LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -Nada pudo hacer la medicina cubana con Gabriela Rodríguez Cabrera, una niña Testigo de Jehová, que murió de leucemia, a la edad de 8 años, en la localidad de Palmarito de Cauto, municipio Julio Antonio Mella, provincia Santiago de Cuba.
Desde mucho antes de su fallecimiento, su padre, Miguel Rodríguez Vásquez, lucha por sacar al resto de la familia de aquella zona, declarada inhabitable por el Ministerio de Ciencias, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA).
Gabriela nació el 2 de febrero de 1998. Vivió en el número 55 de la calle 1ra, en Palmarito de Cauto, en un terreno que le fue asignado a Miguel Rodríguez por el departamento regional de Planificación Física de la Vivienda. El terreno es colindante con un almacén de plaguicidas y herbicidas, perteneciente al extinto Ministerio del Azúcar.
Comenta Miguel Rodríguez que los olores y sabores en aquel entorno le resultaban “raros”. Seguro de que algún producto químico contaminaba el ambiente, decidió quejarse a la Delegación Provincial del CITMA, al gobierno municipal y al Partido Provincial. Nunca obtuvo una respuesta favorable.
Gabriela Rodríguez Cabrera, comenzó a sentir los primeros síntomas de la enfermedad a los cinco años de edad. Un mañana del verano de 2003, despertó con una fractura en el brazo izquierdo. Luego de un estudio exhaustivo, se le diagnosticó calcificación prematura en los huesos. Los exámenes de sangre arrojaron las plaquetas altas y la hemoglobina baja. El especialista en hematología del Hospital Infantil Sur (La Colonia), en Santiago de Cuba, Dr. Carlos Yarenis Rodríguez, le dio seguimiento al caso.
Rodríguez Vásquez, el padre de Gabriela, se enteró de otras muertes por cáncer, en la calle 1ra, en Palmarito. Francisco Quiñones muere de cáncer de próstata, en el número 54; Alberto Curra, de leucemia, en el número 53; y una madre y su hija, en el número 57, ambas con leucemia.
El 26 de marzo de 2004, Miguel envió una carta al entonces Presidente Fidel Castro, en la que cita: “…a usted me dirijo respetuosamente porque necesito su ayuda humanitaria para salvar la vida de mi pequeña hija, quien padece actualmente de leucemia y el lugar donde reside le está acelerando el proceso de dicha enfermedad, ya que alrededor de mi casa existe un almacén de productos químicos…”
En lo que pudiera considerarse una respuesta del Consejo de Estado de la República de Cuba, y no de Fidel Castro, Miguel recibe, en junio de 2004, la visita de un funcionario del CITMA provincial, el ingeniero Claudio Javier Carracedo. Éste le presentó el expediente de tramitación de su caso, en el que se exponían entrevistas a varios especialistas de oncología infantil y toxicología, obtención y análisis de las historias clínicas de varios vecinos de la zona, así como la búsqueda de información en Internet.
“Un día antes de llegar a mi casa el licenciado Carracedo, varios camiones retiraron cajas y sacos del almacén, posiblemente de productos químicos…”, comenta Miguel.
Según cita el informe del CITMA que llegó a mi poder, “La enfermedad de la paciente no se produce por la inhalación de los productos químicos tóxicos que se encuentran en el almacén (…) No se ha comprobado científicamente en el mundo el desencadenante de esta enfermedad, no obstante, según las investigaciones existen factores genéticos y ambientales relacionados con dicha enfermedad.”
Por otra parte, en los puntos 2 y 3 del informe, relativos a la norma técnica NC 93-02-202/87, se dice que: “Se está violando lo establecido en la norma sobre el radio mínimo admisible de protección sanitaria para los depósitos y almacenes de plaguicidas y herbicidas (…) Planificación Física no tuvo en cuenta la Norma Cubana que establece el radio mínimo que debe existir entre los almacenes de esos productos químicos y las viviendas…”
Para sufragar los gastos por el padecimiento de Gabriela, su padre tuvo que vender la carpintería particular y parte de su ropa. Cuenta Miguel que la ambulancia que debía trasladarla hacia el Hospital Infantil Sur para el tratamiento de quimioterapia, en ocasiones no venía. No le quedaba otra opción que pagar un auto de alquiler, a veces en vano, porque al llegar al hospital no había citostáticos.
“Un día la ambulancia que debía recoger a mi niña, trasladó a la cuidad cabecera un perro de raza casi muerto…”, agregó Miguel.
Por mediación del esposo de una prima, residente en Italia, Stefano Hurosati, y una doctora italiana llamada Josefina, Gabriela recibió tratamiento con anti-cancerígenos de primera generación. Incluso, Miguel inició los trámites para un trasplante de médula, en Italia. Esta opción se vino abajo cuando las relaciones entre Cuba e Italia se enfriaron, en el año 2007.
Gabriela Rodríguez Cabrera, muere el 2 de enero de 2007, un mes antes de cumplir los 9 años de edad.
“Como padre, me siento muy preocupado, y dolido a la vez, ya que tengo un niño de 14 años. El gobierno cubano, que se dice defensor del medio ambiente y la salud de los niños, hace caso omiso a mis demandas”, concluye Miguel.