LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Un anciano de Texas llamado Andrés se comunicó hace poco por e-mail con un cubano residente en Marianao, La Habana, como última alternativa de saber la verdad antes de morir. Quería confirmar si 54 años atrás había tenido un hijo con un una cubana de esa localidad. La mujer se llamaba Ana y trabajaba con él en la compañía.
En 1957, Andrés conoció en un ascensor a una empleada y se prendó de su belleza y de la forma como encaraba la vida. Decía que Ana era todo lo opuesto a su esposa, mujer de sociedad proveniente de una familia adinerada de Memphis, que conoció en la universidad mientras estudiaban en Harvard.
Andrés era el ingeniero principal de la compañía; la cubana trabajaba en la limpieza. La conquistó y a los pocos días vivieron el amor más intenso de sus vidas en un viaje a México. a la playa Cancún.
Después de regresar a Texas, se vieron un par de veces más, en un motel, pero un día Ana le dijo que tenía que dejar el trabajo y regresar a Cuba, porque estaba embarazada y se iba a hacer un “ligamiento”. Como todo un caballero, Andrés le manifestó que, aunque estaba casado, quería asumir la paternidad de la criatura y ayudar en su crianza, pero Ana le dijo que no había nada que hacer, que regresaba a Cuba. El hombre la ayudó con el pasaje y una suma de dinero para que todo le saliera bien.
Andrés no supo nunca más de Ana después de que ella regresó a su Marianao natal, pero el tejano vivió con la duda si había nacido o no el niño finalmente. Hace poco, leyendo las noticias de Cuba por Internet, encontró a un marianaonse que conocía casi todo lo referente a ese municipio capitalino y se comunicó con él. Le contó la historia. Le confesó que antes de morir necesitaba saber si Ana aún existía, y qué había sido del embarazo. Le dio el nombre y los apellidos. También le envió una foto suya de aquel año, para que la mujer, de existir, lo reconociera. Sabía que la tarea era sumamente difícil y lo agradecería eternamente.
El hombre de Marianao salió a preguntar por los barrios a los más viejos. Recorrió Los Pocitos, Coco Solo, Pogolotti, Los Quemados, El Palmar, Buena Vista y otros sitios del más grande municipio habanero, preguntando por una tal Ana que trabajó en los Estados Unidos en el 57 y regresó a Mariano por esa fecha. Aparecieron muchas con ese nombre, pero ninguna trabajó en Estados Unidos, ni conoció en un ascensor a un ingeniero de Texas.
Fueron muchos días de búsqueda infructuosa, hasta que una tarde encontró a la hipotética Ana en el reparto Zamora, una anciana desvalida que no le llegaba el dinero para comprar dos libras de malanga. El investigador cooperó con el pago. Obviamente, ayudó a la anciana hasta su casa con la jaba.
Sintió una extraña premonición mientras caminaba por las calles polvorientas de Zamora junto a ella. Cuando llegaron a la casa, que era pobrísima, le preguntó sin rodeos porqué no se quedó a vivir en los Estados Unidos cuando trabajó en la compañía de Texas, en el año 1957. La anciana se puso las manos en la cabeza y le preguntó quién le había contado tanto.
-Andrés –dijo, y le entregó la foto -. Quiere saber antes de morir si tuvo o no el muchacho.
La anciana se dejó caer en un maltrecho sofá. Contempló largo rato la foto. Dejó rodar un par de lágrimas. Solo pudo articular una pregunta:
-¿No es verdad que se parece a Rock Hudson?
Agradeció al hombre por la foto y por los tantos recuerdos. Y por hacerle saber que Andrés aún vive. Hubiera querido escribirle, pero no tenía en casa ni siquiera un lápiz. No supo responder lo que significa Internet. No contaba con dinero para tirarse una foto y mandársela, pero tampoco quería que la viera así, tan arrugada y sin dientes.
Estaba entrando un frente frío en aquel momento sobre La Habana y el investigador notó que, además de los pocos alimentos, Ana no contaba con frazadas, ni sábanas, tal vez ni un abrigo para enfrentar las bajas temperatura que el Profesor Rubiera pronosticó para esa madrugada. Seguramente, no tenía ni jabón, ni pasta de diente, ni un sinfín de vituallas.
Por supuesto, antes de marchar, el hombre preguntó qué había sido del niño. Ana cerró los ojos y, reuniendo muchas fuerzas reveló que hacía muchos años se había lanzado al mar en una balsa, para llegar a los Estados Unidos, pero nunca más supo de él.