ARTEMISA, Cuba, mayo, 173.203.82.38 -Desde la estatalización de las empresas privadas, en los primeros años de la revolución, los cubanos hemos sufrido, además de la desaparición o carestía de muchos productos, la mala calidad de los que sobrevivieron. La consigna “La calidad es el respeto al pueblo”, fue precisamente una de las primeras promesas falsas del gobierno.
Desde los primeros tiempos, las cerillas (fósforos) lanzaban la cabeza encendida, los vehículos del transporte público de la Cooperativa de Ómnibus Aliados (COA), viciaban la atmósfera con una negra y maloliente humareda, y en las calles se multiplicaban los charcos de aceite de motor, debido a las adaptaciones con piezas y componentes rusos que sustituyeron los originales norteamericanos.
El cumplimiento estricto de los turnos y horarios de las rutas cubiertas por la COA fue quedando como recuerdo, y el servicio de transporte de pasajeros presentó altas y bajas, más bajas que altas, por décadas, hasta su colapso definitivo, cuando desaparecieron los subsidios soviéticos que suplían la falta de una economía real en la Isla.
Con el establecimiento de las Granjas del Pueblo y otras estructuras copiadas de los soviéticos, la producción agrícola decreció notablemente y, junto con ella, la calidad de la alimentación de los habitantes de a pie.
Desde entonces y hasta la fecha, la calidad del pan, el café y otros productos vendidos por racionamiento, a precios subsidiados, son de pésima calidad, a pesar de las constantes quejas de la población ante instituciones, cuya calidad también es dudosa, por no haber sido capaces de solucionar definitivamente estos problemas.
De la década de los setenta, aun muchos recuerdan la dieta diaria obligada de arroz, chícharos y huevos, lo mismo en casas, comedores obreros y escolares, mientras la gastronomía prácticamente solo ofertaba pizzas y croquetas. En esa época se popularizó el dicho de un animador de televisión (Salvador) “Si no fuera por el huevo, el espagueti y las pizzas, el cementerio de Colón llegaría hasta La Lisa”.
Las “croquetas explosivas” de esos tiempos dejaron un saldo de varios rostros quemados y algunos tuertos. Además, por carecer de sabor, se decía popularmente que eran croquetas de ave…, no de la especie animal, sino de “ave-rigua” de que estaban hechas. Todavía las croquetas del mercado estatal carecen de sabor, y aún no logramos saber su contenido.
Por su parte, el mercado informal, que ocupó muchos vacíos dejados por la economía estatal, ha sido nicho de estafadores de todo tipo: carne de conejo que realmente proviene de desafortunados gatos callejeros, latas de pinturas que al abrirlas están llenas de arena, leche condensada sellada, conteniendo sustancias sin rastros de lácteos, y otro sinnúmero de estafas.
Parece que la filosofía revolucionaria anda errada al relacionar calidad y cantidad, pues ambos polos han mantenido por más de cincuenta años en la Isla una relación donde la oferta se caracteriza por cantidades generalmente insuficientes y por la total ausencia de calidad.