LA HABANA, Cuba, mayo, 173.203.82.38 -“Nos tienen aislados. Es una desconsideración muy grande. Llevamos casi tres meses en este aislamiento, y no sabemos cuándo terminará la incomunicación”, dice Argelia García, de 85 años, residente en la playa Boca Ciega, al este de La Habana.
Lo mismo que Argelia, expresan su descontento varios cientos de residentes en esta villa turística, que tomó especial realce en la década de los años cincuenta, del pasado siglo, por su paradisíaca playa de arenas muy finas y blancas.
“Para hacer nuestras compras, solo disponemos de una bodega y de un kiosco de viandas, desabastecidos casi siempre. Para gestiones imprescindibles, como comprar alimentos, verduras, viandas, hasta las papas, ahora por cola, medicamentos, turnos médicos, correos, banco, gestiones en el Instituto de la Vivienda, reposición del balón de gas para cocinar… Todo tenemos que hacerlo en lugares muy alejados de la casa. Debemos cargar mucho peso, excesivo para mi edad, a lo largo de varios kilómetros a pie. Ni los vendedores ambulantes transitan ya por Boca Ciega, por la incomunicación. Eliminaron el transporte público por reparación de las calles y avenidas”.
Otro vecino refiere que los escolares de primaria y demás niveles también tienen que trasladarse a pie, en ocasiones varias veces al día. El barrio está lleno de escombros, por los materiales de construcción acumulados para las reparaciones; que marchan a paso de jicotea. Las vías están con el asfalto desbaratado, para reponer tubos de agua, electricidad, teléfono -alcantarillado no hay-, y baches con agua estancada, que atraen nubes de mosquitos y jejenes. Es el panorama que ofrece hoy esta playa natural, antes paradisíaca.
“Pero qué esperar –concluye el vecino-, si hasta el emblemático Puente de Madera del río Itabo, que nos identifica como patrimonio local, que Celia Sánchez ordenó construir, está ruinoso, en peligro, y, en vez de repararlo, prohibieron el tránsito de vehículos. Y eso que más de 25 mil veraneantes acuden diariamente en verano a estas playas”.
“Tengo que depender de mi nieta, estudiante universitaria, para cualquier gestión. Esperar a que regrese, cansada del esfuerzo del día y del viaje a La Habana, para que me acompañe, si estamos en horario de servicios, o para que ella haga los mandados”, dice García.
El problema está planteado, “entre otras instancias, a Matilde, delegada del Poder Popular, y a la Asociación de Combatientes de la Revolución, a la que pertenezco, pero no hay solución. Eliminaron las guaguas que pasaban por aquí, sin sustituirlas, como otras veces, por un trompo (ómnibus improvisado que daba viajes periódicos)”.
“La situación de incomunicación del vecindario –continúa García- me hace recordar que, siendo joven, pertenecí al Partido Ortodoxo, de Eddy Chibás. Como combatiente de la clandestinidad, nos lanzamos a la calle, junto al resto del pueblo, durante el gobierno de Batista, para protestar contra el aumento del pasaje por ómnibus. Se ganó la protesta y no hubo aumento. Pero ahora, ya ve, ni siquiera nos hacen caso”.
Tal vez porque no se lanzan a la calle, le digo yo.