LA HABANA, Cuba, abril (173.203.82.38) – Tradicionalmente, los comunistas en el poder prefirieron las elecciones en distritos uninominales con un solo candidato, método que Clement Attlee bautizó como carreras de un solo caballo. En Cuba, desde 1992, los diputados —nunca menos de dos— son escogidos por municipios o distritos, pero también aquí el número de candidatos iguala al de las curules.
Para este tipo de elecciones, los castristas idearon el “voto unido”: basta una cruz para sufragar por todos. Parafraseando al antiguo premier británico, son carreras de varios caballos en las que todos ganan.
Como diría un mexicano, falta lo mero principal: la posibilidad de escoger entre distintas propuestas políticas, de cambiar pacíficamente —llegado el caso— al equipo gobernante. O sea: en realidad no hay democracia.
Pero, según el marxismo-leninismo ortodoxo, lo anterior está reservado para “las masas”, pues se supone que dentro de la “vanguardia consciente”, es decir, dentro del partido único, rijan los principios del centralismo democrático.
Esta concepción teórica no deja de ser exclusivista, máxime cuando esa organización política es, por definición, elitista. En Cuba, por ejemplo, tiene unos 800 mil miembros; apenas el 7 por ciento de la población. Pero resulta que ahora se acabó la democracia incluso dentro del Partido Comunista.
Todo comenzó al escogerse a los delegados al congreso. No queriendo organizar elecciones generales internas, los comunistas criollos optaron por seleccionar a sus representantes en juntas compuestas únicamente por los secretarios generales de los núcleos del partido de cada municipio.
En definitiva, una vez designados los mil delegados al congreso, correspondió a la comisión organizadora (seleccionada de antemano ya se sabe por quiénes) elaborar una candidatura para el Comité Central.
El detalle final apareció en primera plana del diario Granma del martes. Se ven allí unas boletas en cuyo reverso supongo que aparezca la lista de candidatos. También quiero imaginar que los delegados que desearan votar solamente a favor de algunos de ellos (no de todos), podían hacerlo marcando el correspondiente rosario de cruces.
Pero lo cierto es que, en su anverso, las boletas tienen un círculo para realizar el “voto unido”. O sea: que el mismo sistema concebido para la plebe inconsciente, se aplica ahora también a los escogidos entre los escogidos, a la crema del propio partido.
¿Habrá optado alguno de los delegados por ejercer su derecho a votar únicamente por aquellos candidatos que considere dignos de ocupar puestos en el Comité Central? Me inclino por la negativa.
Sólo tenemos que imaginar a ese delegado-héroe apartándose del montón para ponerse a escoger entre una serie de nombres, mientras los demás marcan apresuradamente la cruz del “voto unido” y depositan la boleta en la urna; para colmo, sin siquiera doblarla. Si eso es una votación secreta…
Seguramente los actuales dirigentes recordaron al par de delegados que, en el congreso de Santiago de Cuba, no votaron por Fidel Castro; y al grupito de diputados a la Asamblea Nacional que eludieron marcar una cruz junto al nombre de Machado Ventura para miembro del Consejo de Estado. ¿Tal vez pensaron que en esta ocasión el número de disidentes podría ser mayor?
Mientras no me demuestren lo contrario, creeré que ese sistema de elección (de algún modo hay que llamarlo), representa una coacción grave, ejercida por el grupito de ancianos sobre el mismo partido al que atribuyen la condición de “fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado”.
Con Raúl Castro, el juego es al duro y sin guante, y para colmo, ahora también se han quitado las caretas.