LA HABANA, Cuba, septiembre (173.203.82.38) – A juzgar por lo que dice Dania Castillo, esposa de Jesús Izquierdo, vecinos de Ampliación de Luyanó, municipio San Miguel del Padrón, en la capital, la detención y encierro de su marido pasa por los recelos religiosos, las intrigas de la familia que lo acusó de supuestos disparos contra uno de sus belicosos miembros, y la tozudez policial, empeñada en investigar un caso que se vino abajo por la retirada de la denuncia, las negativas del reo a confesar, y por la muerte posterior del afectado, quien pasó a mejor vida al recibir cuatro puñaladas por un colega de brujería que no cree en guapos ni chantajes”.
Según Dania “Jesús es muy noble para vivir entre aceres de barrio. Sus éxitos en la secta abakuá, donde enseñaba lenguas africanas y orientaba a los iniciados despertaron recelos entre asociados que desacreditan el sentido fraternal de la religión. Intentaron echarle mierda al salir de una ceremonia y él los esquivó. Nadie sabe quien hizo los disparos que le achacan, pero como es negro y custodio armado en una empresa de Regla la policía no cree en su inocencia”.
Agrega la mujer que hace cuatro meses al marido lo sorprendieron los guardias de búsqueda y captura en su centro laboral. “Lo cercaron tipo mafia, como a esos capos de las películas americanas. Desde entonces no ve la luz. Lo acusan de portación de arma de fuego y de disparos contra persona indefensa, como si el difunto ajusticiado después fuera un angelito”.
Dania se queja de los maltratos dados a su marido por la instructora policial en la estación de Acosta, municipio Diez de Octubre, donde estuvo dos meses en condiciones precarias. Asegura que aunque la prueba de la parafina que le aplicaron fue negativa, “allí lo amenazaron en los interrogatorios y le aplicaron torturas psicológicas, lo trasladaban de una celda fría a otra caliente y lo obligaban a levantarse y acostarse cada diez minutos. Sólo unos días antes de trasladarlo a la prisión de Valle Grande, en La Lisa, aceptaron las medicinas para su tratamiento de la presión”.
Gladys Fernández, madre de Dania y suegra de Jesús, considera que en Valle Grande “lo sofocan menos; sin embargo, el instructor no admite la retirada de la acusación por parte de uno de los testigos y la madre del acusador, dice que como espera juicio y el expediente está cerrado el problema dependerá de los jueces y el abogado”.
Tras cuatro meses de encierro y presiones policiales, Jesús Izquierdo sigue negando la acusación de portación y disparo de armas de fuego. Uno de los acusadores tiene un muerto, el que desató el litigio ya es cadáver y un testigo insiste en retirar la denuncia, pero la policía lo amedrenta con echarle un año de cárcel por encubridor. Al parecer, a los uniformados solo les preocupa la posible existencia de un arma de fuego en un barrio marginal dominado por delincuentes y religiosos enfrentados entre sí.
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