LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -Como parte de lo que en Cuba llaman los ajustes en la política económica y social, varios carpinteros adquirieron licencia para trabajar por cuenta propia. Pero al parecer al Estado se le olvidó la creación de mecanismos para que éstos pudieran adquirir la indispensable madera.
Es difícil saber en qué estaban pensando las autoridades cuando concibieron que una puerta medianamente decente pudiera hacerse con recortes sobrantes de los talleres estatales, única variante tolerada para que los carpinteros particulares adquieran su materia prima.
A principios de año, las autoridades anunciaron la imposición de hasta 8 años de privación de libertad, multas accesorias y trabajo forzado en planes de reforestación, a un grupo de personas que habían recurrido a la tala de árboles dentro del Jardín Botánico Nacional, en busca de madera para labores de ebanistería.
El tema fue abordado profusamente en los medios de difusión, siempre con tono amenazante. Como resultado, es difícil encontrar hoy un carpintero particular en La Habana. Decidieron desmantelar sus pequeñas carpinterías, o trasladarse hacia zonas suburbanas, con perjuicio en los costos de transportación, facilidades de mercadeo, calidad de la oferta y desarrollo del casi desaparecido oficio.
Los carpinteros cuentapropistas hablan de la necesidad de que el Estado cree un mercado nacional mayorista donde puedan abastecerse de las materias primas y los equipos que necesitan, aunque se incluya un impuesto para reforestación en el precio de los suministros.
Algunos piensan que la supervivencia de esta actividad, y de las restantes pequeñas empresas nacientes, se lograría si se les da permiso a los cuentapropistas para acceder al comercio exterior y a la capacidad de exportación e importación, que absurdamente no poseen ni siquiera la mayoría de las empresas estatales.
La negación de acceso al comercio exterior, tanto para ciudadanos naturales como para los microempresarios, ha traído como resultado la excesiva especulación en el mercado interno y el surgimiento de un mercado subterráneo, apoyado en niveles de corrupción sin precedentes.
Hace solo unos días presencié la venta, en más de cuatro mil dólares, de un destartalado juego de cuarto estilo Luis XV, a una “privilegiada” familia cubana. Y no es que fueran dados los compradores a las antiguedades, sino que la otra opción que tenían era adquirir, en el mercado estatal, muebles de pésima calidad y diseño, de cartón tabla revestidos con polímeros y “alérgicos” al agua.
Los sinsentidos en torno a este asunto no son nuevos. Ya previo al inicio de los cambios, la policía se dedicaba a allanar los talleres y confiscar las herramientas de los carpinteros que ejercían ilegalmente el oficio.
Entusiasmados ante la posibilidad de trabajar por su cuenta, los carpinteros recurrieron a su ingenio para construir herramientas, debido a que tampoco existe la posibilidad de adquirirlas en la red de comercios estatales. Algunas de sus invenciones llegan a resultar riesgosas para la vida de los operarios. No es raro encontrar sierras de mesa mal ajustadas y sin protección alguna, impulsadas por el motores de viejas lavadoras soviéticas. Utensilios tan sencillos como taladros, de pésima calidad, cuestan hasta 800 dólares en las tiendas del gobierno. Y encima, los carpinteros no tienen ni madera para trabajar.
En verdad, hay que tener ganas o mucho amor por el oficio, para insistir en el empeño de ser carpintero en Cuba.