LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -Los escarmientos físicos ordenados o ejecutados por la policía política contra los actos de desobediencia civil se multiplican. Es raro no enterarse de alguna incidencia relacionada con este proceder en el transcurso de cada semana. El arsenal de los verdugos, a tiempo completo o alquilados para la ocasión, se amplía pavorosamente.
Aparte de puñetazos, empellones y patadas, las tundas a aplicar con brutalidad cavernaria, incluyen el uso de palos, cabillas entre otros objetos contundentes. Ni hablar de las ráfagas de insultos, groserías y amenazas de muerte que conforman la banda sonora de estos aquelarres.
Lo más trágico de todo este espectáculo es que las víctimas preferidas suelen ser mujeres indefensas, en este caso integrantes del grupo de las Damas de Blanco que insisten en manifestarse en las calles, en reclamo del respeto a los derechos humanos y la libertad de los presos políticos.
Entre los últimos sucesos vinculados a esta infausta aplicación de la fuerza bruta, se podría citar una reciente denuncia de la opositora Sara Marta Fonseca en su cuenta de Twitter: “Recibí golpes en la cabeza, espalda, brazos, estoy mareada”.
Valga aclarar que no fue la única mujer, integrante de esta agrupación contestataria que recibió este último miércoles 13 de febrero su cuota de golpes y denuestos por empeñarse en recordar el nacimiento de Laura Pollán, una de las fundadoras de la entidad prodemocrática, que murió el 14 de octubre de 2011 a los 62 años de edad tras ser ingresada de urgencia en un hospital habanero a causa de complicaciones diabéticas, fiebre y otros trastornos provocados quizás por el constante asedio de la policía política.
El crecimiento en espiral de las golpizas se enmarca dentro de una tendencia que comenzó desde los inicios de este “socialismo” que hace tiempo huele a podrido.
Aún se recuerda el uso masivo de estas aproximaciones al linchamiento durante el éxodo masivo por el puerto del Mariel, ocurrido en el verano de 1980.
En aquella oportunidad se ejecutaron crímenes contra personas que solo anhelaban marcharse del país. Tanto la premeditación como la alevosía adquirieron dimensiones incalificables. Todas las atrocidades perpetradas no solo contaron con el respaldo total de quienes todavía gobiernan en Cuba, sino que fueron incentivadas por ellos.
Apaleamientos y lapidaciones se ejecutaron con saña sin mirar la edad o el sexo de los “culpables”. Ese uso de la violencia verbal y física como política de Estado permanece y se ha esparcido por buena parte del tejido social. La violencia se ha vuelto norma en toda nuestra sociedad.
El aumento de los altercados, algunas veces mortales, entre vecinos o familiares y el uso de formas cada vez más brutales por los delincuentes que optan por el robo con violencia como medio para saciar sus perversiones, tiene sus vínculos con una filosofía que a través de los años ha alimentado el odio, la envidia y todas las abyecciones posibles de la raza humana.
Por estos días, muy cerca de donde resido, anda un ladrón presto a apolismar a cualquiera con un trozo de cabilla. Ya ha consumado varios hechos vandálicos con sus correspondientes secuelas. En una de sus últimas correrías, al ser sorprendido en la madrugada por el morador de la vivienda en que se encontraba, le endilgó un batacazo en el cráneo que lo mantiene semiconsciente en una sala de terapia intensiva. No se sabe si ya fue capturado.
Armas blancas, bates de béisbol, pedruscos y cuanto sea útil para causar el mayor daño son utilizados con pasmosa regularidad por jóvenes y adultos para zanjar desavenencias, o para consumar atracos, algo cada vez más frecuente en las calles cubanas.
La violencia, más que una palabra, se ha convertido en estandarte de una cultura carente de valores cívicos, éticos y morales, indispensables para la consolidación de cualquier nación.
Así está Cuba, tras recorrer el largo camino del socialismo real.