LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -“Y nuestros sueños, ¿dónde están? / ¿En qué hueco insondable cayeron? / ¿Dónde estamos, Señor? / ¿En qué sitio del mundo nos hemos perdido?”
Estos versos de Rafael Alcides (1933) ilustran muy bien cuáles son el tono y las interpelaciones que dominan la sensibilidad de este poeta en su época más reciente y que lo definen cuando acaba de cumplir ochenta años, tiempo que le ha permitido vivir, en extenso e intensamente, eso que para otros escritores ha sido una desgraciada experiencia o una ocasión para vender el alma, y que para él, como para pocos hombres cabales, ha sido una desgarradora oportunidad para crecer: el inicio, el apogeo y la decadencia de la revolución cubana como evento histórico y como mito.
Desde joven, Alcides viajó por diversos países de las Américas, empezó a escribir y publicó sus primeros textos en la revista Ciclón, que dirigieran Virgilio Piñera y José Rodríguez Feo. Formaría parte de la Generación del 50 (junto a escritores como Manuel Díaz Martínez, Pablo Armando Fernández, César López, Roberto Fernández Retamar, Armando Álvarez Bravo, Domingo Alfonso y Antón Arrufat) y, aunque desde el principio se sintió deslumbrado por la revolución y puso su literatura al servicio de ella, ya en 1969 comenzó a apartarse de toda actividad pública en el país, aunque volvería a ella durante cortos intervalos a mediados de los 80 y a principios de los 90.
Entre sus obras podemos encontrar Himnos de montaña (1961), Gitana (l962), La pata de palo (1967), Agradecido como un perro (1984), Y se mueren y vuelven y se mueren (1986), Noche en el recuerdo (1989), Nadie (1993), GMT (2009), El anillo de Ciro Capote (2011), Memorias del porvenir (2011), Libreta de viaje (2011), Un cuento de hadas que termina mal (2011). Entre sus libros inéditos se encuentran Conversaciones con Dios y Contracastro. Ha sido también periodista, además de director, locutor y guionista radial.
Su poesía, siempre en busca de un punto de equilibrio entre la reflexión y la emoción, se encauzó en la corriente del llamado coloquialismo y llegó a ser considerada “un escándalo poético” e “imprescindible para la poesía cubana”. Era, y sigue siendo, una voz poética hablando directamente desde el individuo civil, desde el dolor y el sueño del ciudadano, que usa las palabras no como conjuro ni como construcción meramente subjetiva, sino como herramienta para mover una verdad, como brújula y como puente para avanzar hacia la otra orilla del aquí y del ahora.
“Todos se están yendo, señores. / ¿De qué huyen, de qué escapan, con qué sueñan? / ¿Qué caminos hallarán? / ¿Volverán alguna vez? / Todos se están yendo, señores. / Un silencio muy grande se ha cernido sobre la ciudad”, dice en su poemario inédito Conversaciones con Dios.
En su aventura, Rafael Alcides ha ido incluso más allá del coloquialismo que siempre ha sido su tono natural, tocando desde el motivo erótico hasta el político, pasando por el confesional, el lúdico y el meditativo, en una incesante persecución de la transparencia. Y aquí vale mencionar la esmerada prosa de sus parábolas, esos pequeños relatos simbólicos que, con figuras de medioevo, nos hablan de hoy mismo, de nuestra historia y nuestra circunstancia.
“Con semillas buenas / hizo cosechas malas, / en nombre de la libertad / nos rodeó con alambre, / y puso guardianes / y perros rastreadores / En todo fue igual. / Con palabras verdaderas / compuso una gran mentira”, describe, sabiendo de lo que habla.
En su enérgica conversación, el poeta ciudadano puede hablar como en sus poemas: para él el futuro es una resultante, pues no ocurre solo ni cae del cielo. Más aun: “En este país no hay futuro. Por eso los jóvenes se van y las mujeres no paren. Hay una cosa curiosa y dramática: el futuro en Cuba ya pasó”. Pero, aunque le parece triste un país donde el porvenir está en el pasado, advierte también que todas las cosas, antes de ser, han sido un sueño, y que incluso “puede ocurrir que, cuando tú crees que el sueño puede realizarse, viene alguien y lo desnaturaliza”. Eso lo ha vivido a fondo Alcides: sentir que se pierde una oportunidad y que “las oportunidades no siempre se repiten. Hay trenes que, si pasan, pasaron”.
Quienes hayan leído lo que se publicaba en la revista digital La Habana elegante, hace unos años, bajo el seudónimo Fermín Gabor, donde se fustigaba sin piedad a la intelectualidad cubana, habrán encontrado este comentario: “Si la Generación delCincuenta ha tenido alguna misión, esta solo ha consistido en apagar el mayor número de luces y encender la menor cantidad posible. Con la única salvedad del poeta Rafael Alcides, los escritores de la Generacióndel Cincuenta constituyen la Patrulla Click de la literatura cubana”.
Pese a todo, no estamos ante un hombre escéptico ni abatido, sino ante un hombre agradecido y franco como un perro (“He vivido. Me he quedado calvo / de vivir”) para quien el secreto consiste en desear profundamente: “Mucho he deseado yo en mi vida / y todo ello, poco a poco, a su debido tiempo / se ha ido cumpliendo”.
Rafael Alcides escogió alejarse y hacer su arte desde el margen. Descartando la opción del exilio e incapaz de vender su alma de Quijote a oscuros molineros, imbuido sin altisonancias del martiano “con todos y para el bien de todos”, bajo el credo de que el poeta está encargado “de testimoniar el día de hoy y anunciar el de mañana”, ha asumido el “insilio” no como quien asume un título nobiliario, sino como humilde tarea cotidiana, sin grandes planes, porque “el oleaje de los días de repente te cambia el programa. Me limito a estar listo para lo que pueda venir”.