LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – Cuando una ingeniera tecnóloga en alimentación social y un escritor y editor se unen para, a cuatro manos escribir un libro, mejor ni apostar sobre el tema de la obra porque el sujeto seguro será de restauración y cocina.
Así, Madelaine Vázquez Gálvez y Alejandro Montesinos Larrosa se juntaron en el quehacer de una obra que, para llamarla a la manera de Lezama, pudiéramos calificarla de Epifanía del paladar.
El título, Comer con Lezama, editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2010, nos avanza que vamos a sentarnos a una mesa con un buen gourmet que trasladó los platos de la cocina cubana a las imágenes literarias que apuntalan sus textos. Sobre todo en su novela Paradiso, donde las descripciones de los platos, de sus ingredientes, de la disposición del servicio, de la cubertería sobre la mesa, la fineza de los manteles, contribuyen a conformar una imagen que encierra una unidad cultural de innegable cubanía.
Mención aparte merecen los autores por otra razón, no solamente por haber recogido de la obra del escritor cubano los platos que mostró en sus obras, sino por rescatar las recetas de los mismos, hoy olvidadas.
El libro lo dividieron en diez secciones en las que ofrecen ciento ochenta y tres recetas de comidas y bebidas. Por ejemplo, en la sección nombrada “Otras suculencias de Paradiso”, exponen cuarenta y siete recetas agrupadas en: aperitivos (3), sopas (3), comidas principales (10), vegetales (2), postres (19) y bebidas (10).
Sin embargo, difícil sería para los cubanos de hoy degustar platos principales y postres que requerirán de ingredientes ya son casi desconocidos por la mayoría de la población por causa de la escasez de alimentos y la miseria de la despensa cubana, productos del desastre económico implantado por los comunistas.
Soufflé de mariscos, pavón sobredorado, avellanas confitadas, confitado de higos, croquetas de jamón, bacalao con sofrito, strudel de manzana, costeleta de langosta, buñuelos de oro, mermelada de canistel, carne mechada, y muchas más, son recetas de platos ignorados por las generaciones menores de cincuenta años.
En una isla como Cuba, donde el pescado es un objeto de lujo a pesar de estar rodeada de agua colmada de peces, para comprar un pargo de dos kilos hay que disponer de algo más de un centenar de pesos (la cuarta parte del salario medio de los cubanos). Ni qué decir de los camarones enteros que cuestan 86 pesos el kilogramo.
Y no me vengan a decir ahora que antes de 1959, en “aquella República”, tan denostada, no se comía bien; cuando un plato de camarones, una sopa china o una cola de langosta hervida y servida con mayonesa y unas rodajas de limón no eran manjares colindantes con la ciencia ficción como lo son hoy. Y mucho menos un plato de congrí, un bisté con vianda y ensalada, que en cualquier plaza de mercado costaba menos de cincuenta centavos. ¡Eran otros tiempos!
Comer con Lezama en el presente es prácticamente imposible. Entonces, no nos queda más que atesorar las recetas en las páginas de un librito, cuyo mayor valor está en recordarnos que en otros tiempos todos los cubanos comieron mucho mejor.