LA HABANA, Cuba.- El pasado 11 de febrero apareció un reportaje en el periódico Juventud Rebelde (“Entre la ley y el desacato”) que daba cuenta de la alarmante escasez de productos agropecuarios que padecen los habitantes de la ciudad de Cienfuegos.
A raíz de las afectaciones ocasionadas por el huracán Irma en la región central del país, y con vistas a evitar la excesiva especulación con esas producciones, fueron topados en esa ciudad los precios en todas las formas de comercialización de los productos del agro, incluyendo los mercados de oferta-demanda que habitualmente comercializaban mediante precios libremente formados.
Mas, al parecer, las autoridades cienfuegueras han extendido demasiado el tope de precios, y lo que inicialmente se concibió como una medida para proteger a la población, ha devenido en una desesperación generalizada ante lo difícil que resulta encontrar viandas, frutas, hortalizas y cárnicos con que componer una comida variada.
Comenta una cienfueguera que muchas veces los vendedores ocultan los productos para no ofertarlos al precio topado, y si el cliente pegunta por ellos, tendría que pagarlos a un precio superior, que evidentemente sería el precio de mercado.
Sin embargo, al final del reportaje sus autores defienden el tope de precios, y argumentan que todo se solucionará cuando aumenten los niveles de producción, y lo contratado en el campo transite sin desviaciones hacia los mercados.
Movidos por la curiosidad decidimos recorrer algunos mercados estatales habaneros con precios topados, y después comparar su surtido con el estado de las tarimas del mercado de 19 y B, en la barriada del Vedado, el cual comercializa mediante la relación oferta-demanda. Entre paréntesis, y según entendidos en la materia, este mercado de 19 y B ha resistido el embate gubernamental contra los mercados de oferta-demanda —varios han sido cerrados en los últimos meses— debido a que allí compran personajes de la cultura oficial y diplomáticos de varias embajadas.
Los mercados estatales, en general, exhibían tarimas semivacías, y con productos de pésima calidad. Además de boniato, calabaza y yuca, es difícil hallar otros surtidos en ellos.
El mercado de 19 y B, en cambio, muestra en sus tarimas toda la variedad de frutas, viandas y hortalizas que propicia en Cuba la actual época del año; y los productos son de primera calidad.
Se evidencia que no son los niveles productivos del país los que únicamente definen la presencia o no de productos agropecuarios en los mercados. Porque topar precios provoca la desmotivación de alguno de los eslabones de la cadena producción-comercialización al no percibir los ingresos que proporcionarían unos precios libremente formados. El productor reacciona dejando de producir, mientras que el comercializador esconde los productos para después ofertarlos a un precio superior en la economía sumergida, o la “bolsa negra”, como solemos decirle los cubanos.
Llegar a un nivel de precios asequibles al bolsillo promedio de los cubanos pasa, por supuesto, por aumentar las producciones de los renglones del agro. Pero el asunto no queda ahí. El Estado debe esforzarse por eliminar la burocracia y la ineficiencia de sus mecanismos comercializadores. Así los mercados estatales podrán competir con los de oferta-demanda, sin necesidad de recurrir a un poco convincente tope de precios.