LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – Aunque en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba hubo algunos pronunciamientos racionales y fundadas críticas al funcionamiento de la organización, las medidas tomadas son insuficientes para sacar al país de la grave crisis que lo asfixia. Asimismo, persistieron los viejos dogmas que constituyen serios obstáculos para el desarrollo nacional. Así se reiteró no permitir la concentración de la propiedad, con el objetivo de bloquear el progreso de la iniciativa privada. A su vez, no obstante reconocer la necesidad de tener en cuenta el mercado en la actualización del actual modelo económico, se continúa priorizando la fracasada planificación. Para justificar ambas posiciones se alega la defensa de un socialismo inexistente.
En primer lugar habría que preguntar si existe alguna propiedad social en Cuba. En los últimos 50 años, con un sistema absolutamente centralizado y dependiente de una sola persona, el pueblo no ha tenido posibilidad alguna de que sus opiniones se tomen en cuenta en las decisiones gubernamentales. Incluso podría afirmarse que ni siquiera han existido verdaderos sindicatos, sino meros instrumentos de control de los trabajadores, siempre dispuestos a seguir los dictados del partido y el estado. Jamás estas organizaciones han protestado por las continuas violaciones de los derechos de quienes supuestamente representan y la explotación a que son sometidos, en un país donde el salario medio no sobrepasa los 20,0 dólares mensuales. Mientras en países “explotadores” los sindicatos tienen vida legal, derecho a protestar e ir a la huelga, en Cuba son actualmente utilizados para implementar el despido del 25% de la fuerza de trabajo ocupada. Por supuesto, ni pensar en organizar sindicatos independientes, demandar condiciones dignas de trabajo o reclamar el derecho a realizar huelgas; cualquiera de estas iniciativas puede terminar para quien las propugne en una larga temporada en la cárcel.
Aunque, según la doctrina oficial, el socialismo mantiene el principio “de cada cual según su capacidad, y a cada cual según su trabajo”, resultaría una tarea ardua encontrar un país que se aleje tanto de esos conceptos como Cuba. Hoy existe una inversión de la pirámide social, donde no predominan la capacidad, la laboriosidad o la creatividad, sino el nivel de clientelismo político, tener familiares en el exterior que envíen remesas o dedicarse a actividades ilícitas como el mercado negro o cosas peores. En estas condiciones florece la corrupción y una constante pérdida de valores espirituales y morales, incluida la erosión de la identidad nacional.
Si hubo logros en algunos sectores, como la educación y la salud pública, desde hace años están perdiéndose dentro del marco de una profunda crisis, calificada certeramente por el presidente Raúl Castro de haber llevado el país al borde del precipicio. Cuba, carente de productos para exportar, tiene que vender masivamente los servicios médicos y paramédicos. A ello se añade la falta de medicamentos e instalaciones en deterioro progresivo por la carencia de mantenimiento y reposición de los medios.
Igual suerte corre la educación. Aunque en los últimos tiempos se han aplicado políticas rectificadoras más racionales, persiste una situación muy difícil por el aventurerismo y el deterioro sufrido durante decenios. Una situación complicada ahora cuando al compás de las nuevas técnicas informáticas los sistemas de enseñanza a nivel mundial se transforman radicalmente, mientras en Cuba esas técnicas están vedadas por miedo a la “contaminación ideológica”. A causa de la decadencia en ambos sectores, avanza un proceso anárquico de privatización, donde la atención recibida depende crecientemente de las relaciones personales, regalos, pagos realizados por debajo de la mesa o servicios prestados fuera de las instalaciones oficiales.
Afirmar hoy que en Cuba existe una sociedad socialista es insólito. Resulta una ofensa a los cientos de millones de personas que en el mundo creen honestamente en la posibilidad de llegar a un estadio de desarrollo donde prime la fraternidad y las oportunidades de desarrollo para todos los seres humanos. Un objetivo social que a través de los siglos también ha sido anhelado por otras escuelas de pensamiento bajo diversos presupuestos.
Por otra parte, resulta inviable la formación de una sociedad socialista sin amplia democracia, en la cual los supuestos propietarios colectivos de los bienes puedan expresarse libremente y brindar sus criterios sobre las posibles opciones para administrar los pretendidos bienes colectivos. En Cuba eso es imposible, pues en el Artículo 5 de la Constitución se declara al partido comunista “fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado”, o sea, una elite por encima de los demás ciudadanos, a pesar de su conocido fallido accionar.
Podrá caminarse hacia una sociedad más justa, cuando se libere la iniciativa de los ciudadanos con la de participar democráticamente en los destinos del país. En modo alguno el desarrollo de la iniciativa privada dentro de un marco regulado puede verse como enemigo del progreso de la nación. Ella puede contribuir a la creación de puestos de trabajo, riquezas para el país -complementándose con iniciativas públicas- y, mediante el pago de impuestos razonables, contribuir al avance de servicios de utilidad colectiva, y así coadyuvar a la creación de oportunidades para todos los cubanos.