LA HABANA, Cuba, abril (173.203.82.38) – Ada y Eva aún no se reponen de los tiempos difíciles, cuando tenían que disimular porque podían a prisión. Haciendo el amor en cualquier rincón, dándose un beso en algún baño público fortalecieron su relación. Ahora los padres de Ada, viejos y cansados, decidieron dar a la pareja un espacio para que construyeran una casa de diez metros cuadrados.
Cuentan que nunca siguieron “el mal camino”, que se defendieron con dientes y uñas del machismo y la homofobia. Dicen que no las ilusiona demasiado el trabajo que está haciendo el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) aunque reconocen que ahora viven menos atemorizadas, y tienen la sensación (solo la sensación) de que hay un lugar en donde protestar en caso de alguna urgencia.
Y es que las mujeres que aman a otras mujeres en Cuba tienen que enfrentarse a los mismos prejuicios que enfrentan los homosexuales hombres, perdidos todos dentro del calidoscopio de la discriminación.
Cuando fueron a verificar a Eva para determinar si la aceptaban en el nuevo trabajo, el pasado año, la presidenta del Comité de Defensa de su cuadra dijo: “Es muy activa, se lleva bien con los vecinos, pero vive con una compañera de su mismo sexo”.
Parece ridícula la observación, como para reírse. A Ada, sin embargo, le causó pánico. Recuerda, como si fuera ayer, las humillaciones que soportó en la universidad cuando la miraban y le cuestionaban sus capacidades intelectuales, debido a su preferencia sexual.
Por supuesto, que la protesta no salió de las paredes a medio hacer de su nueva casa, y el CENESEX nunca se enteró. El miedo todavía las paraliza.