LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – Una semana después de haber concluido el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, el periódico Granma anunció el nombramiento de Luis Pavón Tamayo como presidente del Consejo Nacional de Cultura (CNC). Con independencia del matiz personal que el funcionario incorporara a esa labor, su tarea consistía en llevar a la práctica los acuerdos de dicho congreso sobre la represión a los homosexuales. Acuerdos que, como sabemos, fueron diseñados por la máxima instancia del poder en la isla.
Treinta y cinco años después, a fines de 2006, cuando ya los homosexuales habían sido incorporados a la cultura oficialista, y nadie se acordaba de Pavón, el antiguo funcionario apareció en la televisión. De inmediato, un torrente de correos electrónicos inundó el ciberespacio. Los escritores y artistas homosexuales, alarmados, alertaban acerca de que esa aparición pública de Pavón podría ser una señal de que el pasado volvía.
A pesar de que el oficialismo se apresuró a declarar que la política cultural de la revolución permanecía inalterable, se inició una polémica que iba a estremecer los cimientos de la vida cultural. ¿Fue la represión a los homosexuales una obra exclusiva de Pavón Tamayo, o una acción concebida por el gobierno revolucionario?
Los mensajes provenientes del exterior, y también algunos escritos en la isla, insistían en que a los verdaderos culpables había que buscarlos en el aparato de poder, y en especial, en Fidel Castro. Del lado opuesto emergió la figura del ensayista Desiderio Navarro. Hasta ese momento, Navarro simbolizaba la rebeldía dentro de los marcos del sistema, un hombre que había protestado contra la copia del modelo soviético en los años setenta, y que pretendió que su revista, Criterios, fuese la sucesora de la desaparecida Pensamiento Crítico.
Sin embargo, en un giro de ciento ochenta grados, Navarro se transformó en un defensor del gobierno. Apuntó que Pavón Tamayo no había sido un mero ejecutor de orientaciones provenientes de arriba, y que muchas de las decisiones tomadas por el gobierno se sustentaron en las informaciones e injustas valoraciones del entonces presidente del CNC.
Algunas voces independientes opinaron que Navarro se convirtió en un “palanganero” que le permitió al poder lavarse las manos con el asunto, a lo Poncio Pilatos. Después de todo, no era la primera vez que el castrismo buscaba a figuras subalternas para responsabilizarlas con las derrotas o la vergüenza de las malas actuaciones.
El coronel Tortoló fue el culpable de la debacle en Granada al tergiversar las órdenes del Comandante en Jefe; al economista Humberto Pérez le correspondió la inviabilidad del Sistema de Dirección y Planificación de la Economía, en momentos en que la dirección de la revolución analizaba la deuda externa de América Latina; y el general Arnaldo Ochoa, de manera irresponsable, vinculó a Cuba con el narcotráfico internacional, sin informar de ello a sus jefes. En aquel momento, simplemente, le tocaba el turno a Luis Pavón Tamayo.