LA HABANA, Cuba, abril -Osvaldo Esteban Brito Amat es otro de los muchos cubanos, sobre todo jóvenes, que cada día se lanzan al mar en busca de un mejor futuro.
–¿Y los tiburones? ¿No les temes? –le pregunté mientras me contaba la odisea que pasó cuando intentaba llegar a las costas de Estados Unidos por segunda vez.
–Para nada. El que no se arriesga en la vida no triunfa. Los tiburones de aquí, de tierra, hacen más daño. Andan vestidos de policía y no te dejan vivir.
Todos le dicen Valdy y nació hace 41 años en Ben Tre, una de las varias comunidades pertenecientes al municipio de Bauta, provincia de Artemisa que colinda con Ciudad de La Habana.
Por su estatura, ojos azules y corpulencia, Valdy podría pasar por un norteamericano en cualquier lugar del mundo, aunque el sol haya oscurecido su piel y su manera de hablar sea muy cubana.
Presume de no haber sido nunca ejemplo de revolucionario, porque de niño no sentía nada en su corazón al repetir por obligación cada mañana, antes de entrar a clases: ¨Pioneros por el comunismo, seremos como el Ché¨. Dice que todo lo que se hace de forma obligatoria, deja de ser sincero.
–Creo que desde que nací, sueño con vivir en Estados Unidos –me dice-. Por mi madre no intenté irme mucho antes. Le prometía que no cometería la locura de irme de forma tan riesgosa. Pero mi madre murió hace un año. Ya no le causaré ninguna pena si me ocurre lo peor. Y si logro llegar, estoy seguro de que se pondrá muy feliz.
¨En Ben Tre, ese pequeño caserío donde vivo, apenas con unas trescientas personas, laborando en míseros conucos y en las peores condiciones de vida, son muchos los que recuerdan a los antiguos dueños norteamericanos de esas tierras en los años cincuenta del siglo pasado, los buenos salarios que ofrecían a los trabajadores y cómo las perdieron y se fueron del país cuando Fidel Castro se apropió de ellas, sin ofrecerles indemnización alguna.
¨Es la segunda vez que me tiro al mar, hace apenas diez días, por la playa El Salado, del poblado de Baracoa. Estuve a un kilómetro de las costas de La Florida. Casi que sentí el olor de Miami. Tan contento me puse, que abrí bien los ojos a ver si divisaba sus luces a lo lejos. Pero nos atraparon. Éramos varios, todos jóvenes y casi que lloramos cuando vimos a los guarda fronteras de los barcos de Estados Unidos sobre nosotros.
¨Nos trataron bien. Con respeto. Igual que las autoridades cubanas. Estas solo nos preguntaron por qué queríamos irnos. Yo dije la verdad: porque no me gusta el socialismo. Soy un pájaro de cuatro alas que quiere volar hacia la libertad. Ganar de acuerdo a mi trabajo, no limosnas que es lo que ofrece el gobierno cubano.
¨Yo trabajo por mi cuenta. Vendo con mi carretilla y mi caballo carne y patas de puerco, chicharrones, algunas frutas, lo que me dan a vender en la comunidad para ganarme honradamente la vida. Pero eso es un delito en Cuba. Por eso conozco la prisión. La conozco bien sin ser un delincuente.¨
¨Claro que me lanzaré de nuevo. Según dicen, a la tercera, va la vencida.¨
Me muestra la gorra que le regalaron en el barco de Estados Unidos, donde dice Florida. Para él, es como un trofeo por su acto heroico de enfrentarse a los tiburones en medio de la noche. Le pregunto si no cree que merecían ser acogidos en ese gran país y me mira con sus ojos tan azules, llenos de lágrimas.