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A 18 años del Maleconazo, escapar sigue siendo la solución

“A nadie le importa ya que Cuba cambie, la gente lo que quiere es irse p´al carajo”

LA HABANA, Cuba, agosto, 173.203.82.38 -De todas las reformas anunciadas por Raúl Castro la migratoria es la que más expectativa ha causado. A nadie le importa los resultados del  nuevo modelo económico, sus lineamientos políticos y las prohibiciones levantadas. Muchos aseguran que tales engendros están condenados al fracaso –como clásicamente ha sucedido–; con el tiempo continuará el empeoramiento de los niveles de vida y los cubanos mirarán al mar, como la única forma de salvarse de su miseria.

En 1994 tras la caída del muro de Berlín, la desintegración de la URSS y el súbito deterioro de la economía, las tensiones estallaron y se produjo la revuelta espontánea conocida como el Maleconazo, debido a que ocurrió en el Malecón de La Habana.  La lluvia de piedras lanzada por el pueblo ahuyentó a los esbirros del Contingente Blas Roca, la Respuesta Rápida y la Seguridad del Estado.  Carros policiacos fueron virados panza arriba, los helicópteros patrullaban la zona, la multitud embravecida rompió vidrieras y saqueó tiendas y mercados.

El regimen –ya desmoralizado– acarreó bidones de alcohol para emborrachar a sus secuaces y los incitó para que, sedientos de sangre, salieran a provocar a los habaneros.  Aquellos bárbaros gritaban consignas de apoyo a la dictadura y enarbolaban banderas.

La sublevación tenía matices peligrosos y, como válvula de escape, los Castro recurrieron de nuevo a la emigración masiva, levantando la prohibición a las salidas ilegales. A solo catorce años del éxodo másivo del Mariel, que permitió escapar a 125 mil cubanos en cinco meses, la dictadura necesitaba nuevamente una via para aliviar el descontento, y permitir que huyeran algunas víctimas fue de nuevo la solución. Las calles se llenaron de camiones cargados con balsas y multitudes invadieron las principales vías de la capital para escoltar amigos y familiares hacia las costas.

Fue tan grotesco el espectáculo que, Carlos Betancourt  un militante del partido de  75 años –recordó– haber comentado al secretario general de su núcleo partidista: “Yo soy revolucionario, pero esto es un desprestigio”.

El presidente Clinton respondió a la estrategia del dictador, ordenándole a su guardia costera que transfiriera a los balseros a la Base Naval de Guantánamo. Desde allí –según expresó– serían reubicados en terceros países.  Una vez más Estados Unidos se convertía en la válvula aliviadora del régimen y hacia sus fronteras escaparían más de 33 000 cubanos descontentos.

Dieciocho años después, La Habana sigue siendo una ciudad oscura, sucia, apestosa, colmada de derrumbes, salideros,  aguas albañales, baches; y poblada por un considerable número de ciudadanos irritables, prosaicos, consumistas, corruptos y desesperanzados. “A nadie le importa ya que Cuba cambie, ni que vuelva el capitalismo”  –dice Landy Torres, un joven de 28 años– “la gente lo que quiere es irse p´al carajo”.

Muchos miran con optimismo las reformas migratorias anunciadas por el régimen, porque en las mentes de los cubanos la solución sigue siendo la expatriación.  “Cuando apliquen la reforma migratoria” –dice Rodolfo Cárdenas, un cuentapropista de 45 años–  “la gente dejará de cuestionar la dictadura que nos ha precisado a comernos este cable”.

Al recordar el 5 de agosto de 1994, las opiniones están encontradas, algunos de los que vivieron aquellos momentos coinciden en que el levantamiento sólo  quería provocar un éxodo masivo como el de 1980, y no  derrocar al régimen. En realidad, no creo que hubiera objetivo alguno. El levantamiento popular del Malecón fue totalmente espontáneo, no planeado, sin líderes, ni objetivo predeterminado. Fue solo la expresión de la frustración del pueblo desesperado que ya no aguantaba más abusos y miseria. Fue el gobierno el que decidió canalizar esa peligrosa frustración permitiendo la huida de los más desesperados.

Algunos opinan que el presidente Clinton es el culpable de la supervivencia del castrismo, por su “mano floja” y por dejarse engatusar por el sentimentalismo y las presiones de la comunidad cubana en el exterior. José Antonio Pérez, un desocupado de 54 años, dice: “Los americanos no debieron haber permitido el éxodo, debieron responder con firmeza para que se generalizaran las revueltas por todo el país”.

Ricardo López,  un médico de 58 años, me dice: “Si la dictadura no tuviera siempre una válvula de escape, si el destino de Cuba no estuviera tan supeditado a decisiones foráneas, quizás hoy La Habana  estuviera poblada de rascacielos, con transporte público,  lumínicos por dondequiera, tiendas, victrolas, personas bien vestidas, automóviles, bulevares, escuelas, hospitales, tendríamos derecho a viajar libremente y acceso a canales satelitales, y a la internet,  a la prensa mundial, hubiéramos votado para elegir democráticament a varios presidentes , y yo celebraría el 5 de agosto, “el Día del Maleconazo”, tomándome un verdadero Cuba libre, con Bacardi y Coca Cola, sin que el nombre del trago resultara una ironía”.

Pablo Pascual Méndez Piña

Pablo Pascual Méndez Piña. La Habana, 14 de mayo de 1956. En el año 1976 se graduó de técnico medio en sistemas eléctricos industriales. Comenzó a trabajar en el Ministerio de Minería, y matriculó en el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría donde estudió un año. Fue llamado a filas para cumplir con el Servicio Militar General, transferido de inmediato al Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, donde trabajó como electricista. En 2005 comenzó a escribir y participó en un concurso de las bibliotecas independientes, donde obtuvo una mención.

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