LAS TUNAS, Cuba.- Las palabras del general Raúl Castro parecen resonar cuales chirridos, brotando desde las profundidades de una caverna, en los oídos de quienes nada o muy poco tienen que poner en sus calderos, desde el ya lejano día cuando el general afirmó que “son más importante los frijoles que los cañones”.
Pobres de los hambrientos. La frase que bien pudo quedar acuñada en la Historia de Cuba como el fin del armamentismo y el comienzo de una agricultura próspera concluyó como tantas otras palabras del ahuecado discurso oficial: pura retórica del general Raúl Castro.
Todavía en Cuba hay más tanques de guerra, cañones autopropulsados, carros de combate, transportes blindados, vehículos anfibios y toda suerte de medios de combates para las tropas de infantería mecanizadas y artilleras, que tractores y arados para producir alimentos en el campo cubano.
Pero tan abundante armamento, aunque regalado al régimen militar castrista por los comunistas rusos en diferentes momentos del pasado siglo, mantiene un elevado costo humano que, “sin prisa pero sin pausa” —y esta es otra frase del general Castro—, no cesa de adentrarse en los cubanos como si de un parásito voraz se tratara.
Por la Ley No. 1015 del 12 de marzo de 1962, fue decretado en Cuba el racionamiento de alimentos mediante una cartilla vigente todavía hoy. Racionamiento que con el paso de los años ha menguado en cantidad y calidad, al punto de transformarse en una cuota meramente simbólica más que en una canasta de abastecimiento alimentario limitado.
Pero así y toda su poquedad, esa menguada ración de alimentos de inferior calidad constituye el único abasto de comestibles para los ancianos jubilados que no cuentan con más entradas que su pensión (unos diez dólares al mes), o los empleados del Estado que “viven” de su salario (entre 20 y 50 dólares mensuales).
En ese contexto los cubanos más afortunados vieron llegar este 16 de octubre, Día Mundial de la Alimentación, con menos de dos dólares al día (índice de pobreza), en un país con dos monedas nacionales pero de economía real dolarizada, aunque a un billete se le llame peso cubano y a otro, eufemísticamente, “peso convertible”.
Este sábado, largas colas de personas ansiosas por adquirir algún producto del campo era el panorama dominante en el mercado agropecuario de Puerto Padre, donde sobraron clientes y faltaron mercancías. Pero ese panorama local podemos encontrarlo en cualquier ciudad o pueblo de Cuba.
Ahora se achaca la falta de productos agrícolas a los destrozos causados por el huracán Irma. Antes del ciclón se achacaron las carencias a la sequía; luego del derrumbe de la Unión Soviética y del llamado “campo socialista” se atribuyó nuestra falta de comida al hecho de quedarnos sin mercado para nuestra azúcar, y, después de esa hecatombe, todo nuestro desabastecimiento es obra y gracia del “bloqueo del imperialismo yanqui”.
Pero lo cierto es que si en el campo cubano faltan silos y agroindustrias para almacenar y procesar las cosechas para tenerlas fuera de temporada o en época de carestía, sobran y en demasía los dirigentes del Partido Comunista de Cuba (PCC), quienes recorren la campiña cubana como si ellos fueran maestros de escuelas y los campesinos muchachos descarriados que no se aplican lo suficiente.
“Hay que sembrar más, hay que producir más”, es la cantilena de los jefes del PCC cuando inspeccionan las fincas de los campesinos. Pero ningún cuadro (dirigente) del PCC dice a los campesinos donde hay un almacén con herramientas, semillas, fertilizantes e insecticidas a buenos precios para que así los campesinos produzcan más y puedan vender sus cosechas a precios justos.
Lo que llaman “paquete tecnológico”, son los insumos apenas suficientes para sembrar, cultivar y cosechar un sembrado que, inexcusablemente, el campesino está obligado a vender al Estado. Campesino que no contrate su producción con el Estado, no tiene derecho a “paquete tecnológico”, esto es, semillas, fertilizantes, insecticidas, fungicidas y combustibles para la labranza del terreno y el regadío.
Lo risible del caso es que luego de exigir a los campesinos producciones abundantes, en no pocas ocasiones las cosechas se pudren en el campo o bien porque la empresa comercializadora estatal carece de huacales y bolsas donde empacar los frutos, o no poseen combustible, o porque no cuentan con suficientes camiones con que transportar las cosechas del campo a la ciudad.
Es el caso del Combinado Cárnico de Puerto Padre, en Las Tunas, que poseyendo un poco carne de cerdo en sus neveras la semana pasada, las carnicerías no contaban con esa mercancía para venderla a la población por ineptitud no sólo de quienes debieron comercializar esa carne, sino también por la inacción de la “vanguardia” fiscalizadora de esa y todas las tareas en Cuba, valga decir el omnipresente PCC.
Entre los objetivos de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) al establecer el Día Mundial de la Alimentación concibió “estimular una mayor atención a la producción agrícola en todos los países y un mayor esfuerzo bilateral, multilateral y no gubernamental”.
Pero en honor a la verdad, el representante de la FAO en Cuba, presente en todos los actos gubernamentales —como si de un funcionario local se tratara y no de un representante de un organismo internacional—, poco, muy poco ha conseguido en Cuba para, con un “esfuerzo bilateral, multilateral y no gubernamental”, incrementar la producción de alimentos sin la intervención del Estado monopolista, que actúa como ente empobrecedor en lugar de incentivador de riquezas.
La prueba de lo que acabo de afirmar nos la ha revelado con toda crudeza el huracán Irma. También entre los objetivos de la FAO al promover un día en que se incentive la producción de alimentos está “promover la participación de las poblaciones rurales, especialmente de las mujeres y los grupos menos privilegiados (y en Cuba la población campesina lo es) en las decisiones y actividades que afecten sus condiciones de vida”.
Y nada afecta tanto las condiciones de vida de una familia como la precariedad de su hábitat. Y por estos días hemos visto las precarias viviendas de los campesinos arrancadas de cuajo por los vientos del huracán. Y hemos visto a los generales Ramón Espinosa y Joaquín Quinta supervisando las zonas de desastre, donde se construyen “nuevas casas” para los campesinos… con tablas de palmas derribadas por el ciclón.
Demasiado pedir el del régimen militar que por más de medio siglo ordena y manda en Cuba: manteniéndose a horcajadas sobre sus cañones, exigen que en Cuba se produzcan frijoles.