LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -Se ha convertido en desdichada costumbre que muchos presentadores de la televisión cubana —tanto los de mediocridad tenaz como los de innegable carisma — traten a gran parte de los invitados a sus programas como “maestros”. Llamar así, por ejemplo, a Leo Brower o a Eliades Ochoa es justo, pero resulta desatinado dar el mismo calificativo a cualquier artista de fama momentánea o con cierta celebridad duradera aunque sin mayor trascendencia en la vida cultural, y por ello ese calificativo resulta ya devaluado en extremo.
No obstante, tratar a Ángel Vázquez Millares como maestro es usar el término exacto, y no solo porque su voz y su magisterio sean un emblema de CMBF, Radio Musical Nacional, emisora fundada en 1948 en La Habana para difundir principalmente música clásica, y que quizás nunca ha tenido una audiencia de cientos de miles, pero que sí cuenta con un número considerable de oyentes que no solo son fieles al espíritu de la emisora, sino que también colaboran celosamente para el enriquecimiento de su archivo musical.
Pese a que CMBF resalta como una “anomalía” dentro del sistema mediático cubano, la mera idea de cambiar su perfil significaría desnaturalizarla, casi lo mismo que clausurarla, lo cual podría considerarse otro desastre cultural más en la larga lista de la política cultural revolucionaria, ya que esta radiodifusora, aparte de la llamada música culta, tiene una rica variedad en su programación, que va desde la música antigua a las partituras para el cine, desde el jazz a la ópera, pasando por noticiarios culturales imposibles de encontrar en otras emisoras y por programas especializados en instrumentos de tan vasto repertorio como el piano o la guitarra.
Dentro de esa programación, los espacios dedicados específicamente a la ópera (e incluso a la zarzuela y la opereta) están entre los más notables y tienen en la voz de Ángel Vázquez Millares, desde hace décadas, una conducción magistral en la que van de la mano la habilidad comunicativa y el conocimiento minucioso. Prueba de su eficacia es que no hay que ser fanático de esas variantes del teatro musical para escuchar sus proposiciones, incluso sin llegar a ser un asiduo oyente ni participar de la condición interactiva que tienen esos espacios. Eso que a veces llamamos la “magia de la radio” es aquí un milagro cotidiano.
Por supuesto que la de Vázquez Millares no ha sido una obra solitaria, pues ha contado con la colaboración de un notable “club” de amantes y conocedores. Además, su devota misión no va dirigida únicamente a ese grupo de personas, sino que ha perseguido, y logrado, llegar a una audiencia más amplia y poco a poco creciente.
Aunque muchos suponen que el amor a la ópera es una pasión exclusiva de algunas capas sociales más “cultas”, de una élite culturalmente privilegiada, de ser ello cierto, resultaría si acaso una característica de la audiencia de los últimos cien años, pues, en su época, Mozart, lo mismo que Donizetti o Puccini, por ejemplo, eran compositores de gran popularidad y por las calles se silbaban y cantaban arias de sus óperas.
Sin embargo, desde hace más de veinte años (en parte por el acople de algunos músicos pop con intérpretes estelares del mundo operístico), esa situación ha comenzado a cambiar y nombres como los de Luciano Pavarotti o Monserrat Caballé son reconocidos por un público enorme, más allá de las élites realmente conocedoras, aunque para algunos puristas esto no constituya un elogio al género.
De cualquier manera, si en Cuba la ópera ha ido conquistando paso a paso un público cada vez más amplio, puede deberse a múltiples causas y personas, pero si hubiera que reducir todo ese esfuerzo conjunto a un individuo, a un nombre, sería difícil no admitir a otro que no fuera Ángel Vázquez Millares, que ha llevado su incansable promoción de la ópera no solo a la radio, sino también a la televisión y a la enseñanza universitaria.
Pese a la amplitud y la profundidad de su trabajo enfocado en los detalles y sutilezas de este arte, es natural que gran parte de su devoción educativa se haya enfocado sobre la ópera italiana. Por esa razón, Vázquez Millares ha sido investido hace unos días, con sobrado merecimiento, como Caballero de la Orden de la Estrella Italiana, en afortunada coincidencia con la celebración del bicentenario del nacimiento de Giuseppe Verdi, de cuya obra Vázquez Millares ha sido un infatigable divulgador y estudioso.
Es una magnífica noticia, pese a que se ha convertido en norma que constantemente, dentro y fuera del país, veamos investidos con variopintos honores a supuestos “maestros” cubanos cuya obra maestra, en ocasiones, no ha sido más que ganarse la gracia del poder político.
El fervor pedagógico y la incansable promoción del arte de la ópera durante tanto tiempo, elevan a Ángel Vázquez Millares, sin duda alguna, a un puesto trascendente en la historia misma de nuestra cultura. Bienvenidos sean todos los honores para este indiscutible maestro.