LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Hace poco leí unas declaraciones de José Miguel Insulza, Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), en las que el político chileno mostraba su asombro ante el doble rasero de Cuba en lo referido a los mecanismos de participación hemisférica.
Insulza no entiende por qué los gobernantes cubanos se niegan a regresar a la OEA, y, por el contrario, estarían dispuestos a asistir a la Cumbre de las Américas, en Cartagena de Indias, Colombia, en caso de ser invitados.
Es cierto que, a primera vista, la actitud de las autoridades castristas parece contradictoria, ya que en ambos escenarios se estarían relacionando con las mismas naciones, incluido Estados Unidos, su gran rival. Sin embargo, para cualquier observador medianamente informado de la realidad cubana -y es raro que Insulza no lo sea-, la posición de los dirigentes de la isla no debe ser motivo de extrañeza.
No es lo mismo participar en una reunión, a título de observador, sin necesidad de cumplir determinados requisitos previos, que insertarse en una organización que sí exige ciertas pautas a sus integrantes.
Porque Cuba iría a Cartagena a formar coro junto a sus compinches de la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA), y una vez allí, para exigir el fin del embargo comercial norteamericano contra la isla, hablar mal de los acuerdos de libre comercio que varios países de la región han firmado con Estados Unidos, y en general, para apoyar los esfuerzos de la izquierda de corte chavista por ganar espacios en el subcontinente. Y después de concluida la reunión, nada más.
Pero pertenecer a la OEA es algo muy distinto. Los países miembros de esta organización deben respetar la Carta Democrática Interamericana, la cual declara que “los pueblos de América tienen derecho a la democracia, y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla”.
Promover y defender la democracia, de acuerdo con el espíritu de este documento, significa, entre otras cosas, orientar la gestión de gobierno hacia el cumplimiento de sus normas: el ejercicio del poder con sujeción al Estado de derecho; la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; un régimen plural de partidos y organizaciones políticas; las plenas libertades de prensa y expresión; así como la separación e independencia de los poderes públicos. Por supuesto, principios todos incompatibles con un sistema totalitario como el cubano.
Esa es la verdadera causa del desdén de los gobernantes cubanos hacia la OEA, aun después de que en el año 2009, en la cita de San Pedro Sula, Honduras, fueran suspendidas las sanciones que pesaban sobre la isla desde inicios de los años sesenta. Otros argumentos, como que en el seno de la OEA pesan demasiado las opiniones de Estados Unidos, o que la vergüenza de Cuba le impide regresar a una organización de la cual fue expulsada, no son más que meros pretextos.