LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -7 días en La Habana no es una película cubana, sino una coproducción de varios países, del año 2012, donde se cuentan siete historias dirigidas por siete directores. Uno pudiera pensar en Historias de Nueva York (Martin Scorsese, Francis Coppola y Woody Allen), de 1989, o en Te amo, París, la película francesa de 2006 con dieciocho historias y dieciocho directores de varias nacionalidades (entre ellos los hermanos Coen, Alfonso Cuarón, Walter Salles o Gus Van Sant).
Pero sería una asociación gratuita. 7 días en La Habana no es un canto polifónico a esta ciudad como aquellas a New York o París, sino otra nueva aleación blanda de estereotipos y lugares comunes, en sentido literal y figurado (solares, Hotel Nacional, malecón), donde a veces topamos con un buen momento entre muchas secuencias que pueden resultar cansonas.
Aunque las siete historias son independientes, algunas se complementan y hay personajes que aparecen en varias de ellas. Los directores son autores o coautores de varios de los libretos, aunque la coordinación del guion general del filme recayó sobre Leonardo Padura y Lucía López Coll. Cada historia se corresponde con un día de la semana.
El primer cuento, en lunes, El yuma, fue dirigido por el actor y productor puertorriqueño, nacionalizado español, Benicio del Toro. Con guion de Leonardo Padura, relata la aventura de Teddy, un actor norteamericano que viene a Cuba para un compromiso en la Escuela Internacional de Cine. La cámara da largos paseos por la ciudad. El chofer, Vladimir Cruz, aparecerá en otros relatos y habla en español e inglés hasta por los codos. Hay solar y jineteras, claro, música cubana, apagón, ron y cerveza y Teddy se lleva al Hotel Nacional a un hermoso travesti.
El martes ocurre Jam session —dirección de Pablo Trapero, uno de los líderes del llamado “nuevo cine argentino”, y guión a varias manos—, donde el talentoso director, actor y músico serbio Emir Kusturica, tan políticamente controvertido, se interpreta a sí mismo, borracho todo el tiempo. Otra vez el Hotel Nacional. Kusturica recoge un premio en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Se hace amigo de su asistente cubano (el genial trompetista Alexander Abreu). De nuevo tabaco y bebida y música cubana. Una “descarga” en una casa particular. Deslumbrado con el trompetista, el serbio le promete ayuda en el exterior para promoverlo.
La tentación de Cecilia, tercera historia, en miércoles, tiene dirección del español Julio Medem y guión de Padura con él, y cuenta la relación de la prometedora cantante Cecilia (Melvis Estévez) con un gerente musical español, Leonardo (Daniel Brühl), y con José, un pelotero que quiere irse en balsa del país para jugar béisbol profesional. Después de un mal entendido, un trompón del cubano al español, más solar, más música y ron, ella se decide por el pelotero. Por supuesto que la alusión al trío fatal de la novela Cecilia Valdés es, cuando menos, irrelevante.
Jueves: Diario de un principiante: el palestino Elia Suleiman dirige, escribe el guion y se actúa a sí mismo en una historia que pretendió ser peculiar. Va a la embajada palestina a organizar un encuentro con Fidel Casto, que al parecer nunca ocurre, vaga por el Hotel Nacional, despistado, mira almendrones y Ladas, mira muchachas, mira un zoológico devastado, mira el mar, mira a un borracho, mira a jineteras, ve discursos del Comandante en la TV, y más mar, más muchachas, otra vez la embajada, más discursos, más mar, una vieja, más chicas, más nada, la vieja y la mar. Fin. Todo coreografiado ante el impávido Suleiman, cuyos ojos quieren saber y no entienden nada. Y sin más diálogo que los monólogos antimperialistas televisivos. Y música. Como señas de un sordomudo cuyo lenguaje no entendemos e intenta contarnos una historia.
El viernes ocurre el quinto relato, Ritual, con guion y dirección de Gaspar Noé, argentino radicado en Francia, donde dirigió la exitosa y violenta Irreversible. Estudiantes menores de edad bailando reguetón, “perreo” fuerte de las niñas. El mar, por supuesto. Dos muchachitas en escarceos lésbicos terminan durmiendo juntas. Los padres de la mulata la sorprenden. Ritual en un río con babalao, hierbas, soplidos de aguardiente, ropa cortada a cuchillo, paloma voladora, inmersión en verdes aguas lustrales, desnudamiento y nueva vestimenta. Todo de noche, como a la luz de antorchas, con los cinco golpes hipnóticos de Per aspera ad astra a fondo. La niña está salvada.
Juan Carlos Tabío dirige la sexta historia (sábado), Dulce amargo, de nuevo con guion de Padura. Mirta (Mirtha Ibarra) y Daniel (Jorge Perugorría) son una pareja pasando los trabajos cotidianos. Ella hace dulces sin licencia y trabaja como psicóloga del comportamiento en un programa de TV. Daniel, ex militar de tres guerras y alcohólico, lee un libro de Alfredo Guevara. Cecilia, la del miércoles, viene a despedirse de su madre y de su padre de crianza, pues esa noche es la noche. Mirta elabora dulces para fiesta a Ochún (última historia). Otro apagón corta merengue. Corretaje por más huevos. Otro travesti consigue harina. Cecilia con José en la costa. Llamada de despedida a casa de mamá. Balsa que parte. Mirta y Daniel, malecón, más mar (crepuscular). Mamá pide un trancazo de alcohol. Fin es principio: cuatro pies encamados, suena despertador ruso, misma vida de mierda, misma resaca de Daniel.
Final con La fuente, en domingo (guión y dirección del francés Laurent Cantet): apoteosis de cubaneo porque Marta soñó que la Virgen de la Caridad del Cobre le pidió una fuente en la sala. Imaginemos las vicisitudes para esa hazaña en un apartamento de un viejo edificio de Centro Habana, frente al malecón, claro. Materiales de construcción, pintura, fabricación, conseguir agua, peces. Todo termina en la susodicha fiesta a Ochún con cake, dulces, ron, claro, un Ave María de Schubert a guitarra, violín y voz y luego un toque yoruba. Al final se van todos y queda Marta sola, agotada, junto a la fuente.
En fin, La Habana puede ser más vieja que New York y muy famosa en el mundo, pero, aunque no siempre ha sido así, en el cine se tiende a tratarla con una visión inmadura, de guías turísticos, extranjeros en parranda, buscones de exotismos sin misterio y otras llanezas. La culpa, por supuesto, es en gran parte nuestra. Pero en cuanto a 7 días en La Habana ni siquiera hay mucho de qué hablar, aunque al menos deja claro que con buena música cubana y típicas historias habaneras no se hace una buena película de cuentos sobre esta ciudad, incluso con buenos directores y correctos actores. Algunos de los siete guiones resultan mejores que otros, pero el guión total no fue un logro si por momentos todo parece una entremezcla de video clips.