LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -No conozco a la señora Gladys Bejerano, Contralora General y Vicepresidenta del Consejo de Estado en Cuba. Muy pocos cubanos de a pie la conocen. No ruedan por nuestras calles criterios sobre ella, ni en bien ni en mal. Si acaso, algunos experimentamos una cierta pena o lástima al verla comparecer en la televisión para dar cuenta de la papa caliente que le han soltado, al responsabilizarla en la lucha contra la corrupción, misión imposible donde las haya. Pero, en general, no parece que existan motivos para dudar de su honestidad.
Por eso tal vez resultan desconcertantes algunas afirmaciones suyas, contenidas en una entrevista que concedió hace pocos días al diario Juventud Rebelde.
La señora Bejerano se ha referido al nepotismo, una de las peores lacras (y también una de las más antiguas) que tipifican el comportamiento corrupto entre los funcionarios del régimen. “No puede ser –dijo- que el director o el comercial de una empresa sea el papá, que el comprador sea el hijo y que el almacenero sea el sobrino, porque eso es tentar al diablo”. Por supuesto que no debe ser, al menos dentro de un sistema en el que todas las empresas son del Estado.
Lo que desconcierta es que la Contralora General de Cuba se refiera al asunto como si se tratase de algo nuevo, recién descubierto, y no de un vicio practicado con todas las de la ley durante más de medio siglo de gobierno revolucionario.
Ni siquiera el ejemplo citado es el que mejor tipifica este fenómeno en las instancias intermedias del poder. Pues, como saben todos los cubanos, y no es concebible que lo ignore la Contralora, la práctica más común entre tales nepotistas es el intercambio de favores para conseguir que los jefes de una empresa u organismo coloquen en sus predios a los hijos y demás parientes de otros jefes, al tiempo que esos otros jefes colocan de igual modo a sus hijos y parientes.
Es este, y no el que señala Bejerano, el más extendido ejemplo de corrupción, por nepotismo, en el que incurren administradores, directores, ministros y jefes militares, conformando un entretejido muy pernicioso, y situándose por encima de la ley, pero de una manera tan flagrante y tan del dominio público, que no queda más que suponer que lo hacen con la aprobación o la complicidad de la ley.
Con todo, desconcierta aún mucho más -al leer las referidas declaraciones- constatar que alguien que al parecer se ha propuesto en serio luchar contra la corrupción en la Isla, enfoque el nepotismo a partir del caso de los funcionarios intermedios, pasando por alto que el problema está en la raíz misma del sistema, no sólo como un desprendimiento natural de sus estructuras de poder y de sus métodos para gobernar, sino porque incluso ha sido practicado desde siempre por sus más altos dirigentes, quienes lo asumen como una especie de derecho de pernada, o como un privilegio providencial que nadie puede discutirles.
Realmente, ante esta pifia de la Contralora General de Cuba, uno no sabe si volver a sentir pena o lástima por ella. En cualquier caso, algo si nos queda claro, por muy poco que la conozcamos. Y es que diciendo digo donde debiera decir Diego, no va a conseguir la credibilidad popular que necesita para su misión imposible.
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