LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – Desde la última semana de diciembre los medios informativos de Cuba activaron el cronograma propagandístico sobre el aniversario 52 de la revolución, de la cual quedan sus protagonistas envilecidos en el poder, y el hastío de la población, sumergida en el silencio y la rutina de medio siglo de consignas y promesas.
Hubo una revolución, pero a estas alturas nadie recuerda cuando perdió el rumbo. Tal vez de 1961 a 1968, al eliminar la propiedad privada, imponer el monopolio estatal sobre los medios de producción y adoptar la versión tropical del modelo soviético. Quizás a mediados de los setenta, al institucionalizar el proceso socialista, enviar tropas a las guerras de África y seguir las ordenanzas de Moscú, cuyo régimen se vino abajo en 1991.
Pero no hay que resaltar el asunto, pues el primero de enero no es más que una fecha asociada al imaginario revolucionario del castro-comunismo, en cuyo calendario legitimador otras efemérides repasan acciones bélicas, como el 26 de julio de 1953, evocador del fracasado asalto a los cuarteles Moncada y Céspedes, ocurrido en Santiago de Cuba y Bayamo; y el 2 de diciembre de 1956, que recuerda el desembarco del yate Granma en la costa sur de Oriente, considerado después como el Día de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, fundadas por decreto en octubre de 1959.
Desde hace medio siglo se sobredimensionan las huellas de tales hechos, de indudable influencia en el destino del país, atenazado por los asaltantes que prepararon la funesta expedición del Granma, cuyos sobrevivientes iniciaron el foco guerrillero que realizó las escaramuzas rurales del denominado Ejército Rebelde, una de las fuerzas que lucharon contra la tiranía del general Batista, quien huyó de La Habana la madrugada del 1 de enero de 1959.
Estos hechos, relatados hasta el cansancio por la historiografía y los medios de comunicación gubernamentales, tienen como denominador común la violencia y la necesidad de imponer el liderazgo del manipulador Fidel Castro.
Para asaltar dos cuarteles en la zona oriental del país, los participantes compraron armas, practicaron tiro en varios lugares de La Habana y atravesaron la isla, además de arriesgar la vida de las personas que disfrutaban del carnaval en Santiago de Cuba, matar a decenas de soldados y exponer a sus hombres. El fracaso complementó la aventura, pero vale preguntar ¿qué hubiera sucedido si lo hubiesen tomado? Si el propósito era subir a las montanas, ¿por qué no lo hicieron directamente?
Si partimos de los problemas creados por los asaltantes, las sanciones del juicio fueron benignas. Los Castro y sus seguidores solo cumplieron un año y medio de encierro. Al salir se marcharon a México a preparar la expedición del yate Granma, en vez de subir a las montanas sin gastar en viajes, yates, petróleo ni violar las leyes de un estado vecino.
Detrás de la expedición del yate Granma (comprado al norteamericano Robert B. Erikson en Tuxpan, con el dinero del ex presidente Carlos Prío Socarrás, derrocado por Batista en1952), se esconde el propósito de Castro de inscribir su nombre en la historia, al imitar las expediciones de los independentistas del siglo XIX, quienes se pertrechaban en los Estados Unidos y desembarcaban en distintos puntos de la isla.
El mapa de la travesía revela la irresponsabilidad y el voluntarismo. Si hubieran salido del extremo de Yucatán, en sólo unas horas hubiesen arribado a las montañas de Pinar del Río, cercanas a La Habana, sin recorrer casi todo el golfo de México, y un tramo del Mar Caribe, al sur de la isla, hasta la zona oriental, escenario de enfrentamientos, al igual que las lomas del Escambray, sede de las guerrillas del Directorio Estudiantil, que desafiaron a la tiranía en la capital y otras poblaciones de occidente.
El cacareo legitimador llega al colmo con la propaganda en torno a la victoria del lejano primero de enero de 1959, efeméride que, paradójicamente, se asocia al establecimiento de la dictadura más larga de nuestra historia y de América Latina. De aquellos asaltantes, expedicionarios y guerrilleros que tomaron el poder en nombre de la justicia y la libertad, solo queda el ropaje revolucionario y el despotismo de sus decisiones.