VILLA CLARA, Cuba. -¡15 de Julio! ¡Día fausto, glorioso y luminoso, en que cortado el cordón umbilical que nos unía a nuestra cayosa madre Remedios, lanzamos al aire nuestro primer llanto melodioso y santo, y entramos en la gran constelación de las “Inquietas Villas”! Esas que, sin padecer de parálisis agitante, han sufrido este error de diagnóstico sin protestas ni gritos.
En conmemoración a nuestro nacimiento, sin dolores ni comadronas; de mi querida Santa Clara, viene a mi recuerdo aquella época pretérita en que tuvieron lugar las causas y las génesis de este abortado natalicio.
En aquellos felices tiempos, la peste bubónica y otras epidemias similares no estaban de moda. Tan fue así, que el puerto no fue cerrado nunca por los médicos. Los sencillos y humildes moradores de las costas solamente temían a la Peste de Piratas y Corsarios, que era la infección reinante y chic.
Y así, en una huída descongestionante, 18 familias del Cayo (hoy Remedios) decidieron veranear por prescripción facultativa del Dr. Francisco Drake. Tras larga jornada de caminata encontraron entre las orillas de las famosas aguas de los Pocitos y del Chamberí, que en aquella época estaban libres de los cocos y bacilos, un lugar saludable para establecer allí su sanatorio.
Y hallaron tan bueno y cómodo el lugar, y tan buenas las aguas. Y tan cansados de la caminata decidieron cobijarse, al fin, debajo de un frondoso tamarindo que en El Carmen había. Ahí armaron el altar, y el Señor Cura de la expedición dio la primera misa bajo el susodicho árbol.
La frescura del lugar o el polvo de las calles produjeron en el Clérigo una bronquitis catarral aguda. Con sus estornudos no hubo necesidad de sacar pipas de riego, dejando con esta ducha, bronquial y salival, bautizada y confirmada la nueva villa que ante sus pies nacía.
Parecía natural y lógico que, por los menos, viniera en la expedición algún médico o boticario para establecer una sucursal. Pero no fue así la cosa, pues el único que sabía algo de eso era, como es natural, el Cura, sabelotodo en este correcorre.
En este sentido su experiencia fue tanta, que cuenta Garófalo Mesa en su compendio de Historia que, al ver el Sr. Cura a los niños barrigones que comían tamarindo, temió por una indigestión en ellos, pero su asombro fue grande cuando percibió que los infantes se ponían flojos del vientre y empezaban a desgranar lombrices, las que por su color rojo subido no dejaban lugar a dudas sobre el valor medicinal del arbusto.
Otra afección que invadió a nuestros progenitores fue el pasmo. Debido al capitán pedáneo, quien creyó oportuno poner emplastos de San Jacobo, ungüento de La Magdalena y otras pomadas milagrosas sobre lesiones causadas por una contaminación de niguas (insecto parecido a la pulga).
El desarrollo ontogénico y filogénico de la recién nacida villa siguió su curso como la curva febril de un paludismo. Se extirpó el cáncer de la piratería y renació una circulación potente que trajo por consiguiente un rápido crecimiento, el cual, al entrar en la pubertad y por empeño de sus padrinos, le dio el título de Ciudad, lo que aumentó su fama y renombre.
Por esa época, la viruela y la fiebre amarilla creyeron oportuno hacernos una visita, lo que trajo como consecuencia el engrandecimiento del cementerio. Además de la fundación de una agencia de pompas fúnebres y la apertura de una Botica, bajo la experta regencia de Don Juan Cristo y Domingo Cardoso.
Así como el Egipto milenario, místico y piramidal tuvo siete plagas, nosotros, por no ser menos que ellos, tuvimos una sola que equivalía a las siete plagas egipcias elevadas al cuadrado. Esta plaga fue Don Valeriano Weyler. Pero afortunadamente una junta de médicos americanos ordenó una cataplasma de mostaza. En ella se suministraron unas píldoras de hierro que acabaron con la desdichada plaga, y con los mosquitos de la fiebre amarilla.
Después, alguna que otra convulsión ha sacudido a nuestra ciudad pero en general podemos decir que con todo y epidemias, boticas y médicos, hemos ido tirando en Santa Clara hasta nuestros días, en que subiendo poco a poco en la escalera del progreso, nos hemos puesto al pairo con todo lo moderno, desde la archimodernísima Federación Médica de Cuba hasta los Laboratorios Antirrábicos, que tienen rabia en la cumbre.
El optimismo revienta nuestras arterias, vamos viento en popa, y no nos faltan ganas de buscar otro histórico tamarindo, cobijarnos bajo sus menudas hojas, darle el título de cirujano Honoris Causa a nuestro conterráneo Presidente Provincial, “Limita” Corso, porque cual otro Tamarindus indica ha puesto las glándulas necesarias para “rejuvenecer” a Santa Clara en su aniversario 326.
Por lo de Limita, por lo de las glándulas, por lo del tamarindo, por lo de Santa Clara, y por si acaso, amén.