El periodista y catedrático español Ignacio Ramonet, una de las voces más reconocidas de la izquierda europea, entrevistó al gobernante cubano Miguel Díaz-Canel. Durante el encuentro no hubo debate sobre temas sensibles ni afloraron los cuestionamientos que cabrían esperarse por parte de quien, sea cual sea su filiación política, observa con ojo crítico el ejercicio del poder.
Más bien lo contrario. Ramonet ofreció a Díaz-Canel un cómodo conversatorio durante el cual no surgió un solo desacuerdo. El mandatario cubano se dedicó a culpar al embargo y justificar la ineficacia de todas las medidas económicas tomadas por su gobierno con el “recrudecimiento de la política de Estados Unidos hacia Cuba”. La labor de su interlocutor solo consistió en asentir, redondearle algunas ideas y sugerirle expresiones que lo hicieran lucir un poco mejor.
Hablaron largo y tendido de la estrategia desplegada por el régimen cubano durante la pandemia de Covid-19, de los candidatos vacunales, los logros científicos y el envío de brigadas médicas a otras naciones. Del colapso del sistema de salud, el desabastecimiento crónico en las farmacias, la escasez de equipamiento e insumos en los hospitales -que continúa siendo una realidad- y la cantidad de personas que murieron en sus casas porque no lograron llegar al hospital, ni una palabra.
Deliberadamente Ramonet guardó silencio mientras Díaz-Canel culpaba al bloqueo por las muchas dificultades que el país atravesó durante la pandemia, sin cuestionar la decisión de invertir miles de millones de dólares en la construcción de hoteles y la importación de autos para el turismo cuando ni siquiera había ambulancias para trasladar a pacientes en estado grave hasta el centro de salud más cercano.
Con la misma actitud complaciente se tragó el cuento de que la inflación y la prevalencia del mercado negro de divisas son parte de un plan desestabilizador dirigido desde Estados Unidos. No se le ocurrió preguntar quiénes tuvieron la idea de aplicar la Tarea Ordenamiento en el momento más crítico de la pandemia, decidieron dolarizar parcialmente la economía con la creación de las tarjetas en moneda libremente convertible (MLC), desactivaron en un abrir y cerrar de ojos los ahorros de toda la vida de miles de trabajadores y, a contracorriente de las opiniones de renombrados economistas, establecieron una tasa fija de cambio de divisas que no se correspondía en absoluto con la realidad económica nacional.
Díaz-Canel señaló el 2019 como el año en que comenzó a deteriorarse un panorama socioeconómico que nunca fue saludable, pero se mantenía a flote. Habló de lo que quitó Trump y Biden no devolvió, pero no habló -ni Ramonet se lo preguntó- de todo el dinero que ingresó a las arcas del estado durante los ocho años de mandato de Barack Obama. Fueron miles de millones de dólares que nadie sabe dónde terminaron, pero está claro que no se invirtieron en salud, educación ni infraestructuras, pues de lo contrario hoy los hospitales, centros de estudio, termoeléctricas, sistema de transporte público y redes de abasto de agua potable no estarían tan deteriorados.
Tampoco indagó el periodista sobre el caso de corrupción que involucra al antiguo ministro de Economía, ni qué clase de sistema judicial permite que una joven sea condenada a quince años de cárcel por grabar con su celular un arresto violento, mientras un pedófilo -colaborador de la Seguridad del Estado- que abusó sistemáticamente de una niña recibe solo tres años de trabajo correccional sin internamiento.
Lo que sí hizo Ramonet fue permitirle a Díaz-Canel hablar de proyecciones a largo plazo como si el pueblo cubano, que ya sobrevive al límite, tuviera todo el tiempo del mundo para ver a este gobierno fracasar eternamente. Sin una sola interrupción por parte del catedrático, Díaz-Canel se teletransportó al futuro próspero y sostenible que nos vienen prometiendo desde 1959, donde tendremos soberanía alimentaria, las energías renovables cubrirán el 20% de la demanda, se exportarán grandes cantidades de crudo nacional, la digitalización llegará por fin a la administración pública y la inteligencia artificial transformará la producción de bienes y servicios.
Con la presentación de ese futuro hipotético, Díaz-Canel relegó el presente a un segundo plano. Esa ha sido siempre la lógica de la Revolución: sacrificar el ahora, la libertad y la vida de millones de ciudadanos en pos de un proyecto social que solo existe en palabras y contra el cual no se admite oposición.
Ramonet escuchó al gobernante negar la legitimidad de las protestas populares del 11 de julio de 2021, la existencia de presos políticos y la represión contra quienes se han manifestado en contra de la Revolución. Es una mentira tan descomunal como vergonzosa la pasividad con que el periodista la encajó, señalando además que la Constitución cubana reconoce el derecho a manifestarse, como si tal garantía fuese respetada.
La entrevista que devino en monólogo solo ha servido para que los cubanos se enteren de que ese Programa de Estabilización Macroeconómica que anunciaron como algo impostergable y que debía estar dando frutos desde ayer, se va a desarrollar durante los próximos seis años. Es decir, el régimen que ha hundido al país en una ruina muy difícil de remontar, se está dando un generoso margen de tiempo para rematar el desastre.
Para nosotros, que sabemos lo que hay y lo que se avecina, no es nada raro que Díaz-Canel delire o mienta con tanto aplomo. Pero que un respetado periodista, por muy comprometido que esté con los movimientos de izquierda, dé por buenas las declaraciones de un jefe de estado sin cuestionarlas ni buscar otras fuentes de información para llegar a la verdad de las cosas, dice mucho de cuán indigna puede llegar a ser cualquier profesión si se deja solazar por intereses ideológicos.
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