LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 –La Siempre Viva, revista literaria que dirige el escritor Reynaldo González, reservó para la celebración de sus primeros 15 números una entrega completa dedicada a Virgilio Pinera. Considero que esta revista se ha convertido en una herramienta imprescindible dentro del panorama de la cultura cubana, abierta siempre a la polémica desde un ejercicio sano de la crítica.
Por segunda ocasión, reserva un número totalmente dedicado a uno de los escritores cubanos más lúcidos e imaginativos de nuestra historia, y logra acercar en primera fila textos desconocidos de su autoría, como los poemas Cuando vengan a buscarme y Amor conduce mi silencio grave, o su diálogo imaginario con el filósofo existencialista francés Jean Paul Sartre, o un texto como Permanencia de Ballagas, entre otros.
Virgilio Piñera continúa siendo una presencia viva y convocadora más allá de rehabilitaciones y centenarios. Él suele ser uno y diverso. Desde la singular estética de su personalidad y el magnetismo de su obra, admiró a Oscar Wilde y a Walt Whitman. Fue un hombre que se quejaba constantemente de andar por la vida con una suerte de perro. Ser artista, pobre y homosexual lo condenaba, pero eso no le impidió nadar sin complejos por las aguas de la vanguardia. De Argentina hizo su segunda patria, en la cual encontró autoestima, lectores agradecidos y el elogio sincero de un grande de las letras universales como Jorge Luis Borges.
Según quienes le conocieron, reservó siempre para sí los peligros, las furias y la soledad, lo cual, siempre desde la libertad que defendía, le permitió renunciar a la seguridad de una vida fácil. Saludó con alegría la naciente Revolución. La irrupción revolucionaria fue una sacudida que lo entusiasmó, pero más tarde lo castigaría, apenas se institucionalizó el desprecio a lo distinto.
Entre locos, excéntricos y marginales pagó muy caro la manifestación abierta de su naturaleza diferenciada. Su diferencia fue castigada por quienes continúan ejerciendo el poder. Fue un francotirador, su obra fue tan incómoda como su propia personalidad. Para la inquisición verde olivo, Piñera no solo era un ser raro, sino también impresentable. Pero él, con mucha dignidad, prefirió morir de hambre a ser devorado por las tentaciones o las concesiones de la política.
A Virgilio le cayó encima todo el peso de la Isla, según su albacea literario, Antón Arrufat. Los cartabones rígidos lo condenaron a la muerte civil, una rama del árbol frondoso de la cultura cubana era amputada. Incomodó por ser un artista original y por no hacer negación de su orientación sexual. El dramaturgo y ensayista Norge Espinosa describe en su libro Notas en Piñera, cómo el estreno de Electra Garrigó le costó diez años de silenciamiento, la prensa oficial lo borró de un plumazo y le cobró bien caro la altura de su atrevimiento.
Más allá de las festividades en torno a su centenario, más allá de las modas literarias, muchos se preguntan: ¿Fue leído en vida Pinera? ¿En la Facultad de Artes y Letras y centros de altos estudios ha estado disponible toda su obra? ¿La política cultural reconoce los aportes de su provocadora poética? Son algunas de las interrogantes que quedan en suspenso.
Hoy, mientras algunos intentan desenterrarlo, devolverle el espacio de influencia que marcó en la dramaturgia cubana, otros quieren dejarlo enterrado en el olvido. Pero aun así, la memoria nos permitirá siempre dialogar con Virgilio, que nunca dejó de estar entre nosotros, sentado en su célebre sillón.