LA HABANA, Cuba.- En Cuba existe un sistema de bonos para trabajadores estatales; una especie de regalía anual que consiste en pagar una suma de dinero en moneda nacional (CUP) para obtener cierta cantidad de puntos equivalentes al peso convertible (CUC) y comprar ropa, calzado y productos de aseo a precios bajos, en tiendas o almacenes destinados a tal efecto.
La bonificación y calidad de los artículos que se pueden adquirir varían según la productividad de cada Ministerio. Los que mayor ganancia reportan al Estado pueden obtener un bono de hasta 80 o 100 puntos, mientras los subsidiados no pasan de 50.
Siendo tan bajos los salarios en Cuba y tan elevados los precios en las tiendas, podría pensarse que para esta excepcional rebaja destinada al sector estatal, los establecimientos seleccionados son surtidos con una atendible variedad de productos de buena calidad. Sin embargo, cada año la esperada “compra por puntos” resulta peor; no solo por la drástica disminución del bono, sino además por lo reducido y horrible de la oferta.
La mala organización por parte del personal administrativo de los Ministerios obliga a los trabajadores a permanecer bajo sol o lluvia, durante horas, esperando su turno de comprar. En un mismo día acuden 200 o más personas, pero solo los primeros grupos tienen acceso a mayor variedad de productos. Durante el transcurso de la jornada no surten lo que se va agotando; de modo que los últimos trabajadores tienen que conformarse con los despojos.
La peor parte se la llevan las mujeres, que van y vienen perplejas entre tres o cuatro perchas donde cuelgan confecciones feas, calurosas y hediondas a moho que probablemente fueron retiradas como merma de las TRD (Tiendas Recaudadoras de Divisas), para venderlas a los trabajadores en son de gesto magnánimo por parte del gobierno.
Ya no hay colonias, perfumes, tintes para el cabello ni ropa interior de buen gusto; no necesariamente fina o elegante, simplemente bonita. Las “aguerridas federadas”, a la vista de tan limitadas opciones, acaban eligiendo prendas para hijos y maridos con tal de no perder los preciosos puntos que representan algún ahorro, aunque solo sea en pasta de dientes, calzoncillos, jabón y máquinas de afeitar desechables.
Es penoso que las empleadas del Estado, que cumplen jornadas de ocho horas y diariamente enfrentan la endemoniada dinámica del transporte público para llegar puntuales al centro laboral, no conozcan mayores consideraciones. Quienes deciden lo que se va a vender a los trabajadores no toman en cuenta los diversos grupos etarios, el tórrido calor insular o criterios actualizados en cuestiones de moda.
Ni siquiera una vez al año el gobierno cubano puede permitirse un acto de generosidad, algo que no es tan difícil como se cree, a pesar de la crisis económica de la Isla. Mientras los obreros, técnicos y profesionales deben conformarse con una reducida gama de artículos que no satisfacen sus necesidades ni gustos, mucha ropa, calzado, carteras y productos de perfumería se malogran en las TRD, donde son comercializados a precios exorbitantes que casi nadie puede pagar.
La compra por puntos no es una estimulación ni un premio. Es una ofensiva concesión que los trabajadores aprovechan porque “algo es algo” y antes que dejárselo al gobierno que ya es dueño de todo, mejor tomar cada uno la parte que le toca, por mísera que sea.
Y lo peor de este mezquino proceder es que el Ministerio de Educación no ha sido incluido en la escala de puntos en moneda dura. Son tan poco valorados los maestros cubanos que para ellos no hay ni cuchillas de afeitar a precios bolcheviques. Una vez al año les dan, si acaso, dos jabones, un pomo de detergente líquido y un tubo de pasta de dientes; todo sin bolsa plástica, que esa los profesores deben traerla de sus casas, previamente avisados de la fecha en que recibirán “el módulo de aseo”.
Laborar para el Estado -salvo quizás en el sector del turismo- es una carga penosa. Literalmente se trabaja para trabajar, pues casi la totalidad del salario se esfuma en transporte, merienda o almuerzo. El mero hecho de otorgar puntos para comprar ropa y aseo de pésima calidad, denota lo retorcido de un sistema que lo único que ha sabido repartir con equidad entre la clase trabajadora, es la pobreza.