LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -En las últimas semanas se contabilizan nuevas montañas de escombros en La Habana. Al menos una veintena de derrumbes totales y parciales se añaden al desolador paisaje de una ciudad donde la mugre, los despojos de inmuebles en medio de las calles y el penetrante aroma de la orina seca, acentúan los ecos de la marginalidad.
Después de las fuertes precipitaciones de estos días, centenares de familias se exponen a una muerte súbita a causa de la desintegración de sus casas o a la difícil convivencia en algunos de los albergues que se encuentran en la periferia de la capital.
Los plazos de las soluciones pueden exceder las dos décadas. A propósito de esta realidad, un número importante de albergados terminan en las salas de psiquiatría, en el alcoholismo o asesinados por otro de sus compañeros de infortunio, a raíz de las trifulcas que ocurren regularmente en esos sitios, por los efectos de la miseria.
Los cubanos que se empeñan en obtener los recursos para la reparación de sus hogares, deben enfrentarse a una serie de mecanismos que imposibilitan la satisfactoria conclusión de sus proyectos. En una reciente crítica publicada en las páginas del diario Granma, un ciudadano expresaba su malestar por las dificultades para comprar los materiales en los locales que el Estado habilitó en diversos puntos de la ciudad.
Aparte de la inestabilidad en la entrada de los recursos, el afectado se queja del acaparamiento y las ventas por la izquierda, a precios excesivos. También alude el caso de la absurda regulación de no permitir la entrada a los camiones con chapa estatal a los llamados “rastros”. Las transportaciones deben realizarse en medios particulares, medida que encarece la operación de compra y venta.
De manera obligatoria, los solicitantes tienen que enfrentarse a las redes de corrupción que operan con total impunidad. De lo contrario, están condenados a un prolongado aplazamiento de sus planes. Es casi imposible resolver algún trámite, independientemente de sus características, en los lapsos que indica el sentido común. Para conseguirlo, es preciso convertirse en un eslabón de la larga cadena de ilegalidades.
A modo de conclusión, cito el último párrafo del agraviado: “Considero que estas son las cuestiones contra las que debemos luchar, no basta la voluntad y disposición de nuestras máximas autoridades para facilitar el desarrollo del país, si los encargados de implementar las nuevas medidas que se aprueban dificultan su desarrollo o simplemente no le dan seguimiento a su puesta en vigor, sobre todo en un tema tan sensible como la construcción y reparación de viviendas, un asunto complejo y necesario”.
Sin tantos rodeos, hay que convencerse de que la cuota mayor de responsabilidad en este desastre nacional, recae en el gobierno. Lo que se necesita para salir del atolladero, es precisamente voluntad de esa cúpula donde abundan ineptos, perdularios, mediocres, pelafustanes y manipuladores.