PINAR DEL RÍO, Cuba, mayo (173.203.82.38) – Lograr que la gente produzca ha sido el quebradero de cabeza para los que dirigen el país. Por más de cincuenta años la isla ha sido gobernada como una finca privada, pero la productividad ha brillado por su ausencia en casi todos los sectores.
Ya nadie se cree el cuento de que “el bloqueo” es el culpable de nuestras múltiples desgracias, ni de los fracasos de todos los disparates cometidos por los dictadores, desde la paralización del país para cumplir el capricho de producir diez millones de toneladas de azúcar en 1970, hasta los faraónicos planes de todo tipo con resultados igualmente desastrosos.
“A estas alturas ni los comunistas, ni las vacas producen. El socialismo es el padre de la vagancia”, afirmó Mario Alberto, mi vecino, mientras esperaba el periódico. “En este país –añadió- come el que no trabaja”.
Con el multimillonario subsidio soviético, el paternalismo revolucionario consiguió ponerles a todos algo de comida en el plato, valiéndose de una libreta de abastecimiento implantada en los años sesenta, con la cual hasta se ha encariñado la gente, que hoy se angustia por su inminente desaparición.
La miseria es lo único que, repartido, se multiplica, y, como a todo se acostumbra uno, los cubanos nos hemos acostumbrado a ella por más de tres generaciones.
A cambio de servirle como satélite y tropa de choque a la desaparecida Unión Soviética, adquirimos el síndrome del pichón. Aunque malo y poco, nos llegaba de Moscú hasta la pasta de dientes, y todos contentos. En los noventa, con la desaparición del mecenas, tocamos fondo y surgió la idea de enviar médicos y asesores deportivos a Venezuela, a cambio de petróleo.
Cuba es uno de los pocos lugares del mundo que se sostiene sin economía. Los gobernantes siguen mandando y comiendo bueno. Los de abajo, no trabajan o simulan que lo hacen, a cambio reciben algunas migajas y se conforman. Cuando salen a otras tierras, algunos hasta se lamentan por lo mucho que hay que trabajar para comer y vestirse.
Si hay un juego de pelota en horas de trabajo, los estadios se abarrotan, y los centros de trabajo se vacían. Un juego de béisbol es mucho más importante que ir a trabajar.
El béisbol o el trabajo: he ahí la cuestión. Hasta ahora, definitivamente gana el béisbol.