LA HABANA, Cuba, noviembre, 173.203.82.38 -Su rostro viaja conmigo como la medalla al dolor de un país. Es un sobreviviente del desastre, porque lo vive desde adentro, aunque ya no recuerde si tuvo o no una vida.
Fue enviado a combatir en Etiopia y Angola. En ambas guerras le tocó estar “en la caliente”, según dice, porque vivió los peores momentos, cuando “ver la muerte no te dejaba tiempo para pensar en ella”. De regreso, le ofrecieron como premio invitaciones para presenciar un encuentro de músicos cubanos y norteamericanos. Fueron, él y su esposa, un domingo de marzo de 1979, al Teatro Karl Marx, y vieron actuar a Billy Joel.
En 1980, su esposa se asiló en la embajada de Perú con once mil cubanos más, y a su hermano mayor lo enviaron directamente de la prisión hacia el puerto de Mariel. Cuando, el 17 de mayo, pasó con la marcha de apoyo a la revolución frente a la embajada, le pareció verla detrás de una de las improvisadas tiendas de campaña, a un costado de la cerca. Tuvo que gritar “que se vayan, que se vayan”, con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos.
Ella se fue embarazada de él y lo descubrió estando en el campamento de tránsito. Gracias a eso, la reubicaron en otra área y conoció al que hoy su hija llama “daddy”. Hace poco, él se enteró de que su “niña” ya dio a luz, así que tiene un nieto, aunque “las cartas parecen no llegar”, y “la niña” no sabe que su padre está en Cuba.
A mediados de los ochenta, se fue a trabajar como custodio de una empresa. Y un triste día, amaneció involucrado en un desfalco descomunal. Los jefes se lavaron las manos, mientras él iba a parar a una celda incomunicada, de la cual solamente lo sacaban para interrogarlo. Los documentos de partida de la mercancía aparecían firmados por su puño y letra. Aquello lo habían armado esos cabrones de tal modo que, si la policía entraba, la responsabilidad quedaba del lado de los custodios.
Fue preso para Pinar del Rio, “vas pa’ tierra maldita”, le dijeron los otros reclusos cuando le avisaron el traslado. Allí se enredó, tuvo un choque con el “Jefe de disciplina”, que le quiso enmarañar dos cajas de cigarros. Uno de los guardias sufrió lesiones cuando intervino en la bronca. Por ello, se le complicó la situación con otro juicio y un nuevo traslado.
Cuando al fin salió en libertad condicional, su país era otro y él era más viejo. Todo el peso de la crisis y el estigma del presidiario cayeron sobre sus hombros, como una losa del cementerio. Y precisamente a un cementerio fue a enterrar su
corazón y a desenterrar huesos y cabezas para vendérselas a los “Quimbiseros”. También perdió los pocos dientes que le quedaban, mientras se alcoholizaba hasta perder la noción del tiempo.
Lo extravió todo, como consecuencia de un huracán de cuyo nombre no puede, o quizás no quiere acordarse. Estaba bien borracho cuando lo sacaron de una casucha de techo de zinc, mientras el agua subía y la inundación acababa con el “barrio”. “Si ya estoy muerto, déjenme morirme por segunda vez”, les gritó a los guardias de la defensa civil que lo evacuaron.
El agua sucia de la crecida se llevó también las condecoraciones ganadas en África. “Al final, fue por gusto y no puedo comerme las medallas”, dijo con una sonrisa libre de dentadura.
Su día a día se resume, en la mejor o peor suerte, en los tanques de basura. Para él, hay zonas donde no puede ni soñar con acercarse. En alguna que otra ocasión ha dormido borracho en un calabozo de estación policial. Una vez, en días de carnavales, por poco matan a uno allí dentro. En otras oportunidades coincidió con “gente que se opone al gobierno”, o con “cuatro frikis locos que no me dejaron dormir en toda la jodía noche”.
En un breve lapsus de razón, me cuenta que hace unos días se asomó a la ventana de una casa y vio un video de Billy Joel. “Me acuerdo de esa noche en el teatro, ella me apretó fuerte la mano cuando Consuelo Vidal salió al escenario y anunció a Billy”. Se le ilumina el rostro, donde ya no cabe una arruga más. Luego, guarda silencio, recordando, tal vez soñando o quizás delirando.