LA HABANA, Cuba.- Aunque los jóvenes cubanos no han olvidado el valor del matrimonio, esta opción está cada vez más lejos del alcance de muchos.
La semana pasada visité a mis amigos Emilia e Ignacio. Estaban transformando su vieja casa. Habían acondicionado en las habitaciones de atrás un pequeño apartamento para su hija, que se casa.
Constituir una familia para cualquier joven cubano es bastante difícil, porque la crisis económica, la falta de vivienda, así como la escasez de mercado laboral, impiden que la relación de pareja sea estable. En el 2012 la Oficina Nacional de Estadísticas e Información publicó en su página web que la proporción de personas con vínculo conyugal es de 56,8 % a nivel nacional, y que el 21,7 % declaró estar en unión consensual. También publicó que los matrimonios han disminuido desde 1992.
Claro que nuestros jóvenes también sueñan con tener un futuro feliz, encontrar un compañero o compañera que comparta sus ideales, casarse, tener hijos, y afrontar juntos tiempos buenos y malos. Las dificultades comienzan cuando no pueden independizarse de la familia y asumir la responsabilidad que conlleva el matrimonio.
Así piensa Carlos, un joven panadero de 34 años que hace cinco se casó con Madelín y decidieron ir a vivir al pequeño apartamento de la madre de él. Hacía algún tiempo que Carlos estaba solo, pues la madre residía en Sancti Spíritus. Pensaron que sería más fácil que vivir en la casa de ella, con sus padres y hermanos. Esta pareja tiene una niña de tres años que nació prematura, con bajo peso y problemas de locomoción, por lo que necesita mucha atención de ambos padres.
Desgraciadamente, la tranquilidad de la familia terminó cuando la madre de Carlos regresó, y además con una hermana. Las discusiones se hicieron frecuentes y acabaron con la buena convivencia. Madelín se vio precisada a regresar para la casa de sus padres, por lo que ahora viven separados. Al principio Carlos iba todos los días a verlas, pues sabe que su niña necesita cuidados especiales, y aunque sigue apostando por vivir con su esposa e hija, su situación económica no le permite adquirir una vivienda, además de que Madelín no puede trabajar por la salud de la niña.
Otro caso es el de Ismaris y Rafael, que vivían juntos, aunque no estaban casados. Cuando llevaban casi un año saliendo, la madre de él les propuso ir a vivir con los abuelos, sus padres. Los primeros meses, ella se encargaba de la atención de los ancianos. Ismaris terminó la universidad y tuvieron un hijo. Pero poco a poco las cosas se complicaron, cuando la suegra se fue alejando y recayó sobre la joven la responsabilidad de la casa, el cuidado del hijo, y de los ancianos. Comenzaron las discusiones, la desilusión, y la pareja se separó.
Estas dos historias no son una excepción. Son solo un reflejo de la realidad que enfrentan las parejas cubanas. La propaganda gubernamental alega que el matrimonio como vínculo conyugal ha sido superado por la unión consensual. No obstante, en uno y otro caso las dificultades confrontadas van más allá del amor y la convivencia.
Les pregunté a varios jóvenes su opinión sobre estas dos formas de unión, y la mayoría afirma que están muy jóvenes para casarse, aunque sí les gusta vivir en pareja. Además, coinciden en que para casarse necesitan tener dónde vivir y recursos económicos para asumir los gastos que un matrimonio ocasiona.
Es importante señalar que la población reconoce el matrimonio como un vínculo estable; porque según algunos, cuando no media una unión legal hay menos responsabilidad. Al respecto comentaron en el periódico Granma del 25 de abril de 2014 la directora de Registros y Notarías del Ministerio de Justicia (MINJUS), Olga Lidia Pérez Díaz, y la especialista de esa dirección Dorinda González: “Es incuestionable la seguridad jurídica que brinda la formalización del matrimonio en el fortalecimiento de la familia como célula fundamental de la sociedad, la ayuda y respeto recíproco entre sus miembros”.
Agregaron que permanecer casados contribuye al cumplimiento eficaz por los padres de sus obligaciones con respecto a la protección, formación y educación de los hijos, y de los hijos con respecto a los padres, además ofrece protección desde el punto de vista de su régimen económico y los efectos sucesorios entre los miembros de la familia.