Cuando militaba en la Asociación de Jóvenes Rebeldes, con tan solo 18 años, fue captado para pertenecer a los pelotones de fusilamiento. Recuerda que junto a él captaron a un grupo de 23 jóvenes, todos con edades entre 16 y 20 años.
Según afirma, a veces los ejecutores se apoderaban de sortijas y otras prendas de los fusilados.
Una vez fue acusado de contrarrevolución y llevado a la prisión del Príncipe. Cuenta que en el juicio estaba tan asustado que se defecó en los pantalones. Pensó que sería fusilado, pero salió absuelto. A pesar de ello, luego que salió de la cárcel, durante una semana tuvo que ir a firmar todos los días a una unidad de la policía.
“Estuve infiltrado en una banda contrarrevolucionaria y participé en varios operativos. En uno de ellos detuve a un cura, a quien le fueron confiscados en el sótano de la iglesia, explosivos y armas, además de un mapa donde estaban plasmados los lugares que serían volados”, refiere.
Fungió como investigador del MININT en la unidad policial de Guanabacoa, atendiendo casos de robos de autos y violaciones en la zona de las playas del este de la capital. Recuerda que una vez, cuando investigaba un caso de violación de una menor de 12 años, se violentó y con la culata de su pistola golpeó en la cabeza al detenido que interrogaba.
Ávila perteneció además a la Marina Mercante. Dice haber transportado armas y azúcar a varios países, entre ellos Angola, Nicaragua y Honduras. Afirma que a este último país, una vez fueron enviadas 10 mil toneladas de azúcar, que no fueron para el pueblo hondureño sino que fueron transportadas a un barco norteamericano que se encontraba fondeado cerca de su barco.
Ávila Herrera se retiró con 279 pesos de pensión. Vive agregado en una vivienda que es un pasillo con cocina y baño. Se decidió a contar su historia a la prensa independiente porque se siente muy decepcionado con el gobierno al que sirvió y por el que estuvo dispuesto a morir y matar.
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