LA HABANA, Cuba, abril (173.203.82.38) – En una de sus más recientes Reflexiones, Fidel Castro expresó que el presidente Obama iba a tener que “inventar bastante” durante su visita a El Salvador, porque las armas y los entrenadores que Estados Unidos envió al gobierno de esa nación fueron los responsables del derramamiento de mucha sangre.
De inmediato viene a la memoria la Cumbre Iberoamericana celebrada en Panamá en el año 2000. Allí, cuando se trató el tema del terrorismo, y acostumbrado a salirse con las suyas en la mayoría de los foros internacionales en los que participaba, Castro acusó al gobierno salvadoreño de haber ayudado a Luis Posada Carriles.
Fue entonces cuando, apenas sin inmutarse y ante el asombro de los presentes, el Presidente de El Salvador, Francisco Flores, pidió la palabra para expresar: “Hemos tenido mucha paciencia con usted, señor Castro, porque usted tiene las manos manchadas con la sangre del pueblo salvadoreño”. Se refería, por supuesto, al hecho de que Cuba fue la auténtica retaguardia de la guerrilla salvadoreña en cuanto al suministro de armas y municiones, así como para el entrenamiento y la atención médica a los guerrilleros heridos.
Existen dos versiones diferentes sobre la culpabilidad por haber azuzado la guerra civil en ese país centroamericano; pero la Historia se iba a encargar de ubicar las cosas en su justo lugar. En 1992, una vez desaparecida la Unión Soviética, y de haber quedado sus antiguos satélites (Cuba, Viet Nam y otros) sin capacidad para estimular las guerras o intervenir militarmente en otros países, los guerrilleros salvadoreños depusieron las armas y firmaron la paz con el gobierno de su país, un paso previo para la posterior conversión del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en un partido político que lucharía por el poder por vías democráticas. O sea, con esa acción, la guerrilla daba a entender que no le asistía la razón para enfrentar militarmente al gobierno, y que en el fondo no había sido más que una pieza de Moscú.
Entonces, y a pesar de la algarabía que formen los detractores del gobierno norteamericano, en El Salvador y otros rincones de América Latina, no parece ser precisamente Estados Unidos quien deba pedir disculpas por el conflicto bélico que enlutó a esa sufrida nación.