LA HABANA, Cuba.- Esta es la vida real para dos jóvenes cubanos que pertenecen a la clase proletaria.
Últimamente en Cuba se han definido cuatro clases sociales: los desahuciados, los proletarios, la clase de las remesas (familiares) y la clase alta (los nuevos ricos, los que tienen negocios privados exitosos; los gobernantes y sus familias, y las jineteras con mucho dinero).
Erick Padilla, aunque estudió gastronomía en su adolescencia, es músico autodidacto y trabaja en el Café París, restaurante ubicado en la calle Obispo, en La Habana Vieja. Integra, junto a otros amigos un conjunto de música tradicional cubana. A él le corresponden las maracas y las claves.
Ellos animan cada día el local desde las 12 hasta las 5 de la tarde. Este sitio es muy frecuentado por extranjeros básicamente, pues su carta tiene elevados precios.
Los músicos traen sus discos “quemados” (grabados domésticamente), que ofrecen al público en los pocos minutos de que disponen cuando recesan su actuación. “Pasan la cesta” o “perrean” para que les compren los discos muy baratos; que no es más que regalar parte de la cultura cubana a unos extraños, que posiblemente los vean como artistas de un espectáculo intrascendente. Al final del día, con suerte, los músicos se dividirán las ganancias: de 3 a 5 cuc diarios, que se llevarán para contribuir a la economía familiar, restándole lo que les cueste el transporte de regreso.
Este joven, además, integra la banda de rock Congregation, formada desde el año 2000. Toca el bajo y la guitarra. La banda actúa con frecuencia en el Maxim´s Rock, uno de los pocos sitios donde los fans a esta música pueden disfrutarla.
Cuando indago el porqué de tanto trabajo, él me cuenta que su hijo pequeño nació con un problema en la sangre, por lo que debe reforzar su dieta alimentaria constantemente. Así que todo se vuelve trabajo y preocupaciones. Solo los sábados puede estar con el niño y dedicarle más tiempo, pues se la pasa trabajando de sol a sol.
Va desde la música tradicional al sonido del Dead Metal; sonidos dispares, y de raíces tan diferentes, pero que constituyen el pan nuestro de cada día de este cubano que lucha por su vida y la de su familia.
Reciclado en varios oficios
Máximo se desempeña en la televisión como sonidista. A pesar de tener varios programas, casi no puede llegar a sobrevivir a fin de mes, pues tiene a su cargo sus padres, de más de 70 años; y por no tener hermanos, es su único sostén.
Su madre tiene el mal de Parkinson, y su padre es un mecánico retirado que tiene los achaques típicos de la vejez. Ambos con jubilaciones precarias. Él solo debe hacer frente a la situación miserable donde vive. Hace poco tuvo que vender unos sillones y una mesa para poder pagar unas cuentas atrasadas –le habían cortado el teléfono–, y también necesitaba comprar alimentos para la alimentación de su familia, consistente en arroz, frijoles y algún que otro vegetal o vianda, pues la mayoría de las veces, comen solo arroz con frijoles.
Es emprendedor e inteligente, y hace sus trabajos particulares los sábados y domingos, arreglando equipos electrónicos con las pocas piezas que consigue o le dan sus amigos, de equipos rotos o en desuso.
Vende un amplificador de sonido que él mismo ha creado: una fuente de computadora y un dispositivo interior, que permite conectar unos bafles para escuchar el sonido de la música con altos decibeles. Estos aparatos los ofrece en 10 cuc. También realiza cualquier tipo de trabajo de albañilería a domicilio.
Cuando me lo encuentro por la calle, siempre va apurado y desaliñado. Me confiesa que prefiere comprar comida a gastar en un desodorante o en unas gafas. Lleva hasta los zapatos remendados.
Estos son dos retratos vivos de jóvenes que en la actualidad cubana se pueden nombrar proletarios, sin caer en retóricas panfletarias, solo hay que observarlos para sacar conclusiones y preguntarnos: ¿qué otras oportunidades tienen?