla, pues resulta imposible que la Dra. Margaret Chan desconozca cuán desactualizadas están las estadísticas sobre la situación epidemiológica que el gobierno de Cuba informa a la Organización Mundial de la Salud, de la que ella es Directora General.
Desde que fue nombrada en 1994 Directora de Salud de Hong Kong, su ciudad natal, la Dra. Chan puso en marcha nuevos servicios para prevenir la propagación de enfermedades y promover la salud, e impulsó nuevas iniciativas para mejorar la vigilancia y respuesta a las enfermedades transmisibles, combatiendo con eficacia los brotes de gripe aviar y de síndrome respiratorio agudo severo. En 2003 se incorporó a la OMS y en 2005 fue nombrada Directora del Departamento de Protección de Enfermedades Transmisibles. En 2007 comenzó a dirigir la OMS y, reelegida en 2012, y confirmada por la Asamblea Mundial de Salud, será Directora General de la OMS hasta junio de 2017.
Esta organización de la ONU —que define la salud como “el grado en que una persona puede llevar a cabo sus aspiraciones, satisfacer sus necesidades y relacionarse adecuadamente con su ambiente”—, además de ofrecer servicios de carácter orientador y técnico, se dedica a acopiar y difundir información sobre todo tipo de epidemias. En este trabajo se ha destacado de tal manera que, en el año 2009, bajo mandato de la Dra. Chan, la OMS recibió el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.
Pero no hay el menor indicio de que a esta alta funcionaria de la ONU le preocupe, por simples razones de su experiencia y de la labor para la que ha sido elegida, que en Cuba los medios oficiales oculten la propagación de enfermedades letales como el dengue hemorrágico o el cólera, y que la población se encuentre absolutamente en manos de la voluntad de un gobierno que enfrenta inadecuadamente estas epidemias, desatendiendo las condiciones higiénico-sanitarias de las comunidades, y que, para colmo, lo primero que hace es esconder la realidad de lo que sucede, divulgar solo algunas medidas profilácticas y mentir sobre las cifras de enfermos y fallecidos.
No es de extrañar este silencio, sin embargo, pues ya en 2012, por ejemplo, en una visita que coincidió con la del Papa Benedicto XVI, Margaret Chan tenía tanto apuro por elogiar la política sanitaria cubana que no esperó siquiera a haber salido del aeropuerto para deshacerse en alabanzas. A la hora de irse, se llevaba un cuadro original de Flora Font (de ascendencia china, por esa manía étnica con los visitantes distinguidos) y toneladas de datos sobre las maravillas de la salud pública de la Isla, faro del mundo.
Esta vez —en su tercera visita— se reunió ampliamente con sus queridos comandantes, acompañada ahora por Carissa Etienne, directora de la Organización Panamericana de la Salud, también una arrojada admiradora del querido Comandante en Jefe y Compañía, esos ancianos que le han hecho comer a la Dra. Chan —y a otros muchos de apetito parecido— la chatarra de que a sus años, y a estas alturas, ellos se encuentran “en proceso de modernización”.
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