LA HABANA, Cuba, septiembre (173.203.82.38) – El caso de Félix Aguilera Vargas, residente en Las Tunas, divulgado por la prensa local, hace recordar al Bobo de la Yuca, canción popularizada por Beny Moré en la década de 1950.
Con perdón de Aguilera, lo han tomado por bobo. Se han burlado de él y parece reconocerlo al contar que se afincó a la tierra improductiva en la Cooperativa de Crédito y Servicios Aniversario 40 de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (con características privadas y estatales), “con el ímpetu de hacer parir la tierra –dice-, pero todo me salió mal”.
Desbrozó la tierra a puro pulmón. Eliminó el marabú (también llamado espina del diablo), cercó y preparó canteros en los que sembró 16 mil plantas de yuca, que con poca lluvia y muchas gotas de sudor produjeron apetitosas mandiocas listas para comercializar.
Y allí surgió el primer aprieto. Nicolás Garrido, presidente de la cooperativa, autorizada a comprar y vender, le dijo que no podía comprarle la mercancía, o autorizarlo a venderla porque no poseía el documento del Ministerio de Agricultura para realizar la transacción.
De nada valió el argumento de que el pueblo, necesitado de alimentos, esperaba por la yuca apetitosa. La cooperativa -muy poco cooperativa con Aguilera-, cual perro de hortelano, que ni come ni deja comer, tampoco autorizó que dos campesinos compraran la carga para comercializarla.
La yuca se pudrió, y no servía ni para echársela a los cerdos. Se sabe de antiguo que cruda es muy venenosa, tanto, que los indígenas cubanos se suicidaban con el zumo, cuyo tóxico queda eliminado cuando el tubérculo se hierve.
Las desdichas del campesino no terminaron ahí. “Planté una hectárea de tabaco en 2006 y perdí la cosecha por falta de agua. No me asignaron la mochila de fumigación ni la turbina de agua como me prometieron”.
Amplias zonas de la provincia Las Tunas forman parte de los espacios casi desérticos de Cuba, donde también se incluye la faja sur de la provincia Guantánamo.
“Al año siguiente –continúa- sembré una extensión igual de calabaza. Por falta de regadío se malogró la cosecha. Me prometieron ayuda que nunca llegó”.
Una vez más el esforzado agricultor se hundió en la impotencia.
El 25 de enero de 2008 llegó la certificación comercial, pero “debo decir que en ese período perdí cerca de catorce quintales de plátanos porque no vino a recogerlo a tiempo el encargado de su comercialización: el Estado.
El cultivo del banano requiere de muchos cuidados. Cada planta produce un racimo anual, y se presentó una desgracia. “Gasté mis ahorros y mi trabajo, después de un accidente de tránsito que me dejó inválido diez meses. Quiero trabajar pero me tienen atado. Solicité una yunta de bueyes, porque ni pensar en un tractor, y se niegan a darme el crédito, a pesar de tener potreros de yerba de guinea cercados para alimentar los bueyes. Dicen que tengo que sembrar king grass, otra variedad de pasto, para acceder al beneficio bancario. Es insólito. Planté ese pasto y millo, y los animales de otro campesino se lo comieron. Contradictoriamente a él sí le otorgaron ayuda financiera para la compra de animales, sin poseer potreros ni caña para alimentarlos como yo. ¿Cómo es esto?”, pregunta Aguilera. Demasiadas piedras en el camino.